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Resucitemos al niño perdido

Del número de abril de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Íbamos Caminando entre los puestos de un mercado al aire libre, cerca del Lago Toba, al norte de Sumatra, cuando mi amiga indonesia vio una estatuilla grabada en caoba. “¡Mira!”, me dijo. “Esa estatuilla da una idea de cómo consideran los indonesios a sus hijos. Los ponen bien en alto, por encima de sí mismos. ¡Para ellos, los niños están primero!”

La estatuilla me encantó. Representa tres figuras interrelacionadas: un niño pequeño, su padre y un hermanito o hermanita bebé. En la parte más alta está el niño pequeño, situado una cabeza por encima de su padre. Con los pies firmemente plantados en los hombros de su papá y sus manos bien agarradas a la cabeza de éste, escudriña el mundo que tiene por delante con serena confianza. Mirando a ambos está el bebé, hamacándose sobre las rodillas del papá.

Hoy en día esa estatuilla ocupa un lugar especial en mi casa. Me gusta pensar en el ideal que representa, y recordar la manera en que el artesano y su familia, nos transmitieron su mensaje. Ellos trataban a sus hijos como si fueran invitados especiales, y así nos los presentaron. Mientras yo les compraba la estatuilla y otros recuerdos, continuaron sirviéndoles el almuerzo a los niños en la parte de atrás de la tienda. Realmente les manifestaban mucho amor.

Poner a nuestros niños bien en alto y atesorar el lugar tan especial que ocupan en nuestra vida y en nuestro mundo, es un ideal que la humanidad no siempre ha respetado. Especialmente hoy en día, cuando alrededor de 200 millones de niños en todo el mundo trabajan largas horas prácticamente como esclavos. Otros son obligados a combatir. Mientras que otros más se ven obligados a prostituirse. Durante la última década, millones de niños se convirtieron en refugiados como resultado de los conflictos posteriores a la Guerra Fría. Y millones de niños están sin hogar, incluso en algunas de las naciones más ricas del mundo. Véase Robin Wright, “World View: The Littlest Victims of Global ‘Progress’”, Los Angeles Times, 11 de enero de 1994, pág. 1; Roslyn Guy, “It’s a Child World”, The Age, John Fairfax Group Pty Ltd, 22 de octubre de 1996, pág. 8.

Pareciera como que usted y yo poco podemos hacer para ayudar a los niños que están inmersos en esas condiciones. Pero por lo menos podemos comenzar sabiendo que la humanidad no tiene porqué tolerar tales condiciones de vida, y sí puede tener como modelo a cristo Jesús. Casi dos mil años antes de que las Naciones Unidas aprobaran la “Declaración de los Derechos del Niño”, Jesús defendió los derechos de los niños y, lo que un erudito de la Biblia denomina, “la santidad de la niñez”. J.R. Dummelow, A Commentary on the Holy Bible (New York: Macmillan, 1936), pág. 689.

La Biblia relata que una ocasión, unos padres llevaron a sus hijos a ver a Jesús para que éste les concediera una bendición especial. No obstante, sus discípulos consideraron que los niños no eran lo suficientemente importantes como para merecer el tiempo y la atención del Maestro. De modo que les dijeron a los padres que los niños no debían molestar a Jesús. Pero Jesús no aprobó la actitud de sus discípulos. “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis”, les dijo sin rodeos, “porque de los tales es el reino de Dios”. Marcos 10: 13–16. Luego tomó a los niños en sus brazos v los bendijo.

Jesús percibía la santidad de los niños. Pensaba que estaban más listos que muchos adultos para entrar en el reino de Dios. Y eso nos recuerda que debemos respetar lo que los niños representan y amar la natural inocencia y afecto que Dios les ha otorgado. También nos recuerda que jamás debemos atentar contra la santa sencilla confianza que tienen en la bondad de la humanidad. En nuestra bondad.

El hecho es que hay una relación entre nuestra visión de los niños y nuestra visión de nosotros mismos. El amar a nuestros niños — y a los niños del mundo — de alguna forma nos ayuda a amarnos más a nosotros mismos. Sería difícil valorarnos a nosotros mismos y a nuestros semejantes sin valorar a los niños.

