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Mi amiga de Lynn

Del número de agosto de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Ella Debe Haber estado en este mismo promontorio sobre el Atlántico en el que yo estoy parada hoy, en una tarde fría y lluviosa, observando cómo la primavera temprana disipa los últimos días grises del invierno. La marea baja pone al descubierto las enormes piedras rojizas repletas de algas. Se requiere visión para imaginar esta escena en verano, con el sol de Nueva Inglaterra en todo su esplendor, cuando las olas azules forman toneladas de espuma al romper sobre las duras rocas resecas por el sol.

Mi amiga tenía esa clase de visión. Ella veía belleza y promesa donde otros veían fealdad y desesperación. Debía ver las cosas de esa forma. De lo contrario no podría haber sobrevivido a las crisis que atravesó durante sus años en Lynn.

Por alguna razón, por esas mismas crisis y por la manera en que las superó, siento más amor por ella. Sé que ella entendería las adversidades que yo he enfrentado, porque ella misma las pasó.

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