Ella Debe Haber estado en este mismo promontorio sobre el Atlántico en el que yo estoy parada hoy, en una tarde fría y lluviosa, observando cómo la primavera temprana disipa los últimos días grises del invierno. La marea baja pone al descubierto las enormes piedras rojizas repletas de algas. Se requiere visión para imaginar esta escena en verano, con el sol de Nueva Inglaterra en todo su esplendor, cuando las olas azules forman toneladas de espuma al romper sobre las duras rocas resecas por el sol.
Mi amiga tenía esa clase de visión. Ella veía belleza y promesa donde otros veían fealdad y desesperación. Debía ver las cosas de esa forma. De lo contrario no podría haber sobrevivido a las crisis que atravesó durante sus años en Lynn.
Por alguna razón, por esas mismas crisis y por la manera en que las superó, siento más amor por ella. Sé que ella entendería las adversidades que yo he enfrentado, porque ella misma las pasó.
Mi amiga se quedó viuda pocos meses después de su primer matrimonio. Sufrió de indigestión crónica y problemas renales durante décadas. Su familia la separó de su hijo, George, cuando el niño tenía apenas cuatro años. Cuando se mudó a Lynn en 1864, su matrimonio con un dentista itinerante llamado Daniel Patterson estaba a punto de disolverse. Prácticamente sin un centavo, se vio obligada a empacar sus escasas posesiones y trasladarse de pensión en pensión por toda la zona de fábricas de calzado de Lynn.
En ese momento crucial, la vida de Mary Baker Eddy cambió de rumbo. Su larga búsqueda de salud y seguridad culminó en una experiencia que transformó su vida. En febrero de 1866, en la esquina de las calles Oxford y Market de la ciudad de Lynn, resbaló y cayó sobre una acera cubierta de hielo, lo que le provocó heridas graves en la cabeza y en la columna vertebral. Dos días después, fue trasladada en trineo a su pensión de la calle Paradise Road No23, en la cercana ciudad de Swampscott.
Lo que sucedió luego en su habitación fue extraordinario. Mary leyó en la Biblia una de las curaciones de Jesús, tras lo cual, para asombro de todos, se levantó de la cama, se vistió y se dirigió a la sala a reunirse con sus amigos.
Pero más importante fue lo que sucedió en el interior de su pensamiento, pues allí ocurrió algo revolucionario. Ella había escuchado el inequívoco mensaje de que Dios era su Vida misma. Más que palabras, ese mensaje le dio la poderosa convicción de que, al igual que la marca, nada podía detenerla, y estuvo consciente de un poder espiritual que nunca antes había conocido.
Esa experiencia tuvo una importancia decisiva en su vida. La llevó a estudiar la Biblia día y noche, hasta que pudo exponer las leyes de Dios que la habían sanado. Esa experiencia la guió a escribir con esmero la Ciencia que esas leyes representaban. Pasó los siguientes 45 años de su vida escribiendo, revisando y perfeccionando Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, el libro que anunciaba que el Consolador prometido por Cristo Jesús, ya había llegado.
Ese imperioso compromiso le dio a Mary Baker Eddy — mi amiga y amiga de la humanidad — la fortaleza necesaria para soportar años de desamparo y pobreza en Lynn. Entre 1866 y 1875, mientras ponía a prueba su sistema de curación cristiana y escribía Ciencia y Salud, se mudó 27 veces.
Durante todo ese tiempo, ella regresó una y otra vez al promontorio en el que yo estoy parada hoy. Las piedras rojizas sobre el Atlántico fueron para ella recordatorios de la fortaleza y seguridad de la Verdad misma. "Las 'furiosas' olas de la vida rompen con estrépito a mi alrededor", escribió en 1868. Pero ella no tenía miedo. Sabía que el Cristo vendría hacia ella por sobre las olas, y la plantaría en la "roca" en la que estaría por siempre segura.
Esas son las lecciones que Mary Baker Eddy aprendió en Lynn, y que no olvidó al expandir su ministerio hacia Boston, al sur.
La lluvia ha cesado ahora, y la luz del sol ilumina el horizonte. Anochece, y las luces de Boston comienzan a brillar a través de la bahía. Se me ocurre pensar que, en este mismo lugar, las luces de la ciudad deben también haber inspirado a mi amiga, impulsándola a proclamar el Consolador al mundo.