¿Por qué? Porque ante los ojos de Dios, los niños y los adultos — todos nosotros — estamos en el mismo nivel, por así decirlo. Todos tenemos el mismo valor. El Padre y Madre del universo nos ve a todos como Sus hijos, ni más, ni menos; somos los hijos de Dios desde toda la eternidad y por toda la eternidad. Para Dios, no hay diferencias de edad. No hay “yo sé más (o menos) que tú”, ni “yo valgo más (o menos) que tú”. Hay un solo y único Padre, amando por igual a cada hijo e hija. Cuidándonos a todos por igual. Elevándonos a todos lo suficientemente alto, como para vernos unos a otros como la semejanza espiritual de la divinidad.

El comprender esto — aun en pequeña medida — cambia la forma en que nos vemos a nosotros mismos y a los demás. Mejora nuestra relación con nuestros semejantes. Nos permite a todos ayudar mejor a los demás, incluyendo a los amados niños, que parecen ser los más vulnerables a las circunstancias esclavizantes. Esta comprensión tiene el poder de sacar a los niños de la pobreza, la enfermedad, la explotación, la pérdida de hogar y la desesperanza. ¡Y significa resurrección espiritual para usted también! La clase de resurrección que Mary Baker Eddy define en Ciencia y Salud como “espiritualización del pensamiento; una idea nueva y más elevada de inmortalidad, o existencia espiritual; la creencia material sometiéndose a la comprensión espiritual”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 593.

Permítame contarle algunas historias de personas que han experimentado esa resurrección espiritual y rescatado a varios niños “perdidos”, de formas maravillosas y prácticas.

*A través de su oración por los niños de la calle, una señora de Venezuela decidió trabajar con mucha dedicación para una organización que brinda comida, casa, vestimenta y educación a cientos de niños. Mientras oraba, encontró a un niño de dos años que estaba en gran estado de abandono y tenía una enfermedad en la piel. Esta señora y su esposo llevaron al niño a su hogar, lo cuidaron y oraron por él. Pronto el niño se restableció. Posteriormente, lo adoptaron.

*Una pareja en los Estados Unidos oró durante varios años acerca de la posibilidad de formar una familia. Gradualmente, se dieron cuenta de que deseaban compartir su vida con un niño que no tuviera hogar debido a conflictos armados. Hace poco, esa pareja formó una familia de tres miembros con la llegada de su hijo adoptivo.

*Desde hace varios años, algunos miembros de una iglesia de la Christian Science en Brasil han estado aceptando a los niños de la calle en la Escuela Dominical. Esos niños se están transformando en elementos productivos y respetables de su comunidad. En algunos casos, han presentado la Ciencia del Cristianismo a familias enteras, acercándolas así a la iglesia.

*En los Estados Unidos, una señora trabaja de voluntaria como profesora de arte en una institución de máxima seguridad para jóvenes adolescentes. Allí se relacionó con la madre de una de las estudiantes. Esta señora tiene a su cargo una nieta de seis años, cuya madre está también en prisión. La niña deseaba conocer a la profesora de arte de su tía y a su esposo. De modo que la pareja la invitó a pasar un fin de semana con ellos, en el que comió panqueques calientes, dibujó, aprendió el abecedario y asistió a la Escuela Dominical. Lo que más le gustó a la niña fueron las oraciones a la hora de dormir. Ahora esa niña espera poder pasar el próximo verano con sus nuevos amigos.

*Una mujer que había estado en la práctica sanadora durante muchos años, de pronto se dio cuenta de que no había niños en su vida ni en su práctica, y que algo precioso le faltaba. Al orar por ver la plena expresión de las cualidades de niño, su experiencia cambió. Encontró niños jugando en la vereda de su edificio, y se hizo amiga de ellos. Los niños le pidieron ayuda, y ellos y otras personas fueron sanados rápidamente a través de la oración. Su vida se renovó y revitalizó.

Cada una de estas resurrecciones es importante. Cada esfuerzo por ayudar a un niño contribuye a la salvación universal que debe llegar a toda la humanidad. Estoy agradecida a aquel artesano de Indonesia, cuyas piezas de arte me invitan diariamente a unirme a él y a muchos otros, para enaltecer a los niños del mundo.

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