“Guarden sus libros; vamos a comenzar el examen”. Estaba estudiando mi carrera de periodismo, y el período de exámenes y pruebas semestrales había comenzado. Pero justo cuando tenía que prepararme para dar una de las materias más difíciles, por diversas razones no tuve tiempo de prepararme bien. Sumado a eso, el día anterior — que pensaba dedicarlo a estudiar — había tenido que ayudar a una persona que llegó a casa inesperadamente, con un problema delicado y se quedó conmigo hasta avanzadas horas de la noche.
Oramos juntas y leímos varios pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud, así como otras obras de Mary Baker Eddy. Cuando finalmente pude recostarme un rato, ya estaba por amanecer; y un par de horas después me fui para la universidad, sin haber estudiado como corresponde para un examen. No obstante, me sentía tranquila, sabiendo que había hecho lo que debía hacer, como es ayudar a nuestro prójimo cuando la ocasión lo requiere.
Si bien hacía poco que conocía la Christian Science, una vislumbre de su inmensidad ya alboreaba en mi pensamiento. Sentía interiormente que había encontrado “el tesoro más grande de mi vida” y el tiempo me demostró que no me equivocaba. Por momentos, me parecía tocar el “cielo” con las manos. Me sentía muy feliz. Mis compañeros y amigos universitarios, no entendían bien qué me pasaba, pues había vivido una experiencia muy difícil, y no se explicaban el cambio tan profundo y notorio que yo estaba experimentando. No podía explicarles en palabras lo que me estaba sucediendo. Simplemente les decía que un “librito” era el responsable de mi “revolución interior”. Les sugería: “Lean Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, y lo comprobarán”.
La cuestión es que cuando entregaron el temario de la prueba escrita, no sabía prácticamente ninguna de las preguntas. Escribí rápidamente lo poco que sabía y solicité al profesor cambiarme de asiento.
Me alejé del grupo numeroso de compañeros y me ubiqué junto a una ventana, por la cual entraba mucha luz. Afuera había un sol radiante, era un día muy hermoso. Y pensé: “Tengo dos posibilidades. Entregar la prueba con lo poco que pude hacer — lo cual significaba con seguridad reprobar dicho examen — o dedicar todo el tiempo que resta, a orar y elevar mis pensamientos a Dios, Creador y Gobernante del universo”. Y opté por recurrir a la oración.
Oré durante varios minutos. Llené mi mente de bellos pensamientos y me sentí muy bien. Me detuve a analizar especialmente un pasaje de Proverbios que dice: “Porque Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia”. Proverbios 2:6.
De repente, sentí una gran inspiración, y como si un ángel me moviera la mano empecé a escribir. Escribí y escribí. Llené varias hojas, sin saber ni detenerme a pensar en lo que escribía. Contesté todo el temario y lo entregué. En ese momento, comprendí algo de lo que M. B. Eddy dice: “Era yo una escriba bajo órdenes; y ¿quién puede rehusarse a transcribir lo que Dios redacta?...”Escritos Misceláneos, pág. 311.
Días después el profesor entregó los resultados del examen. Empezó diciendo que prácticamente todos los alumnos estaban reprobados. En esos momentos, yo oraba en silencio. Y el profesor continuó diciendo que sólo había un par de excepciones, y cuál no sería mi sorpresa al saber que una de ellas era mi prueba. Había obtenido una de las mejores calificaciones y por supuesto, había aprobado y superado con creces el mínimo exigido.
Apenas podía creer lo sucedido. Sentí una gratitud y alegría inmensas, y mucha humildad, pues verdaderamente me parecía que no era yo la que había contestado el temario, sino Dios. Estaba maravillada, no tanto por el resultado en sí del examen, sino por todo el proceso espiritual que conllevaba esta experiencia, que dejó una enseñanza tan importante para mí. Tuve vislumbres de cómo opera la “ley divina” cuando pensamos y actuamos correctamente, y la aplicamos a nuestra experiencia diaria. Sentí que Dios me había recompensado por mi labor desinteresada y humanitaria en vísperas del examen.
Como leemos en Ciencia y Salud: “Dios nunca castiga el hombre por hacer lo que es justo, por labor honrada o por actos de bondad, aunque lo expongan a la fatiga, al frío, al calor o al contagio”.Ciencia y Salud, pág. 384. Según entiendo, por realizar actos de bondad en bien de nuestro prójimo, no incurrimos en infracción de Su ley. Por el contrario, sentimos en todo momento Su bendición y Sus ángeles a nuestro lado, enviándonos todo lo que necesitamos saber.
Demás está decir, que lo expuesto no significa que no debamos prepararnos y estudiar adecuadamente para los exámenes. Pero sí significa que debemos estar conscientes de cuál es la verdadera “fuente de la inteligencia”, y comprender que podemos recurrir a ella a cada instante, porque esta inteligencia es universal, y está al alcance de todos, sin excepción.
Esta experiencia tuvo lugar hace ya más de 20 años, en mi país natal, y cada vez que la recuerdo se llena de gozo y gratitud mi corazón.