ALGUNAS personas que han perdido seres queridos se han sentido reconfortadas, e incluso sanadas del pesar, al comprender que ellas mismas, por ser hijos de Dios, expresan de manera plena y bella todas las valiosas cualidades que apreciaban en esos seres queridos. Después de todo, cada uno de los hijos e hijas del Creador refleja la totalidad de Su naturaleza, aquí y ahora.
Sin embargo, en medio del pesar, aun el reconocimiento de esta profunda Verdad a veces deja a las personas con la sensación de que algo les falta. Y si se les pregunta a la mayoría de las personas, probablemente dirán que su sufrimiento se debe a la ausencia del ser querido; que la expresión de las mismas cualidades espirituales de Dios — ternura, alegría, generosidad, etc.—, en ellos y en los demás, simplemente no sustituye su presencia concreta. La identidad no es algo meramente genérico; es maravillosa y exquisitamente individual. La individualidad es el glorioso arte de nuestro ser, o sea, la manera tan original en la que cada uno de nosotros expresa las cualidades espirituales y universales de Dios. De hecho, dado que Dios es el Uno incomparable, todo lo que Él crea debe reflejar unicidad, debe ser incomparablemente individual, e irremplazable. En el libro de texto de la Christian Science, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy explica: “El Ego único, llamado Dios, es individualidad infinita, que provee toda forma y gracia y refleja realidad y divinidad en el hombre y en las cosas espirituales e individuales”.Ciencia y Salud, pág. 281.
Lo que realmente amamos, y que nos parece que echamos de menos cuando alguien que queremos se aleja de nuestra vista, es su manera completamente individual de expresar las cualidades de Dios. Así que lo que se necesita reconocer cuando estamos enfrentándonos al pesar, es la maravillosa verdad de la presencia concreta de la individualidad.
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