Ocurrió un frío día de enero de 1996, durante una tregua en la guerra entre Rusia y la república de Chechenia, al sur. Yo procuraba ingresar a Chechenia para realizar una cobertura de la guerra para el diario Baltimore Sun. El avión aterrizó en un pequeño aeropuerto, donde un colega y yo tomamos un taxi en dirección a una aldea cercana, al pie del imponente Cáucaso.
A uno y otro lado del camino cubierto de nieve aparecían las marca dejadas por el fuego de los combates y vehículos incendiados durante los recientes enfrentamientos. Al llegar a una curva, pudimos ver, a unos 100 metros de distancia, una barricada preparada por los rusos, un carro blindado y un tanque con su cañón apuntando en nuestra dirección. Este tipo de encuentros no es inusual en una zona de guerra, pero la reacción de nuestro conductor no pudo haber sido peor. Asustado, procuró escapar dando la vuelta en "U" y pasando a toda velocidad por encima de las banquinas, que a menudo están minadas, y provocando sospechas en los rusos.
De inmediato comencé a escuchar, detrás de nosotros, el sonido de disparos de armas automáticas. No podría decir si el fuego era de advertencia o si era dirigido contra nosotros, pero sí sabía que en las barricadas rusas hay soldados jóvenes, asustadizos y a menudo ebrios. Había escuchado muchas historias de personas inocentes que han desaparecido, han sido arrestadas o han encontrado un destino aún peor en barricadas como ésas.
Antes de que el conductor pudiera detener el vehículo, mi colega y yo abrimos las puertas del taxi y nos arrojamos hacia afuera, procurando mantener nuestras manos en alto.
Este tipo de incidentes ocurre en minutos, pero da lugar a tantas especulaciones, que podríamos escribir un libro.
No podría decir que lo primero que me vino al pensamiento fue algo productivo, porque estaría mintiendo. Primero me sentí muy molesta. A continuación por un instante recordé algo que me causó gracia. Mi costoso y pesado chaleco antibalas, hecho a medida, había quedado como una burla en el asiento del auto, pensé: ¡qué perdida de dinero!
Luego, cuando cinco soldados rusos avanzaron hacia nosotros apuntándonos con sus fusiles, por un momento me pareció sentir anticipadamente el impacto de las balas en mi cuerpo. Ese pensamiento tan desagradable como que me sacudió y me hizo comprender que necesitaba tener pensamientos más espirituales.
La Christian Science ha tenido una gran influencia en mí, no tanto como religión, sino como un enfoque espiritual para enfrentar la vida. A través de ella, he aprendido que el pensamiento realmente puede cambiar situaciones humanas. ¿Por qué? Porque hay un Dios, un Dios que, según mi modo de ver, es una ley de amor y bondad, actuando en el pensamiento. Tan sólo una vislumbre, apenas un momento de receptividad mental a esa ley, ilumina un cuadro mental oscuro y como consecuencia produce un cambio en la situación.
Si bien a veces determinadas circunstancias me perturban y no recurro a esa ley de Dios de inmediato, siento su influencia en mi pensamiento muy pronto cuando tengo miedo o enfrento una situación difícil.
Durante ese momento de tensión, sintiéndome desesperada en un camino rural de Rusia, lejos de toda ayuda, me aferré instintivamente a algo que me tranquilizara y me diera una razón para creer que esa situación tendría un final feliz para todos.
En ese momento, declaré: " Padre-Madre Dios, del todo armonioso".Ciencia y Salud, pág. 16. Puse énfasis en la palabra Madre. Esa frase corresponde a la interpretación espiritual de la primera línea del Padre Nuestro: "Padre nuestro, que estás en los cielos".
No puedo decir que fue esa oración instintiva lo que impidió que los soldados nos hicieran daño. Pero sí contribuyó a calmar mi pensamiento atemorizado, me permitió evaluar la situación con mayor tranquilidad y creo que tuvo un efecto importante en ella. Si bien todavía me preocupaban las armas que los soldados apuntaban hacia nosotros mientras nos registraban, inspeccionaban nuestro vehículo y nos hacían preguntas acusatorias, al mismo tiempo yo pensaba en ese concepto de Dios como Madre. No era momento de ponerme a considerar las verdades del universo en detalle, pero esa idea correcta me sostuvo y me permitió dominar el pánico.
Semanas atrás, yo le había explicado el concepto de Dios como Madre a una devota amiga rusa ortodoxa, quien, conmovida por mi explicación, se puso a llorar. Su reacción realmente me impresionó y me hizo reconsiderar ese tierno concepto de Dios como Madre, como una amiga íntima que tiene una poderosa influencia para bien en nuestro pensamiento.
De modo que, durante la época de mi viaje a Chechenia, ese concepto estaba arraigado en mi pensamiento.
Pensé en él mientras contemplaba las delicadas facciones de los soldados, que contrastaban notablemente con el horror de la guerra y la función que desempeñaban en ella. Si bien estaban armados y eran evidentemente peligrosos, pensé que todos ellos tenían una madre, que eran seres espirituales gobernados por la ley del amor y la bondad de Dios. Y así como eran capaces de responder al amor maternal y expresarlo, podían también responder al amor de Dios. Y también podía hacerlo yo. Cada vez que se presentaba una duda en mi pensamiento — y ello ocurrió varias veces — recurría a esa clase de razonamiento espiritual.
Puede que esta clase de razonamiento u oración parezca demasiado simple, pero me ayudó a calmar el pensamiento y a tener una actitud amistosa y una expectativa del bien, en lugar de sentirme temorosa o perturbada. En resumen, este enfoque espiritual dio sus frutos.
Si bien los soldados rusos no nos permitieron seguir recorriendo Chechenia aquel día, después de media hora nos liberaron, sin tomar represalias por el comportamiento sospechoso de nuestro conductor. Más tarde, y por otros medios, pude completar el informe sobre Chechenia que había ido a preparar.
Quizás el efecto más notable que tuvo en mí aquella oración sea que pude regresar a Chechenia en calidad de enviada en otra ocasión y preparar mis informes sin inconvenientes, temor ni resentimiento, y con ánimo renovado.
