Desde Niña había soportado las llagas que me aparecían en los labios. A lo largo de los años llegué a la conclusión de que esto ocurría siempre que se me secaban los labios debido al viento o al sol. Además, como mi mamá y yo teníamos un problema similar, pensé que debía de ser hereditario. A raíz de esto, siempre llevaba cremas protectoras contra el sol y para los labios dondequiera que iba, y me preocupaba mucho cuando descubría que había salido sin ellas.
Luego, después de años de ausencia, volví a asistir a una Iglesia de Cristo, Científico. También comencé a estudiar las Lecciones Bíblicas todos los días, y a aplicar lo que iba aprendiendo en mi vida diaria. Este estudio no sólo me instruyó e inspiró, sino que me sanó.
Un día, después de haber estado al sol, sentí el conocido hormigueo. En esta ocasión, en lugar de temer la aparición de las llagas, decidí rechazarlas con firmeza. Pensé: “Ah, no lo voy a permitir. No estoy dispuesta a soportar esta mentira. No las voy a tener. No hay ninguna ley de Dios que diga que tengo que tener llagas. La ley de Dios es buena”.
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