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¡Cuánto ha cambiado el Heraldo!

Del número de abril de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


SUENA el teléfono el viernes a las 6 da la tarde. F.B., colaborador del Heraldo, llama por primera vez, diciendo: “He escrito un artículo pero no logro darle un final apropiado. ¿Me podría ayudar?” Respondo: “¿Por qué no me lee el manuscrito?” Y mientras lee, me resulta clara la solución a su problema. Hablamos por unos minutos e intercambiamos ideas. De pronto, F.B. exclama: “Ya sé. Ya tengo la solución. ¡Gracias!”

¿Por qué es tan importante contar esta conversación entre un autor y un redactor? Para poder comprender realmente por qué es necesario tener redactores del Heraldo en los distintos países que puedan trabajar con los autores en su propio idioma.

En otras épocas, los redactores del Heraldo estaban felices de recibir artículos de autores que no escribieran en inglés, pero el personal editorial de Boston estaba compuesto por personas de habla inglesa. De manera que el proceso era el siguiente: el artículo tenía que ser traducido al inglés. Luego era revisado en inglés y traducido a la lengua nativa. Después, puesto que todavía las computadoras personales eran cosa del futuro y el correo electrónico no existía, los artículos revisados y quizás una carta explicativa eran enviados por correo al autor. Todo este proceso tomaba meses, y a veces hasta más de un año.

Cuando el autor recibía el texto corregido, podía hacer otras correcciones y enviar los cambios a Boston. Pero si éstos no eran aceptados, el proceso tenía que comenzar de nuevo.

Problemas de producción y correo, que han sido superados en gran medida, también retrasaban todo el proceso de publicación. Los autores tenían que esperar mucho tiempo hasta que recibían las buenas nuevas: “publicaremos su artículo (o testimonio) en un número del Heraldo”.

Esta manera de operar a veces desalentaba a la gente a escribir para el Heraldo.

No obstante, por muchos, pero muchos años, La Sociedad Editora de la Christian Science ha querido incluir artículos escritos por autores que no fueran de habla inglesa, que escribieran en su propio idioma, presentando los artículos de la manera más cercana posible al estilo del escritor. Con el desarrollo de la tecnología y un mayor entendimiento mutuo, poco a poco se encontraron formas de hacer que esto fuera posible y práctico. Y a mediados de la década de 1990, comenzando en Alemania donde yo había sido nombrado Redactor Adjunto del Heraldo en alemán, se pudieron emplear redactores de países en cuyos idiomas se publicaba el Heraldo. Este paso animó mucho a los autores de cada lugar Y es muy gratificante ver cuántos más lectores y escritores están escribiendo hoy para el Heraldo en su propio idioma.

F. B. todavía no ha cortado la comunicación. Con un leve temblor en su voz, dice lentamente: “Estoy tan agradecido de poder hablar con usted. Hace veinte años que escribo para el Heraldo. Y hoy, por primera vez, he podido hablar con un redactor sobre mi artículo”. Cuando tengo conversaciones como ésta, agradezco todo el progreso que se ha hecho, al tiempo que sigo agradecido por aquellos autores y redactores “pioneros” que llevaron la antorcha adelante en los primeros días del Heraldo.

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