Mientras hacía unas diligencias, pasé por una joyería para que me arreglaran el reloj. Detrás de un exhibidor, noté que había unos hermosos pendientes de rubí. Una sola mirada y quedé prendada de ellos; sentí que aquellos pendientes debían ser para mí. Sin embargo, el precio que tenía la etiqueta, me decía que me llevaría mucho tiempo poder comprarlos. Pero estaba segura de que podría hacerlo.
Empecé a ahorrar. Pero, cuando estaba a punto de reunir el monto necesario, tuve que usar el dinero para pagar unas reparaciones del auto. Comencé a ahorrar nuevamente, pero esta vez tuve que usar el dinero para pagar una abultada cuenta en el dentista. Cada vez que ahorraba, tenía que usar el dinero en otros gastos necesarios. Finalmente, se me hizo claro que no iba a poder comprar los pendientes.
Más o menos en esa época, mi esposo y yo llegamos a la conclusión de que la escuela privada a la que concurría nuestra hija no era la que le convenía. Empecé a buscar otras en nuestro vecindario y encontré una que reunía todas las condiciones que estábamos buscando. Sin embargo, el costo era muy elevado. En realidad, cada mensualidad igualaba el precio de mis codiciados pendientes de rubí. Me preguntaba: "¿Cómo voy a pagar la colegiatura cada mes cuando no puedo pagar unos pendientes de rubí ni siquiera una vez?"
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