LA CORRUPCIÓN en Colombia es uno de los flagelos más complejos y desalentadores para todos los que aspiran a mejorar las condiciones de vida de la gente. Existe la convicción de que muchos servidores públicos que han iniciado su trabajo con el deseo de ser honestos y rectos, han sucumbido en su propósito porque está tan generalizado el problema que se encuentran haciendo el ridículo, tal vez por aquel proverbio que dice que “En la tierra del necio, es necio ser sabio”.
Hace mucho tiempo tuve una experiencia que me impactaría para siempre. En aquel entonces trabajaba para una organización norteamericana, de beneficio común [sin fines de lucro] aquí en mi país, y fui invitado a participar en una serie de entrevistas para recolectar fondos en Estados Unidos. Un periódico local publicó un artículo con ese propósito, y uno de mis jefes quería que me llevara de vuelta varios ejemplares, suficientes para distribuir entre sus amigos. Me llevó a una máquina dispensadora de periódicos, y, luego de obtener cambio suficiente, puso una moneda en la máquina, abrió la ventanilla, (el dispensador no era tan sofisticado como los de hoy) tomó un periódico, cerró la ventanilla, echó otra moneda y sacó otro periódico y así sucesivamente hasta obtener todos los que necesitaba. Él estaba muy pendiente de mí y de pronto me miró diciéndome: “¿Tu crees que soy tonto, verdad? Porque con una sola moneda habría podido sacar todos los periódicos que necesitaba. Pues bien, no soy ningún tonto. Lo que ocurre es que yo debo ser honesto, y eso, a mí y a miles de personas nos ha dado muy buen resultado en mi país, y pienso que a todo el que es honesto le tiene que ir muy bien”. Y luego agregó: “Pienso que existe una gran diferencia entre ser astuto y ser inteligente. La astucia manipula, engaña y destruye; mientras que la inteligencia orienta y construye”. Luego corroboré con el diccionario el significado de esos dos términos. Se me ocurre pensar que me quiso dar una lección de honestidad y realmente lo logró.
Desde entonces, siempre que se habla en el ámbito popular de la manipulación, la sagacidad, el oportunismo y la astucia, de inmediato pienso en que yo puedo actuar de manera diferente y contribuir con algo positivo.
Pero realmente lo que me llevó a identificar la conducta y la actitud que dignifica y hace feliz al hombre fue la lente de la Christian Science. El estudio de esta Ciencia me ha hecho entender que es muy poco lo que me aporta el basto conocimiento de los numerosos problemas que azotan mi patria, entre ellos la corrupción. Siempre que parta de premisas falsas, o sea de una perspectiva material, ellas me mostrarán un país sin esperanza, donde la sociedad incluso admite la astucia y la manipulación como parte de nuestra idiosincrasia y costumbres.
El enfoque de la lente de la Christian Science nos muestra que en los lugares más oscuros hay en realidad miles de puntos luminosos, como decía un artículo del Heraldo, señal de que no hay lugar donde la luz de Dios no esté, y éste es el caso de mi país. Un pasaje bíblico narra un hecho que nos ilustra esta realidad. Elías tenía miedo y se quejaba ante Dios de que no quedaba sino él para adorarlo porque todo su pueblo se había inclinado ante Baal (la corrupción), y Dios le respondió diciendo: "Yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron" (1 Reyes 19:18).
"La noche más oscura, precede al amanecer”, escribe Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud (pág. 96), y ésa es mi esperanza y mi oración. Esta lente me permite ver la naturaleza espiritual de los millones de personas que integran mi país, cuya naturaleza incluye inteligencia, integridad y honestidad, elementos tan legítimos e indestructibles como la vida misma, y que tan sólo es necesario que ellas lo perciban, como tuvieron que hacer los que junto con Elías no doblaron sus rodillas ante un ídolo.
Nuestro ídolo contemporáneo es un falso concepto del poder del dinero. Este falso concepto ha existido desde tiempos inmemoriales, aunque su manifestación sea diferente. Cuando los israelitas salieron de Egipt, se les permitió llevar sus prendas, joyas y dinero. No obstante, esos elementos no les servían para comprar cosas en el desierto, pero el falso concepto de utilidad que ellos le daban los llevó a fundir el oro y hacer un becerro para adorarlo; es decir que ellos no eran dueños del dinero sino esclavos (Deut. 9:12). ¿Acaso no es lo mismo que sucede hoy, y por eso esta ambición desmedida le pone valor a la conciencia donde todo tiene su precio pero en dinero?
Me alienta el hecho de saber que, así como la actitud honesta de mi jefe, hace tantos años, tuvo tan buena influencia en mí, con mi granito de arena yo, como tantas otras personas honestas, podemos contribuir a disminuir la corrupción y a que mejore la situación en nuestro país.