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La curación metafísica

La individualidad y su presencia eterna

Del número de mayo de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


ALGUNAS personas que han perdido seres queridos se han sentido reconfortadas, e incluso sanadas del pesar, al comprender que ellas mismas, por ser hijos de Dios, expresan de manera plena y bella todas las valiosas cualidades que apreciaban en esos seres queridos. Después de todo, cada uno de los hijos e hijas del Creador refleja la totalidad de Su naturaleza, aquí y ahora.

Sin embargo, en medio del pesar, aun el reconocimiento de esta profunda Verdad a veces deja a las personas con la sensación de que algo les falta. Y si se les pregunta a la mayoría de las personas, probablemente dirán que su sufrimiento se debe a la ausencia del ser querido; que la expresión de las mismas cualidades espirituales de Dios — ternura, alegría, generosidad, etc.—, en ellos y en los demás, simplemente no sustituye su presencia concreta. La identidad no es algo meramente genérico; es maravillosa y exquisitamente individual. La individualidad es el glorioso arte de nuestro ser, o sea, la manera tan original en la que cada uno de nosotros expresa las cualidades espirituales y universales de Dios. De hecho, dado que Dios es el Uno incomparable, todo lo que Él crea debe reflejar unicidad, debe ser incomparablemente individual, e irremplazable. En el libro de texto de la Christian Science, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy explica: “El Ego único, llamado Dios, es individualidad infinita, que provee toda forma y gracia y refleja realidad y divinidad en el hombre y en las cosas espirituales e individuales”.Ciencia y Salud, pág. 281.

Lo que realmente amamos, y que nos parece que echamos de menos cuando alguien que queremos se aleja de nuestra vista, es su manera completamente individual de expresar las cualidades de Dios. Así que lo que se necesita reconocer cuando estamos enfrentándonos al pesar, es la maravillosa verdad de la presencia concreta de la individualidad.

La existencia de nuestro ser querido continúa.

Es un hecho que, aun cuando tenemos la certeza de que la existencia de nuestro ser querido continúa, parece que estamos igualmente seguros de que esta continuidad no significa una presencia individual aquí y ahora. Pero, ¿cómo puede ser esto así, cuando “aquí” y en “el más allá” sólo hay una Vida? Y, dado que ésta es la única Vida, omnímoda y omnipresente, está continuamente con nosotros, ¿cómo podría no estar también continuamente con nosotros la plena manifestación de la Vida, esto es, todas las individualidades que son eternamente inseparables de la Vida y la Mente que las están concibiendo? ¿Cómo podría haber alguna ausencia en la omnipresencia?

Lo que confunde la cuestión es la creencia errónea de que la materia esté ligada a la presencia de alguien, y sea el medio por el cual se manifiesta; que sin la materia nada tendría forma o medio de expresión. Éste es el error fundamental que hace que perdamos de vista a nuestros seres queridos. Comprendiendo que la vida no está definida o determinada por la materia, Jesús pudo levantar a personas de la muerte; y Ciencia y Salud dice: “Cuando os podáis despertar a vosotros mismos o a otros de la creencia de que todos tienen que morir, podréis entonces ejercer el poder espiritual que tenía Jesús de reproducir la presencia de los que creyeron haber muerto — pero no de otro modo”. Ibid., pág. 75.

El origen espiritual de la vida, su presencia perpetua y su continuidad eterna, fueron demostrados con plenitud en la concepción virginal, la vida, la obra, la crucifixión, la resurrección y la ascensión de Cristo Jesús. Su vida perfecta — así como su continuo y extraordinario trabajo de curación — sacó a luz la imagen de Dios, demostrando que la verdadera naturaleza del hombre y de la mujer es la semejanza de Dios. De hecho, por medio de sus múltiples curaciones, Jesús nos mostró la presente realidad de la verdadera individualidad espiritual. Una individualidad que existe desde antes que surgiera la creencia en la concepción y el nacimiento materiales; una individualidad que es visible al sentido espiritual.

Por medio de su ejemplo descubrimos que la individualidad espiritual sólo es invisible para el pensamiento ofuscado y apegado a lo terrenal. Jesús vio la semejanza perfecta de Dios siempre, o sea, al individuo cuyo Padre y Madre es el Principio divino, el Amor. Y vio esta individualidad perfecta allí donde los sentidos materiales veían una personalidad material. Ciencia y Salud explica: “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él donde el hombre mortal y pecador aparece a los mortales. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esa manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos”. ibid., pág. 476.

