Es Gracioso, pero de tantas Navidades que recuerdo, hay una que no sólo se destaca de todas las demás, sino que se vuelve cada vez más vívida en mi pensamiento, aunque ocurrió hace más de diez años.
Nuestros familiares nos estaban esperando a mi esposo, a mí y a nuestras dos hijas para la cena de Navidad. Ellos viven cerca, pero yo no me sentía bien para ir. Le dije a mi esposo que fuera con las dos niñas. Él no quería dejarme sola, porque yo me sentía muy débil debido a una seria inflamación de la garganta, y tenía infectado un oído lo que afectaba mi audición. Pero yo insistí en que fueran. Pensaba que la quietud de la casa me ayudaría a orar para sanar la condición.
El estar sola en una casa silenciosa esa Navidad no me hizo sentir ni por un momento sola. Si bien no me la pasé bailando de un lado al otro de la casa, pude pensar y encontrar la manera de celebrar la Navidad sola. No desperdicié ni un segundo en creer que esta enfermedad me la había enviado Dios, ni que era Su manera de enseñarme algunas lecciones.
Dios es bueno y sabio. El sólo me podía alentar a conocer lo que es cierto acerca de mí misma como Su hija sana y completa. Dios sólo me ayudaría a actuar mejor dándome valor y sabiduría. Y Él hace esto mediante el amor, no enviándome sufrimiento.
En ese momento, todo esto eran puras palabras para mí. Fue entonces que algo ocurrió.
La habitación — mejor dicho mi conciencia — se llenó de una presencia. Una presencia hermosa, poderosa y suave. Reconocí que era la presencia del Cristo, el mensaje de Dios que me traía paz y curación. Mi pensamiento, mi razonamiento, se aclaró. Y muchas de las cosas que habían estado como flotando en mi pensamiento a lo largo de los últimos meses comenzaron a tener sentido.
Mi esposo y yo acabábamos de cambiar de empleo, y nos íbamos a mudar pronto. Me di cuenta de que yo había estado pensando tanto en esa mudanza que había ignorado a Dios.
No había duda de que este cambio era lo que debíamos hacer. No obstante, la idea de que este paso había promovido nuestro progreso en la vida, o que era absolutamente necesario para que nosotros progresáramos, era totalmente equivocada. La simple mudanza de un lugar a otro no hace progresar a nadie.
El progreso en nuestra vida proviene de Dios, de la Mente divina. El progreso es el resultado de poner nuestro pensamiento en línea con Dios. Dios es la única Mente, y nos transmite ayuda y paz a cada uno de nosotros en forma de ideas. Y esas ideas se pueden reconocer y son prácticas.
La percepción espiritual que tuve esa noche de Navidad me hizo comprender que podía dar un paso de progreso en ese mismo momento. Por ejemplo, podía amar y perdonar. Podía respetar los talentos que observaba en las otras personas. Podía dejar de pensar tanto en mí misma. Podía tratar de ayudar a los demás, a todos los demás, no sólo a aquellos que me podrían ayudar a mí a cambio. Y yo podía sentir el espíritu del Cristo, que venía de Dios a mí.
Ese día sentí tanta inspiración que me demostró que había mucho progreso que celebrar. Sané de inmediato y recuperé totalmente la audición. Y la mudanza de nuestros muebles fue tan rápida que casi no la recuerdo.
Cuando abrimos nuestro pensamiento a la bondad de Dios obtenemos progreso y curación, durante la Navidad y en cualquier otro momento.
