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Con lágrimas de gratitud

Del número de abril de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace unos nueve años, un domingo, estábamos regresando en auto de un viaje, mi marido, mi hija, mi yerno y yo. Llovía mucho y la ruta tenía muchas curvas. En un trecho de sierra, surgió de repente un camión en sentido contrario. Mi yerno, que iba manejando, trató inútilmente de evitar el choque, saliéndose del camino. El golpe fue justo del lado donde yo estaba. Nuestro automóvil dio varias vueltas y se detuvo sobre una roca. En aquel momento pensé: “Dios está presente”. Perdí el sentido por algunos segundos, pero luego volví en mí. Había otros cuatro autos envueltos en el accidente.

Nos llevaron en ambulancia a la sala de emergencias más cercana. Mis familiares no habían resultado heridos, pero yo no conseguía mover el brazo izquierdo y escupía sangre; también sentía mucho dolor. En la sala de emergencias me mandaron a un hospital, pero yo les pedí que me llevaran a mis casa. Estoy agradecida porque todos aceptaron mi decisión.

En casa llamé inmediatamente a una practicista de la Christian Science y le pedí tratamiento mediante la oración. Yo no conseguía hablar bien y no pude explicarle la situación, pero ella me aseguró que oraría por mí y declaró que mi vida no dependía de sangre ni de huesos, sino exclusivamente de Dios. Esas ideas eliminaron el miedo que yo sentía. Durante aquella semana no pude acostarme y sólo podía tragar líquidos con mucho esfuerzo. Pasaba el tiempo recostada, leyendo la Biblia y Ciencia y Salud, agradeciendo siempre a Dios, porque tenía mucho que agradecer: el auto no se había caído por el peñasco; aunque la gasolina se derramó, no había prendido fuego; y mis familiares habían salido ilesos. No obstante, a pesar del apoyo constante que recibía de la practicista, no estaba mejorando.

El sábado, me senté junto a mi marido que estaba almorzando, y empecé a llorar, profundamente desanimada. Él para distraerme encendió la radio. En aquel instante, comenzaron a tocar una melodía irlandesa muy conocida que está incluida en el Himnario de la Christian Science. Ese himno se canta mucho en nuestra iglesia filial y recordé inmediatamente la letra. Sentí que era un mensaje angelical. Tomé el himnario y leí detenidamente los versículos. La primera estrofa dice lo siguiente:

“Oh soñador, despierta de tus sueños,/ levántate cautivo, libre ya; / que el Cristo rasga del error el velo / y de prisión los lazos romperá./ Con la salud viene él a bendecirte/ Y del dolor el llanto a restañar; / viene otra vez, al corazón humilde / a revelar la senda celestial”. (N° 412)

Después, seguí llorando, pero no por el dolor, sino de gratitud y alegría. Me sentía perfectamente bien, fue como si hubiera despertado de un mal sueño. Llamé a la practicista para contarle las buenas nuevas y darle las gracias. Al día siguiente, domingo, fui a la iglesia como de costumbre. Después de eso, no volví a tener ningún rastro del dolor o del malestar. La curación se produjo en aquel instante y fue completa.

Estoy inmensamente agradecida a Dios por el don de la Ciencia del Cristo y por Mary Baker Eddy por haberse empeñado tanto para dejarla por escrito para la humanidad. También estoy agradecida por la dedicación que los practicistas demuestran hacia quienes los necesitan.



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