Cuando mi sobrino Luis salió de vacaciones, me pidió que le cuidara sus pececitos, Coco y Chanel. Su mamá me los trajo a casa, armó la pecera y el filtro y me mostró la cantidad de alimento que debía darle todos los días.
A la mañana siguiente, cuando fui a darles de comer, apenas se movían y no se veían bien. Ni siquiera quisieron comer. Llamé a un amigo que me dijo: "Bueno, si no están flotando en la superficie del agua, todavía están vivos". ¡Eso no me ayudó para nada! No quería tener que decirle a Luis que sus pececitos no habían sobrevivido mientras estaba de viaje. Eso le hubiera arruinado la alegría de volver a casa.
Yo sabía que necesitaba dejar de temer que algo malo pudiera pasarles a Coco y a Chanel, o a cualquiera de las criaturas de Dios. Cristo Jesús dijo a sus seguidores: "...predicad el evangelio a toda criatura". Marcos 16:15. El evangelio da las buenas nuevas de que Dios nos ama y nos cuida. Así que hice exactamente eso. Me senté cerca de esos queridos pececitos y les dije: "y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se mueve... Y vio Dios que era bueno". Génesis 1:21.
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