Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Después de una helada devastadora...

Del número de abril de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A Quella Noche, mi papá y yo preparamos los huertos para lo peor. El informativo predecía que iba a haber una helada muy fuerte. Nuestros manzanos estaban florecidos. Cuando comenzó a bajar la temperatura, tratamos de proteger las flores. Pero hacía demasiado frío. Es de lo más desalentador ver como todo un año lleno de esperanza y promesa es destruido en unas pocas horas. Después de que pasó la helada, confirmamos lo peor. Habíamos perdido toda la cosecha.

Comenzamos a prepararnos para la gran pérdida de dinero y para afrontar los gastos que continuarían a pesar de lo ocurrido. Oré para liberarme de la profunda depresión y la decepción que sentía. Recordé una de las declaraciones de Cristo Jesús: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio”. Juan 7:24. Si bien en los huertos tuvimos grandes pérdidas, me di cuenta de que tenía que “juzgar con justo juicio”, o sea tenía que ver la situación desde un punto de vista espiritual. Tenía que ver más allá de lo que parecía ser la destrucción de la provisión que Dios tenía para Sus hijos.

Entonces pensé en otra lección que la vida de Jesús nos ha legado. Pensé en el momento en que alimentó a miles de personas tan solo con unos pocos panes y peces. Véase Mateo 14:15-21. Probó que no hay límite en el cuidado que Dios nos prodiga. Las cantidades numéricas, o la falta de ellas, no significan nada para Dios. Es lo que Él es capaz de hacer por nosotros, a pesar de las condiciones externas, lo que hace la diferencia.

¿Cuál es la verdadera fuente de nuestra provisión?

Confiar en la provisión de Dios es como levantarse de la cama por la mañana y apoyar los pies en el suelo. Confiamos en que el suelo estará allí. Nunca lo cuestionamos. De igual manera, cuando comprendemos la presencia constante del amor de Dios y nos apoyamos lealmente en ese amor en busca de ayuda, esperamos que nuestras necesidades sean satisfechas. No podemos dudar.

Comencé a tener más confianza en que Dios respondería a las necesidades operativas de nuestra granja, en vez de pensar que algo dependía de mí, del tiempo o del huerto. Abrí mi pensamiento para ver las infinitas maneras en que Dios respondería a nuestras necesidades. Según las apariencias externas, la entrada proveniente de la cosecha de manzanas no sería la que pagaría las cuentas esa temporada. Pero cualesquiera fueran los medios, se manifestarían.

Dos semanas después, estaba yo inspeccionando el huerto, cuando vi la cosa más sorprendente. Fui corriendo al negocio a buscar a mi papá. “No vas a creer esto”, le dije. Lo llevé al huerto. Le mostré lo que había visto. Los árboles tenían manzanas. Pequeñas, y no muchas, pero tenían manzanas. Yo casi no lo podía creer. Llamé a un consultor de mucha experiencia, y él estaba tan sorprendido como nosotros. Al revisar más cuidadosamente, observamos que había nuevos brotes y los árboles estaban floreciendo en la mayor parte del huerto. No había muchos, pero el hecho de ver tan sólo uno fue suficiente para que nosotros saltáramos de contentos.

La gente especulaba que esas flores no durarían porque eran débiles, y que cualquier manzana que resultara de ellas se caería antes de tiempo, debido a la helada. Yo continué orando para ver que cualquiera fuera la circunstancia, Dios da provisión a todos. Mientras tanto esas flores se quedaron y se transformaron en buena fruta.

Cuando llegó el otoño, tuvimos una cosecha increíble. Las manzanas eran más grandes de lo común debido a que el número de ellas en cada árbol era menor. Y para ayudar más la situación, el precio de las manzanas más grandes fue muy alto ese año. Obtuvimos más ganancias por aquellas pocas manzanas de lo que esperábamos ganar por toda la cosecha.

¿De dónde vinieron esas manzanas? ¿Cómo pudimos tener una cosecha después de esa helada tan devastadora?

La habilidad que tiene Dios para responder a nuestras necesidades no está a merced de los árboles, la tierra, o las condiciones del tiempo. Dios es Espíritu. El tiempo está bien un año y mal al siguiente. Las estaciones van y vienen. Pero la habilidad que tiene Dios para cuidar de nosotros es por siempre invariable.

Con Dios, nunca hay pérdidas, tan solo una nueva oportunidad para que probemos que, cuando nos apoyamos totalmente en Él, nada nos puede faltar. Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy declara: “La circunstancia misma que tu sentido sufriente considera enojosa y aflictiva, puede convertirla el Amor en un ángel que hospedas sin saberlo”.Ciencia y Salud, pág. 574. Esos nuevos florecimientos fueron para nosotros una prueba de que frente a una gran pérdida y destrucción, el cuidado de Dios es constante.

Cuanto más confiemos en Dios, y menos en las cosas externas que vienen y van, más experimentaremos la abundancia de Dios en nuestra vida. No importa lo que ocurra en la economía humana, Dios, la fuente de todo lo que necesitamos, está por siempre intacto.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / abril de 2001

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.