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¿Buscas la casa de tus sueños?

Del número de septiembre de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi esposo y yo estábamos muy ansiosos por comprar nuestra primera casa. Hacía varios años que alquilábamos, y ahora estábamos listos para invertir en algo propio. Queríamos quedarnos en la misma zona, porque concurríamos a una iglesia en ese lugar y yo participaba activamente en el teatro de la comunidad. De modo que contratamos a un agente de bienes raíces y nos dedicamos a encontrar la casa de nuestros sueños.

Para sorpresa nuestra no podíamos encontrar una casa dentro del precio que podíamos pagar, excepto una propiedad nada atractiva en un barrio que no nos gustaba. Mi esposo pensó que tenía potencial, pero yo dije: "¡De ninguna manera!"

Pasaron las semanas sin que nada nuevo estuviera disponible dentro de nuestro precio. Empecé a entrar en pánico pensando que tendríamos que aceptar algo que no nos gustaba. Mi esperanza se transformó en resentimiento. "Si no fuera por nuestros sueldos bajos y esas altas tasas de interés, tal vez tendríamos una oportunidad", murmuré. Miraba con muchos deseos, incluso con envidia, las casas que mis amigos compraban.

"Querido Dios", oré, "yo sé que Tú no tienes favoritos. Tú me amas tanto como a Tus otros hijos. Seguramente nos vas a guiar hacia un buen hogar". Pensé en la promesa de Cristo Jesús: "En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho". Juan 14:2. "¿Donde está mi morada?", me pregunté.

Dios me envió esta respuesta angelical: "Elévate más. Elévate más en tus oraciones en lugar de implorar favores". Esto me recordó un importante consejo que da Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud: "¿Quién se pondrá ante una pizarra rogando al principio de las matemáticas que resuelva el problema? La regla ya está establecida y es nuestra tarea hallar la solución. ¿Le pediremos al Principio divino de toda bondad que haga Su propio trabajo? Su obra está acabada, y sólo tenemos que valernos de la regla de Dios para recibir Su bendición, la cual nos capacita para ocuparnos en nuestra salvación".Ciencia y Salud, pág.

Yo sabía que podía confiar en este consejo, porque en el pasado había encontrado consuelo, guía y curación en muchas de las ideas de este libro. De hecho, yo había llegado a pensar que su autora era mi compañera del alma, quien había pasado momentos mucho más difíciles que yo.

Al pensar en su ilustración de la "pizarra", me di cuenta de que mi Padre divino había hecho Su parte. Ya me había dado la inspiración que necesitaba para responder a mis necesidades, incluso un hogar. Yo tenía que cumplir con mi parte de "encontrar la solución" reconociendo esa inspiración y poniéndola en uso. Y mientras yo lo hacía, ¿acaso no debía sentirme agradecida por lo que ya poseía, tal como un trabajo que me gustaba y un marido paciente?

Un día abrí Ciencia y Salud y fui al capítulo llamado "Glosario", el cual tiene definiciones de nombres y palabras que se encuentran en la Biblia. A menudo las definiciones contrastan el sentido material de la palabra con el sentido espiritual.

Por ejemplo, en aquel día en particular, encontré estas dos definiciones de "Jerusalén": "Creencia mortal y conocimientos mortales obtenidos mediante los cinco sentidos corporales; el orgullo del poder y el poder del orgullo; sensualidad; envidia; opresión; tiranía. Hogar, cielo". ibíd, pág. 589.

Me sorprendí. Esa primera frase describía exactamente donde estaba yo mentalmente. La segunda frase indicaba el lugar donde yo quería estar. Era claro que encontrar mi casa no consistía en un ejercicio físico, sino meta-físico. Es decir, me había embarcado en una aventura mental necesaria para descubrir mi hogar. Pensé: "Ésta es la guía a seguir en mi oración: Tengo que eliminar de mi pensamiento esos aspectos negativos de los que habla la primera frase. Entonces voy a encontrar mi hogar".

Para empezar, reconocí que estaba muy cerrada mentalmente al elegir mi casa. ("¿No tiene el número correcto de habitaciones? Olvídalo".) Necesitaba ser humilde y estar dispuesta a descubrir las cosas buenas que no se podían ver con una mirada superficial. Y tenía que ser lo suficientemente receptiva a la dirección de Dios para saber intuitivamente lo que era correcto.

El orgullo había estado jugando un papel importante en mi toma de decisiones. ("¿Se sentirán impresionados mis amigos? ¿Es acaso tan linda como la de ellos?")

La envidia había promovido una mentalidad de "pobre de mí" que no estaba beneficiando a nadie. Era mucho mejor que yo me regocijara con la fortuna que tenía un amigo, porque era una promesa del bien que existe para todos los hijos de Dios.

Era tan fácil culpar a mi empleador por la "opresión" de tener una entrada modesta, y al gobierno federal por la "tiranía" de las altas tasas de interés. Pero, razoné, la generosidad de Dios no puede ser controlada por las políticas fiscales, los sueldos y los precios de las casas en el mercado.

Comprendí que antes de que pudiera encontrar mi casa allá afuera, la tenía que encontrar en mí, es decir, tenía que entender que el bien es mío, ahora. Puesto que soy uno de los discípulos actuales de Jesús, recibí con agrado este revolucionario pronunciamiento: "El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios dentro de vosotros está". Lucas 17:20, 21 (según la versión King James de la Biblia).

Con alegría pensé en las cualidades que anhelaba tener en una casa — belleza, luz, espacio, conveniencia — sabiendo que ellas estaban en mi pensamiento, listas y a la espera de que mi hogar se manifestara tangiblemente en mi vida.

Después de leer esa definición en el "Glosario" y aceptarla seriamente, fue casi increíble ver el cambio que se produjo en mí; dejé de estar ansiosa y me sentí muy tranquila. Digo "casi" porque es perfectamente natural para nosotros saber que Dios siempre tiene en cuenta nuestros mejores intereses, y sentirme contenta con eso.

Tenía que entender que el bien es mío, ahora.

Poco después — quizás fue al día siguiente — encontré la casa perfecta. ¿Acaso apareció una nueva en el mercado? No, compramos la casa que mencioné al principio de este artículo. Yo fui la que insistí en comprarla porque, con mi visión iluminada, vi las cosas buenas que tenía, y que antes no había observado, tales como la conveniencia de estar cerca de una carretera principal para ir al trabajo, y un bosque lleno de pájaros más allá del jardín de atrás. ¡Nada indeseable, por cierto!

Una vez que nos mudamos, mi esposo que es muy hábil, cambió el arreglo de los cuartos e instaló una enorme ventana para que entrara el sol. Cuando se derritió la nieve descubrimos que había arbustos de gloriosas peonias. Nuestro cuarto de huéspedes se transformó en un refugio para amigos y familiares. Y nuestros vecinos nos han hecho sentir mucha humildad con sus atenciones. Fue una sensación tan linda saber que estábamos exactamente en el lugar correcto para nosotros, y que Dios guiará a todos al hogar más apropiado para ellos también.

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