Había llevado mi carro al taller y decidí tomar un taxi para recogerlo. Al bajarme, dejé olvidada mi agenda de trabajo donde apunto las citas, teléfonos y direcciones de mis clientes, pues soy asesora de bienes raíces.
Cuando me di cuenta, mi primer reacción fue ponerme furiosa conmigo misma; eso significaba que iba a tener que recabar otra vez toda la información. No dejaba de inquietarme el incidente.
Tomé asiento en la salita de espera del taller y traté de tranquilizarme. Entonces comencé a orar. Razoné pensando que hay una sola Mente, que es Dios, y que en esta Mente todo está en su lugar correcto y en armonía. Traté de comprender que esta información con la que yo contaba estaba resguardada por Dios. Esto me dio esperanzas, porque vi que Dios tenía infinitos caminos con que bendecirme, y que aunque esta agenda no tenía mi nombre ni nada con qué identificar que me pertenecía, Dios sí sabía quién era yo y Él sería mi ayuda.
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