Hace algunos años, una mujer se dio cuenta de que su más profundo deseo y su más sincera petición a Dios, era entender lo que significa ver “en la Ciencia al hombre perfecto” aquí en la tierra, como lo hizo Jesús. Ella pensaba que ésta era la quintaesencia de la práctica de la Christian Science. Meses después, su esposo falleció; a los pocos días, en medio de una noche de insomnio, se incorporó y se dirigió a Dios de todo corazón, pidiendo específicamente una vislumbre de lo que significaba ver “en la Ciencia al hombre perfecto”. Inmediatamente, fue como si la habitación se llenara de luz y de un amor penetrante que lo envolviera todo. Envuelta en ese amor, sintió la presencia de su esposo, y discernió claramente su individualidad espiritual. Ella no estaba viendo el espíritu de alguien que había muerto, ni se estaba comunicando con un espíritu. Sino que estaba viendo la identidad de su esposo desde un punto de vista más elevado —“en la Ciencia”— que lo definió y reveló con una claridad libre del velo del sentido material. Fue el conocimiento de quién era él, y fue más allá de todo conocimiento que hubiera tenido antes.

Poco tiempo después de esta experiencia, recibió una llamada telefónica diciéndole que una querida amiga había tenido un serio accidente automovilístico, y estaba en el hospital. Muchas semanas después, se le informó que aunque los ojos de su amiga estaban abiertos, no había “despertado”, es decir, que parecía no tener conciencia de sí misma, de los demás ni de lo que la rodeaba. Se pensaba que este “despertar” tenía que suceder para que su amiga se recuperara. La mujer decidió visitarla en el hospital, y por la experiencia que había tenido después de la muerte de su esposo, tuvo absoluta certeza de que vería más allá de la creencia de que la materia constituía la presencia y conciencia individual de su amiga. De hecho, cuando entró en el cuarto del hospital, sintió la misma luz del Amor divino, revelando la consciente individualidad de su amiga, por lo que la miró y le habló, con la certeza de que su amiga la reconocería y reaccionaría. Así sucedió, y a partir de allí su amiga se recuperó por completo.

La verdadera naturaleza de la individualidad es visible para el sentido espiritual, aquí y ahora, como idea, no como materia o personalidad material. Y, si creemos que hay algo vago o intangible en la individualidad espiritual, sólo necesitamos ver la experiencia de nuestro Señor: Jesús habló con Moisés y Elías en el Monte de la Transfiguración. Véase Mateo 17:1—8. Esto no fue espiritismo, o sea, la creencia en la comunicación con los espíritus de los muertos. Lo que posibilitó esta inspirada reunión fue el ver “en la Ciencia al hombre perfecto”. Fue ver al individuo cuya presencia — entonces y ahora, y en la tierra como en el cielo — no depende de la materia, y nunca puede sufrir la limitación del tiempo y el espacio.

En respuesta a la pregunta “¿Qué es el hombre?” Ciencia y Salud da esta revolucionaria definición: “El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico. Es la compuesta idea de Dios e incluye todas las ideas correctas.. .”Ciencia y Salud, pág. 475. Quizá hemos visto a las ideas correctas como las ideas prácticas que satisfacen nuestras necesidades en todo momento, o como facultades y funciones como la vista, la memoria y la digestión.

Todos los copos de nieve tienen la misma identidad,

Pero en Ciencia y Salud, la mayoría de las veces, las ideas se refieren a las formas individuales, a las identidades y entidades de la creación. Las estrellas y los planetas, las montañas, las rocas, los árboles, las flores, los granos de arena, la brizna de hierba, todas las criaturas, hombres y mujeres, son — en su verdadera naturaleza — ideas; y como tales, son permanentes e indestructibles. Ciencia y Salud dice: “La Mente divina mantiene todas las identidades, desde una brizna de hierba hasta una estrella, distintas y eternas”. Ibid., pág. 70. Entonces, cada uno de nosotros, reflejando a la Mente infinita y omnímoda, debemos incluir “todas las ideas correctas”. Debemos estar conscientes de todos los individuos que fueron, son o serán parte de la revelación eterna del ser espiritual, y apreciarlos. Así que, cuando un ser querido desaparece de nuestra vista, no sólo continuamos incluyendo en el pensamiento sus cualidades, sino que continuamos incluyendo a esa persona también. Esto es, podemos sentir y reconocer la presencia de un individuo en nuestra conciencia; y podemos apreciar, cada vez mejor, su individualidad. Y, ¿cómo hacemos esto?

