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Proteja su pensamiento y mejore su vida

Del número de abril de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Había Sido profesora toda mi vida y me encantaba enseñar. Además, de acuerdo con la respuesta y el aprendizaje de los estudiantes, puedo decir que fui una buena profesora. No obstante, cuando enseñaba a nivel universitario, llegó un momento en que ya no disfrutaba de enseñar ni de la presencia de los estudiantes. No me sentía completa ni satisfecha; enseñar pasó a ser simplemente una forma de ganarme la vida.

Pensé en estas palabras de Cristo Jesús: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”. Juan 5:19. Razoné que como Dios también es mi Padre, yo también podía recurrir a Él porque era la fuente que ma daba la capacidad para enseñar. Me di cuenta de que mi trabajo era en realidad, la expresión de la bondad de Dios. Entonces, antes de empezar una clase yo afirmaba que, de cierta manera, Dios era el que estaba enseñando; Dios era la fuente del amor, la inteligencia y la vida (especialmente los días que no tenía fuerza alguna para sentirme entusiasta o envuelta con la clase).

Esto me enseñó a valorar la enseñanza, y dejé de sentirme abrumada por las cosas. Oré para ser más amorosa, alegre, justa y clara, porque sabía que así es como Dios me había hecho. También oré por mis estudiantes, para que ellos se sintieran valiosos y seguros en clase, independientemente de las calificaciones que recibían. Yo continué enseñando, los estudiantes siguieron estudiando, pero con todo, enseñar todavía no era tan divertido como antes.

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