Es Gracioso, pero de tantas Navidades que recuerdo, hay una que no sólo se destaca de todas las demás, sino que se vuelve cada vez más vívida en mi pensamiento, aunque ocurrió hace más de diez años.
Nuestros familiares nos estaban esperando a mi esposo, a mí y a nuestras dos hijas para la cena de Navidad. Ellos viven cerca, pero yo no me sentía bien para ir. Le dije a mi esposo que fuera con las dos niñas. Él no quería dejarme sola, porque yo me sentía muy débil debido a una seria inflamación de la garganta, y tenía infectado un oído lo que afectaba mi audición. Pero yo insistí en que fueran. Pensaba que la quietud de la casa me ayudaría a orar para sanar la condición.
El estar sola en una casa silenciosa esa Navidad no me hizo sentir ni por un momento sola. Si bien no me la pasé bailando de un lado al otro de la casa, pude pensar y encontrar la manera de celebrar la Navidad sola. No desperdicié ni un segundo en creer que esta enfermedad me la había enviado Dios, ni que era Su manera de enseñarme algunas lecciones.
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