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Liberada del abuso

Del número de abril de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Debían De Ser como la una de la madrugada cuando llamó a la puerta. Atemorizada, llorando, con su pequeño hijo, preguntó si podía pasar la noche con nosotros. Ella y su pareja se habían peleado. Él la golpeó, y ella huyó de la casa con su hijo.

Por la mañana, comenzó a llorar otra vez al ver su cara en el espejo, pensando que tenía la nariz rota y que iba a quedar "fea". Oramos juntas y la inflamación desapareció. Pronto la nariz no tenía ninguna marca o golpe, y el rostro había recuperado su encanto. Permaneció con nosotros durante varias semanas, tal vez meses, antes de decidirse a volver con su amigo. A lo largo de los años que pasaron desde entonces, han tenido sus momentos buenos y malos, pero ella ha ido obteniendo una libertad mental y emocional cada vez mayor; y ha logrado una independencia económica y personal.

Cualquiera sea el lugar geográfico o el nivel económico que tengan, es importante que las mujeres se den cuenta de que tienen el derecho a ser respetadas por el hombre que tienen al lado. Una mujer no es una posesión para ser usada y abusada a voluntad, ni tampoco son las mujeres trofeos que se pueden coleccionar. Dios creó a la mujer y al hombre iguales, y todos son bendecidos a medida que comprendemos que la igualdad es un derecho divino.

En el relato original de la creación en la Biblia, Dios creó al varón y a la mujer a Su imagen y semejanza, y los bendijo a ambos igualmente con bondad y dominio. "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra". Esta historia de la creación concluye con la bendición: "Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera". Génesis 1:27, 28, 31.

El creador les dio dominio tanto a la mujer como al hombre. Este dominio otorgado por Dios, en el sentido bíblico, no implica dominación o subyugación, sino que tiene un significado espiritual más elevado de la libertad que Dios nos da. La libertad divina no es la libertad para hacer lo que queramos. Es la libertad de hacer lo que es correcto. De manera que el mismo dominio que libera a las mujeres para que expresen valor, confianza e independencia, también libera a los hombres para que expresen responsabilidad, amor y estabilidad. Todos somos libres para hacer lo que es correcto, libres para expresar la bondad de Dios.

Lo que nos otorga libertad y dominio es la relación que tenemos con Dios. Dios es la autoridad suprema, el amoroso Padre-Madre. Dios como Amor divino lo incluye todo, y abraza a todos con Su tierno cuidado. Ningún hijo de Dios vale menos que otro. De modo que no hay nadie destinado a la servidumbre o a la superioridad. Puesto que Dios es el amado Padre-Madre de cada uno de nosotros, todos somos bendecidos por igual y merecemos respeto.

Es importante que las mujeres reconozcan su relación con Dios y su derecho divino a la igualdad y a la libertad. Esto no significa que haya que rechazar la tradición y la herencia cultural, sino no dejar que éstas nos limiten injustamente. Se requiere valor moral para cuestionar siglos de desigualdad y servidumbre. Pero el Cristo de Dios nos da el valor para hacerlo.

Cristo Jesús ayudó a las mujeres a superar algunas de las estrictas limitaciones culturales de su época. Según la tradición, los hombres judíos tenían prohibido hablar con mujeres samaritanas, no obstante Jesús no sólo mantuvo un diálogo teológico con una de ellas, sino que se reveló a esta extranjera como el Cristo. Juan 4. Ella fue una de las primeras mujeres predicadoras, que llevó la palabra del Cristo a los hombres de su pueblo alentándolos a ir y ver por sí mismos si Jesús era el Mesías prometido.

Mientras la tradición le hubiera impedido a una mujer de reputación cuestionable acercarse a Jesús cuando estaba comiendo con Simón el Fariseo, Jesús le llamó la atención al dueño de casa (e indirectamente a la tradición que ponía a la mujer de lado), al bendecirla. Lucas 7:36–50. Cuando otra mujer fue condenada por adulterio, mientras que el hombre con quien estaba fue liberado o ignorado, Jesús reprochó la hipocresía de ellos. Luego perdonó a la mujer diciéndole: "...vete, y no peques más". Juan 8:3–11.

En cada situación, Jesús apoyó la naturaleza más elevada del individuo, manteniendo así la igualdad de hombres y mujeres. Ningún hijo de Dios era considerado por él superior o inferior. Quienes buscaron con humildad al Cristo fueron elevados, mientras que aquellos que se mantuvieron con arrogancia en la tradición humana fueron corregidos. Como Pablo explicó posteriormente, el sexo carece de importancia alguna en la comunidad cristiana: "Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús". Gál. 3:28.

Mary Baker Eddy, Fundadora de la Iglesia de Cristo, Científico, sufrió muchas injusticias a causa de la cultura y las tradiciones humanas. Su segundo esposo y el padre de ella, dieron al hijo que ella tuvo a otra familia, sin su conocimiento ni permiso. En aquella época, las mujeres no tenían derechos legales sobre sus propios hijos. Este mismo esposo la abandonaba por largos períodos de tiempo dejándola sin ingreso alguno. Y se tomaba la libertad de tener relaciones con otras mujeres.

Fue sólo después de descubrir que la ley de Dios reina suprema sobre la tierra, que ella pudo liberarse de esa situación. Cuando se tiene en cuenta su vida, las palabras que escribió en Ciencia y Salud cobran un significado especial: "Las ráfagas invernales de la tierra puede que desarraiguen las flores del cariño y las dispersen al viento; pero esa ruptura de lazos carnales sirve para unir más estrechamente el pensamiento con Dios, porque el Amor sostiene al corazón que lucha, hasta que cese de suspirar por causa del mundo y empiece a desplegar sus alas para remontarse al cielo".Ciencia y Salud, pág. 57:24.

Discernimos la verdadera igualdad de mujeres y hombres cuando nacemos de nuevo en Cristo. Este renacer eleva tanto a las mujeres como a los hombres a su estado original como hijos benditos de Dios. Cuanto más dependa la mujer de Dios para tener compañía y apoyo, tanto más percibirá el dominio y la libertad que Dios le ha otorgado. A medida que el hombre dedique más su vida a Dios y cumpla con la ley divina, experimentará dominio y libertad. Desde esta perspectiva más elevada y espiritual, cada uno, hombres y mujeres, descubrirá la promesa de las Escrituras: "Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad". 2 Cor. 3:17.

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