HOY EN DÍA no hay diario ni programa noticioso donde no surja de alguna forma el tema de la corrupción. Y esto no sólo en un país en particular, sino en muchos países, tanto en vías de desarrollo como desarrollados. Es como una epidemia que, al principio calladamente, se hubiera ido extendiendo por muchos niveles de la sociedad, hasta alcanzar finalmente el gobierno y ponerse abiertamente de manifiesto.
Siempre he recurrido a la oración en la Christian Science para resolver los problemas de mi vida cotidiana, por lo que pensé que no sería diferente orar para contribuir a sanar el problema de la corrupción. Al hacerlo me di cuenta de que, así como nos podemos proteger de la enfermedad reconociendo nuestra relación inquebrantable con Dios, podemos protegernos de la corrupción del mismo modo. Comprendí que el afirmar la supremacía del Bien nos puede ayudar a rechazar la tentación y poner de manifiesto que el beneficio personal que la corrupción pueda aparentemente aportar, es tan sólo una ilusión, pues sus móviles no son buenos porque están basados en la deshonestidad. Al orar de este modo podemos contribuir a revertir sus aparentes consecuencias tanto para nosotros como para los demás.
Hace algunos años, yo estaba a cargo de una oficina de venta de herramientas a industrias metalmecánicas, y un comprador de una empresa importante para nosotros me hizo saber muy claramente que una fracción del pago que efectuarían por la compra de productos debería retornar al departamento de compras. Me estaba pidiendo abiertamente una coima. La venta era de una suma importante. Estratégicamente, este cliente era fundamental. La tentación era aceptar la propuesta y que todo siguiera adelante como si nada hubiese ocurrido, ya que como todos lo hacen, una mancha más al tigre no sería objetable.
No estamos obligados a aceptar la corrupción.
En tantas cosas de nuestra vida diaria vemos que el fin justifica los medios, cualquiera sean esos medios, puesto que una vez obtenido el fin nadie se acuerda ya de los medios utilizados y probablemente los justifique. Entonces, ¿por qué no seguir la corriente?
Había algo en mi conciencia que me frenaba; como una luz de alerta en mi tablero. Se lo comenté a mis colegas de trabajo. Uno de ellos, que era también estudiante de la Christian Science, me dijo: “Si hasta hoy no has tenido que pagar coimas, y nos ha ido bien, ¿por qué vamos a tener que hacerlo ahora?” Sus palabras me hicieron pensar desde otro punto de vista. “Si Dios ha cuidado de nosotros hasta ahora, ¿por qué va a dejar de hacerlo?” Me di cuenta de que la corrupción es otra forma de decir: “Dios no existe”. Esta reflexión me ayudó a mantenerme firme en lo que creía y no tuve que ceder a esa presión; finalmente todo salió bien.
Si bien la corrupción en cualquier nivel es un mal, cuando se instala en el gobierno de un país, de un municipio, o cualquier ente oficial, el efecto puede ser devastador. Provoca desigualdad, corroe la justicia, desequilibra el estado, reduce a una mínima expresión la efectividad de la asistencia social, desgasta los recursos desviándolos a sectores propensos a la corrupción y el enriquecimiento personal de algunos pocos, a expensas de sectores de individuos más necesitados de la sociedad. Los cargos públicos y los funcionarios que los ocupan pierden credibilidad. El descreimiento aumenta y se acaba la esperanza.
La corrupción parece engañarse con la falacia de que la corrupción se “tapa” con más corrupción. Pero lo que hay que entender es que nosotros no estamos obligados a aceptar una situación así. Podemos y debemos rechazar la supuesta imposición y el efecto que pueda tener en nosotros, insistiendo como dice un himno en que, “nuestro es el bien”.Himnario de la Christian Science, N° 350. Y decir con el salmista: “Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora... no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”. Salmo 91:3, 10. De ese modo podremos ayudar a recuperar la esperanza de bien, y sólo el bien, para todos. El bien es nuestro. La corrupción, no.