DURANTE más de dos años, esporádicamente, sufrí de convulsiones ocasionadas por indigestión. En esa época, todavía vivía con mis padres y hermanas. Algunas veces me despertaba de madrugada muy descompuesta y con convulsiones, y luego perdía el conocimiento. Si antes de eso lograba avisar a mis padres, ellos amorosamente oraban por mí y me acompañaban hasta que me restablecía. Aunque yo también oraba, parecía que no tenía tiempo suficiente para orar con efectividad por mí misma cuando se producía este malestar.
Sabía que Dios me estaba cuidando constantemente con infinito amor, y que bajo Su gobierno no podía pasarme nada malo, que Él me había creado perfecta y de esa manera me preservaba, así que mantenía estas verdades en mi pensamiento.
Tiempo después, estando recién casada, una noche volví a despertarme con los mismos síntomas. Me dio un poco de vergüenza pedirle ayuda a mi marido. Pensé que Dios estaba conmigo ahí mismo y que Su auxilio era más que suficiente.
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