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Curación de gangrena seca

Del número de septiembre de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


No hace mucho, noté que se me adormecían las piernas desde las rodillas hasta la planta de los pies, pero no le di importancia y seguí haciendo mi vida normal. Sin embargo, esas molestias fueron acrecentándose al punto de impedirme caminar. Esto causó mucha alarma entre mis familiares al observarme, pero yo me mantuve firme en lo que sabía que a mí ya me había dado resultado, que Dios gobierna todo aspecto de mi vida.

Mi familia pensó que me negaría a asistir a una consulta médica, pero ya me había anticipado a pedir en oración la guía de la Mente divina y esto me inspiró a recurrir al libro Ciencia y Salud. En la página 464, M. B. Eddy escribe: "Si debido a una lesión, o por cualquier otra causa, un Científico Cristiano fuese atacado por un dolor tan agudo que le fuera imposible darse un tratamiento mental a sí mismo — y los Científicos no hubieran logrado aliviarle — el que sufre puede consultar con un cirujano, para que le administre una inyección hipodérmica; entonces, al calmarse la creencia de dolor, él podrá atender su propio caso mentalmente".

Para evitar el resquebrajamiento de la armonía en el hogar, puse en práctica esta indicación y accedí a concurrir a un centro de salud.

Al observarme, el médico se molestó bastante, indicando que yo había ido demasiado tarde. Me indicó que se trataba de gangrena seca, por lo que derivó mi caso al médico cirujano. El mismo dispuso que se me preparara para una intervención quirúrgica de inmediato, porque existía una obstrucción en los vasos sanguíneos y arterias. Me tomaron radiografías de ambas piernas y me indicaron que regresara en tres días. En todo ese tiempo, mientras me examinaban, yo continuaba orando para mantener mi pensamiento claro con respecto a mi relación con Dios, el Amor divino. Cuando escuché la palabra "obstrucción", pensé que eso no me correspondía a mí, por cuanto pertenezco al linaje de Dios, que me creó espiritualmente completo. Me negué a aceptar que ese diagnóstico médico pudiera dar lugar a la amputación de los miembros que se suponían enfermos.

Hubo en especial un artículo publicado en esta revista en marzo de 1997 que recuerdo con mucha gratitud por la ayuda que me proporcionó. Se titula "Las pruebas son señales del cuidado de Dios".

Asimismo sentí que tenía que orar por los médicos y enfermeras y ver que ellos también son hijos de Dios, a quienes Él cuida y ama.

Sin vacilaciones y lleno de gratitud, llamé a una practicista de la Christian Science, una persona que se dedica profesionalmente a ayudar espiritualmente a quienes se lo solicitan, y le conté de esta situación para que me apoyara por medio de la oración. Las ideas que compartió conmigo me llenaron de confianza y me hicieron perder el temor, haciéndome ver que, tal como lo expresó, yo "no había caminado nunca solo, sino que Dios siempre había caminado por mí".

Cumplido el tercer día, me aproximé al hospital en una silla de ruedas, pero cuando el médico me vio ingresar, se dirigió hacia mí al mismo tiempo que yo me levantaba y caminaba normalmente. Nos dimos un fraternal abrazo y él me indicó que todo había sido una falsa alarma y que no necesitaba ninguna intervención quirúrgica. También me alcanzó un sobre que contenía las radiografías para que me las guardara de recuerdo.

Estoy muy agradecido a Dios por esta curación que se transformó en el momento más feliz de mi vida.


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