Cuando tenía nueve años, una amiga de la escuela me invitó a ir con ella a la Escuela Dominical de la Christian Science. Desde entonces he estado interesada en esta Ciencia.
A lo largo de los años, he enfrentado muchos desafíos. Recuerdo que en una ocasión, uno de mis hijos, que estaba interno en un colegio, tuvo un ataque de epilepsia durante la noche. El médico del colegio lo refirió a un neurocirujano, y le hicieron una cita para que lo examinaran. Me comuniqué con una practicista de la Christian Science para pedirle tratamiento antes de que le hicieran el examen requerido por la escuela. Yo tenía confianza en que los resultados de las pruebas resultarían negativos. De modo que me quedé muy sorprendida cuando regresaron los resultados y diagnosticaron que mi hijo era epiléptico. Me dijeron que necesitaría tomar pastillas el resto de su vida para poder controlar la enfermedad.
Al principio me sentí confundida, porque no podía creer que el tratamiento en la Christian Science no hubiera dado resultado. Pero cuando me puse a pensar en la situación, me di cuenta de que los diagnósticos médicos no tenían nada que ver con el hijo perfecto de Dios, que es una idea espiritual, la imagen y semejanza de su Padre. La materia no podía dar ninguna información sobre la actividad de la única Mente, que todos reflejamos. Ciencia y Salud nos dice: “La materia no puede desempeñar las funciones de la Mente” (pág. 478).
En ese entonces mi hijo tenía catorce años, y decidió no tomar los medicamentos, sino apoyarse en la oración para sanar. Hoy es un hombre grande que tiene su propia familia, y estoy muy agradecida porque desde ese día nunca volvió a tener ningún ataque de epilepsia.
Nunca volvió a tener otro ataque de epilepsia.
En otra ocasión durante las vacaciones de la escuela, un amigo había llevado a un grupo de chicos a pasar el día en la costa en un lugar bien alejado, para que se divirtieran esquiando sobre las dunas de arena. Yo había acordado pasarlos a buscar por la noche. Salí cerca de las cuatro de la tarde porque era invierno y quería regresar antes de que oscureciera. Había recorrido varios kilómetros fuera del pueblo, cuando me di cuenta de que el tanque del coche estaba casi vacío. Me había olvidado de cargar gasolina al salir de casa. Y aquí estaba a kilómetros de distancia de la civilización mientras mis hijos me esperaban en una playa solitaria.
Me detuve y recurrí a Dios. Desde que había asistido a la Escuela Dominical siempre había creído que para Dios todas las cosas eran posibles. Recordé lo que dice Ciencia y Salud: “Existe hoy día el peligro de repetir la ofensa de los judíos por limitar al Santo de Israel y preguntar: ‘¿Podrá [Dios] poner mesa en el desierto?’ ¿Qué no puede hacer Dios?” (pág. 135).
Percibí muy claramente que en la Mente divina no puede haber vacío alguno. Como reflejo de Dios, yo ya tenía todo lo que necesitaba en todo momento. Allí mismo estaba la realidad espiritual, la omnipresencia de Dios, donde el bien no puede estar ausente.
Encendí el motor y volví a salir, pero momentos después una camioneta pequeña me pasó, y noté que en la parte de atrás llevaba un bidón, y de inmediato supe lo que contenía. El conductor se detuvo un poco adelante en la carretera y yo me estacioné a su lado. El bidón tenía gasolina y el hombre muy atentamente puso suficiente en mi tanque como para que llegara a destino y regresara a casa antes de que anocheciera.
Hace alrededor de un año, sané completamente de lo que parecía ser artritis, por lo cual estaré eternamente agradecida. Me desperté una mañana con mucho dolor y casi no podía moverme. Con gran dificultad me las arreglé para salir de la cama y vestirme. No podía levantar los brazos ni girar la cabeza. Tuve mucho miedo de estar discapacitada, pero sabía que debía recurrir a Dios en busca de ayuda. Llamé a una practicista quien muy amorosamente estuvo de acuerdo en darme tratamiento mediante la oración. La curación tomó un tiempo para producirse, y hubo períodos en que me sentí muy desalentada, y tuve la tentación de ir a una clínica en busca de alivio para el dolor. Pero no me di por vencida. La practicista me alentó mucho y yo concentré mi pensamiento en la totalidad de Dios. Sabía que todo lo que viene de Dios es bueno, y si no es bueno, no es de Dios y es falso.
Ciencia y Salud nos dice: “Toda ley de la materia o del cuerpo, que se supone que gobierna al hombre, es anulada y derogada por la ley de la Vida, Dios” (pág. 308). La ley de Vida incluye toda acción y no puede ser interrumpida.
Lentamente comencé a mejorar. A medida que mi pensamiento se fue espiritualizando, todos los síntomas físicos comenzaron a desaparecer. Sané completamente y volví a mi vida normal y activa.
Estoy muy agradecida a la Sra. Eddy por habernos dado esta religión tan maravillosa y práctica.
Port Elizabeth, Eastern Cape
África del Sur