Casi todos saben que, aunque todos los copos de nieve tienen una identidad común que podemos reconocer, no hay dos copos de nieve iguales. ¿Qué es lo que los hace diferentes? La organización, esto es, la manera en que los elementos que constituyen un copo están organizados, es decir, la relación de una parte del copo de nieve con respecto a las demás. Y quizá parezca demasiado obvio decir que cada compositor de música tiene un sonido característico, no importa cuántos cientos de piezas componga; y que con certeza podemos distinguir a un compositor de otro, aunque todos usen las mismas notas musicales y expresen por medio de éstas las mismas cualidades universales. Pero, ¿a qué se debe esta invariabilidad individual del sonido o del estilo? ¿Qué lo produce? Es la manera en que las notas son organizadas, en otras palabras, la relación de unas notas con respecto a las otras; una relación que forma una estructura única, un patrón armónico individual que, aunque capaz de variaciones infinitas y de desarrollo eterno, permanece matemáticamente constante, e identifica por siempre a un individuo.

Para el pensamiento mortal, la composición u organización es siempre alguna forma de materia organizada, en la que la estructura resulta de la acción de fuerzas o leyes físicas. Y está simbolizada por el hombre creado del polvo en el segundo capítulo del Génesis, o por una versión que actualmente podríamos llamar el “hombre de polvo atómico” u “hombre ADN”. Esta personalidad mortal se define como formada por billones de unidades genéticas de información, que es posible manipular, reacomo-dar y clonar. Pero, ¿es ésta acaso la realidad fundamental de nuestro ser? Cada curación física efectuada por medio de la comprensión de nuestra identidad espiritual, no sólo cuestiona esto, sino que demuestra que la materia es una mentira de los sentidos materiales, y no la realidad. La personalidad material sólo simula la estructura de la individualidad real, que es una estructura espiritual a la que nada se le puede agregar ni quitar, y cuyos elementos no pueden ser reorganizados, manipulados ni clonados. En la Biblia, el libro del Eclesiastés dice: “...todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá...” Eclesiastés 3:14.

La estructura verdadera, o manifestación de la individualidad de cada uno de nosotros, es completamente espiritual y mental. Es una armonía única y original, compuesta de “ideas correctas”; es una armonía que resulta de la perpetua acción aglutinante de la fuerza espiritual, la ley del Principio divino, el Amor. Esta ley del Amor revela y sostiene la estructura que es nuestra individualidad espiritual. El Nuevo Testamento se refiere a esta dinámica energía divina, como el Espíritu Santo, y en su libro La unidad del bien, Mary Baker Eddy escribe: “Esta Ciencia de Dios y el hombre es el Espíritu Santo, que revela y sostiene la armonía ininterrumpida y eterna tanto de Dios como del universo”.La unidad del bien, pág. 52. Dado que la estructura individual del yo está sostenida eternamente, la verdadera individualidad de todos — completamente separada de la materia — es permanente y perfectamente discernible para la conciencia llena de amor espiritual. Ciencia y Salud explica: “El pensamiento finalmente será comprendido y visto en toda forma, sustancia y color, pero sin acompañamientos materiales”.Ciencia y Salud, pág. 310.

pero no existen dos copos de nieve iguales.

Entonces, nuestro verdadero yo es “idea, la imagen del Amor”, y no es físico. Nuestra conciencia individual — específicamente “modelada”, y precisa y armoniosamente constituida — se desarrolla y progresa por siempre. Cada uno de nosotros ya es indestructible, irremplazable y eternamente amado por Dios y Sus hijos. Y nada de nosotros puede perderse o cambiar por desorganización, intencional o accidental, ni por descomposición. De hecho, una de las profecías mesiánicas es que el Santo de Dios nunca vería la corrupción. Véase Salmo 16:10; Hechos 2:25—28. Ciertamente, en la resurrección y la ascensión, Jesús demostró plenamente la naturaleza incorruptible de la verdadera estructura o cuerpo, mostrando de manera concluyente el hecho de que, aun ahora, en nuestra presente experiencia, la identidad no es material, sino espiritual. Seguimos a Jesús cuando tomamos la cruz como él mandó, e inmolamos el sentido superficial y personal del yo, que oculta nuestra individualidad espiritual siempre presente; la individualidad que es la imagen del Amor.

Muchas personas sienten que el aprecio que tenían por los seres queridos que se han ido, continúa creciendo y desarrollándose. Conforme comprendamos el significado más profundo de la individualidad y la inclusión, percibiremos con mayor claridad que es imposible ester separados de nuestros seres queridos. Y, al mantener esta percepción espiritual, se disipa la oscuridad de la soledad y el pesar. Ciencia y Salud nos asegura: “El comprender espiritualmente que no hay sino un solo creador, Dios, revela toda la creación, confirma las Escrituras, trae la dulce seguridad de que no hay separación ni dolor y que el hombre es imperecedero, perfecto y eterno”.Ciencia y Salud, pág. 69.

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