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Rescatados de un desastre financiero

Del número de septiembre de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi padre era incapaz de hacer algo deshonesto. Recuerdo que en una ocasión comentó de un contratista con el que había trabajado: "Si a este hombre le puede ir tan bien, imagínate lo bien que le iría en este negocio a una persona realmente honesta". Posteriormente, mi padre fundó su propio negocio de reparación comercial de albañilería, teniendo como principio fundamental la honestidad.

Él y su hermano formaron una compañía de construcción realmente sólida con clientes leales y con una reputación ganada con honradez y trabajo competente. Con el tiempo, yo empecé a trabajar con él. Teníamos un excelente equipo de trabajadores. Todos se preocupaban por los demás. Era como una gran familia.

Mi padre y mi tío se jubilaron en una época de mucho crecimiento, dejándonos el negocio a mis dos primos y a mí. A mediados de los años 90, nos hicimos cargo de un proyecto en un área con la que no estábamos familiarizados y que no pudimos terminar. La empresa fiadora que aseguró el proyecto tuvo que hacerse cargo y nuestra compañía finalmente se vio forzada a declararse en quiebra.

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