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Internet: una comodidad para usar con inteligencia

Del número de abril de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Palabra “Internet” de inmediato me hace pensar en mi atestado correo electrónico y en mi propio sitio, me hace pensar en mis artistas y cantantes predilectos, y en mis sitios favoritos de Lo que el viento se llevó y las poco conocidas fotografías de Clark Gable. Al igual que muchos otros adolescentes, me entusiasmo al oír la palabra “Internet” porque me permite conectarme con gente de todo el mundo, visitar sus sitios en la Web, leer sus mensajes — a veces en su propio idioma — y porque pone muchas cosas a mi disposición.

Sin embargo, en mi vida diaria me alejo de las ideas en las que no deseo tomar parte ni conocer. Por ejemplo, no escucho algunas canciones que mis amigos escuchan; no me gusta el fútbol americano, ni leo determinados libros. De la misma forma, soy selectiva con respecto a los sitios de la Web que visito.

La mayoría de los servicios, la información y los productos que se encuentran en el Internet estaban disponibles antes de que apareciera la red. Por ejemplo, aunque muchas familias compren comida y otros productos por computadora, siempre han tenido acceso a los mismos en los supermercados. Antes, yo solía escribir cartas a mis amigos del campamento de verano, pero ahora les envío un mensaje por correo electrónico y les cuento con más rapidez acerca de la terrible prueba de matemáticas que tuve que dar por la mañana.

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