Había llevado mi carro al taller y decidí tomar un taxi para recogerlo. Al bajarme, dejé olvidada mi agenda de trabajo donde apunto las citas, teléfonos y direcciones de mis clientes, pues soy asesora de bienes raíces.
Cuando me di cuenta, mi primer reacción fue ponerme furiosa conmigo misma; eso significaba que iba a tener que recabar otra vez toda la información. No dejaba de inquietarme el incidente.
Tomé asiento en la salita de espera del taller y traté de tranquilizarme. Entonces comencé a orar. Razoné pensando que hay una sola Mente, que es Dios, y que en esta Mente todo está en su lugar correcto y en armonía. Traté de comprender que esta información con la que yo contaba estaba resguardada por Dios. Esto me dio esperanzas, porque vi que Dios tenía infinitos caminos con que bendecirme, y que aunque esta agenda no tenía mi nombre ni nada con qué identificar que me pertenecía, Dios sí sabía quién era yo y Él sería mi ayuda.
En ese momento recordé un pasaje de la Biblia donde el profeta Eliseo ayuda a la gente que estaba con él a que recupere un objeto perdido a orillas del Jordán. Dice así: "Aconteció que mientras uno derribaba un árbol se le cayó el hacha en el agua y gritó diciendo: ¡Ah, señor mío, era prestada! El varón de Dios preguntó: ¿Dónde cayó? Y él le mostró el lugar. Entonces Eliseo cortó un palo y lo echó allí, e hizo flotar el hierro" (2 Reyes 6:5). Esto me afirmó más en mi esperanza de que la ley de Dios está siempre en acción. Dejé de preocuparme, recogí mi auto y me fui a trabajar.
Al día siguiente, fui a una cita que estaba marcada en la agenda con el nombre del cliente, hora y teléfono. La cliente me preguntó si había dejado olvidada mi agenda en un taxi porque la había llamado una persona que había abordado el mismo taxi y había recogido la agenda. Y el único dato que tenía para identificarme era esa cita. La señora había dejado su teléfono para que yo pudiera comunicarme con ella y entregarme dicha agenda, ya que pensó que a nadie más le podía servir, sino a su dueña, según sus propias palabras. Más tarde cuando fui a recoger mi agenda esta persona todavía me agradeció por haberla ido a recoger.
No puedo describir la emoción que sentí al confirmar una vez más que Dios tiene infinitos caminos con que bendecirnos.
México DF, México