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Resucitemos al niño perdido

Del número de abril de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Íbamos Caminando entre los puestos de un mercado al aire libre, cerca del Lago Toba, al norte de Sumatra, cuando mi amiga indonesia vio una estatuilla grabada en caoba. “¡Mira!”, me dijo. “Esa estatuilla da una idea de cómo consideran los indonesios a sus hijos. Los ponen bien en alto, por encima de sí mismos. ¡Para ellos, los niños están primero!”

La estatuilla me encantó. Representa tres figuras interrelacionadas: un niño pequeño, su padre y un hermanito o hermanita bebé. En la parte más alta está el niño pequeño, situado una cabeza por encima de su padre. Con los pies firmemente plantados en los hombros de su papá y sus manos bien agarradas a la cabeza de éste, escudriña el mundo que tiene por delante con serena confianza. Mirando a ambos está el bebé, hamacándose sobre las rodillas del papá.

Hoy en día esa estatuilla ocupa un lugar especial en mi casa. Me gusta pensar en el ideal que representa, y recordar la manera en que el artesano y su familia, nos transmitieron su mensaje. Ellos trataban a sus hijos como si fueran invitados especiales, y así nos los presentaron. Mientras yo les compraba la estatuilla y otros recuerdos, continuaron sirviéndoles el almuerzo a los niños en la parte de atrás de la tienda. Realmente les manifestaban mucho amor.

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