Desde Niña había soportado las llagas que me aparecían en los labios. A lo largo de los años llegué a la conclusión de que esto ocurría siempre que se me secaban los labios debido al viento o al sol. Además, como mi mamá y yo teníamos un problema similar, pensé que debía de ser hereditario. A raíz de esto, siempre llevaba cremas protectoras contra el sol y para los labios dondequiera que iba, y me preocupaba mucho cuando descubría que había salido sin ellas.
Luego, después de años de ausencia, volví a asistir a una Iglesia de Cristo, Científico. También comencé a estudiar las Lecciones Bíblicas todos los días, y a aplicar lo que iba aprendiendo en mi vida diaria. Este estudio no sólo me instruyó e inspiró, sino que me sanó.
Un día, después de haber estado al sol, sentí el conocido hormigueo. En esta ocasión, en lugar de temer la aparición de las llagas, decidí rechazarlas con firmeza. Pensé: “Ah, no lo voy a permitir. No estoy dispuesta a soportar esta mentira. No las voy a tener. No hay ninguna ley de Dios que diga que tengo que tener llagas. La ley de Dios es buena”.
En la Biblia había aprendido que Dios declaró que Su creación es buena “en gran manera” (véase Génesis 1:31). Debido a esto y a lo que yo había estado aprendiendo acerca de Dios y el hombre a Su imagen, razoné que ni el sol ni el viento podían hacerme daño. Soy la semejanza espiritual de Dios, y estoy rodeada eternamente por Su amor y cuidado. No podía estar sujeta al dolor, al clima o a la herencia. Puesto que estas cosas no son buenas, no provienen de Dios, y no tienen ningún poder para hacerme daño.
Esta declaración de Ciencia y Salud me enseñó lo que necesitaba hacer: “Tomad posesión de vuestro cuerpo y regid sus sensaciones y funciones. Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de eso, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre” (pág. 393). Puesto que Dios me había dado dominio, yo sabía que tenía control sobre lo que aceptaba en mi pensamiento.
Ese fue el fin del problema. El hormigueo desapareció; no tuve ninguna llaga. Eso ocurrió hace unos tres años. Ya no tengo ese problema y no llevo protección para los labios ni contra el sol. No hay ley de Dios que diga que debo hacerlo.
Estoy muy agradecida por conocer la bondad de Dios y la perfección del hombre como la explica la Christian Science.
Auckland, Nueva Zelanda
