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Empleo: No hay callejón sin salida

Del número de mayo de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


EN UNA ÉPOCA trabajé en una fábrica fundiendo lingotes de aluminio y forjándolos luego en forma de láminas de metal que eran posteriormente utilizadas por otras industrias.

Acepté este empleo porque el salario era superior al habitual y yo deseaba ganar una buena suma de dinero para mantener a mi familia. La fábrica trabajaba todos los días, las 24 horas. El trabajo tenía que hacerse dentro de un local insoportablemente caluroso en verano y frío en invierno. Además, había mal olor y los trabajadores se mostraban hostiles para con los nuevos obreros. Para colmo, los turnos de trabajo rotativos eran agotadores. Mi turno de ocho horas cambiaba cada dos meses, lo que me perturbaba mucho.

Cerca de la fábrica había un cartel que parecía resumir la situación en que me encontraba: “Callejón sin salida”. La planta estaba situada al final de una calle sin salida, de modo que todos los días veía aquel cartel cuando pasaba con el auto. Cuanto más tiempo pasaba, más me impresionaba su mensaje. Me parecía que era una especie de maldición, una sentencia, un resumen de mi hasta entonces opaca carrera laboral.

¿Dónde habían quedado mis aspiraciones, mis esperanzas, mis sueños de vivir una vida próspera y feliz? ¿Habían terminado en un callejón sin salida? Triste y con resignación acepté esa conclusión. De modo que todos los días iba a trabajar tan sólo para cumplir con mi deber.

Éste sería el final de esta historia... si no fuera por la gratitud.

Un día, me di cuenta de que tenía que cambiar mi actitud, es decir, tenía que dejar de quejarme y de sentir lástima de mí mismo. Pero para poder hacerlo necesitaba inspiración espiritual. Los miembros de mi familia siempre habían recurrido a la espiritualidad para resolver sus problemas, por lo que pensé que yo también podría ser bendecido por ella. La gratitud es un concepto esencial de Ciencia y Salud, uno de nuestros libros preferidos sobre espiritualidad.

Comencé a reflexionar sobre un concepto espiritual básico que había aprendido de niño: Dios es Amor. Mientras oraba para comprender mejor esta idea, se me ocurrió que puesto que Dios es omnipresente, yo no podía encontrarme en una situación en la que el Amor no estuviera presente. La admisión de que Dios es Amor me llevó a la conclusión de que su amorosa presencia debía ser evidente. !El Amor debía estar delante mismo de mis ojos!

También había aprendido que una de las mejores formas de sentir la presencia de Dios es expresando gratitud (¡aunque esto era precisamente lo que yo no sentía!). Sin embargo, me di cuenta de que si me ponía a pensar, encontraría algo por lo que estar agradecido en mi trabajo.

Ahora bien, ¿por qué debía hacer esto? Aunque lo que estaba en juego era apenas un empleo, para mí la situación tenía que ver con mi felicidad. Antes de comenzar a expresar gratitud, a menudo me sentía infeliz. Si bien mi familia hacía lo posible por comprender y tolerar mis períodos de malhumor y fatiga, yo no podía seguir justificando mi comportamiento con la excusa de que “me estaba ganando la vida”.

Al principio, simplemente miraba el lado bueno de las cosas que había dado por sentadas. Por ejemplo, recordé que cuando tenía que trabajar al aire libre, siempre deseaba estar bajo techo. Entonces razoné que trabajar abrigado y dentro de un local era una prueba del amor de Dios para conmigo. También recordé a mi querida y comprensiva familia y el ingreso que el empleo nos proporcionaba. Al seguir razonando de esta forma me empezó a resultar cada vez más fácil sentirme agradecido por las mismas cosas que antes me molestaban. Ahora me doy cuenta de que yo era un testigo viviente del siguiente pasaje de Ciencia y Salud: “¿Estamos realmente agradecidos por el bien ya recibido? Entonces aprovecharemos las bendiciones que tenemos, y eso nos capacitará para recibir más”.Ciencia y Salud, pág. 3.

Aprendí que una de las mejores formas de sentir la presencia de Dios es expresar gratitud.

Mediante la gratitud, el calor del verano se transformó en energía; la transpiración, en símbolo del deber cumplido. El mal olor y la suciedad del ambiente eran simplemente elementos agregados del proceso de producción, de modo que me sentí agradecido, pues demostraban que estábamos en actividad y éramos productivos. Los empleados que al principio se mostraban hoscos se transformaron en buenos amigos. Aun los turnos rotativos se transformaron en símbolos de constante actividad, sin los cuales el producto que elaborábamos no podría fabricarse, en cuyo caso muy pronto estaríamos sin empleo.

Hice todo este esfuerzo para reconocer que Dios es Amor, que sustenta y sostiene a toda Su creación. Entonces pude ver que el trabajo era una provisión de amor para mí y para mi familia. De hecho, todas las familias de la planta estaban incluidas en el gran amor de Dios.

Comencé a considerar que el trabajo era un regalo de Dios y me sentí agradecido por ello, no superficialmente, como medio para obtener un empleo mejor, sino con una sincera disposición a servir a Dios de la forma que fuera necesaria. La gratitud a Dios se transformó en parte integral de mi trabajo diario en la fábrica.

Quizás usted se pregunte si algo más cambió. Pues sí. Comenzó a gustarme mi trabajo. Fui ascendido y pasé nueve fructíferos años en aquella empresa. Cuando me retiré de ella lo hice para iniciarme en una nueva actividad, en la que aún continúo y en la cual me encuentro muy a gusto.

Actualmente la planta está ubicada en medio de una autopista de cuatro carriles que se ha transformado en una gran arteria que une la ruta interestatal con dos secciones de nuestra ciudad. ¿Recuerda el cartel “Callejón sin salida”? ¡Hace mucho que desapareció!

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