— Papá, ¿qué hacían en el tanque de agua?
— Lo hacíamos rodar, caminando por adentro.
— ¿Y por dónde iban?
— Rodábamos por el barro, el césped.
Y por todo el mundo.
— Eso se lo imaginaban, ¿no?
— Arriesgábamos la vida saltando sobre un techo de tejas; cruzando una laguna de chocolate oscuro; resbalando por la joroba aterciopelada de un dromedario y aplastando un campo lleno de dientes de ajo.
— ¡Ajos, qué olor!
— Sí, pero de repente aparecía un cóndor para protegernos con sus alas brillantes de olor a canela. Y nos llevaba volando a casa.
— ¿Y qué decían tus papás?
— Mi mamá me hacía dar un baño; después comía y me iba a la cama.
— ¿Y tu papá?
— Mi papá se sentaba en la cama, y yo le contaba qué bien lo había pasado rodando con el tanque por el barro y por el césped. Y cuando me besaba en la frente me preguntaba de dónde había sacado ese olor a ajo.
— ¡Él ya lo sabía!
— Nuestros padres saben más de lo que nos imaginamos. Pero piensa, cuánto más sabe Dios y nos protege.
Dios sabe todo el bien que se sabe, y nos cobija como las alas protectoras de un cóndor.
Los tanques recogen el agua de pozo. Una bomba transporta el agua al tanque, y el agua luego se distribuye por la cocina y baños de la casa.
