Lo que aprendí de la hospitalidad
Cuando estaba en la universidad hice un viaje con mis compañeros para estudiar unos meses en América del Sur. Era la primera vez que viajaba fuera de Norteamérica, y resultó ser una experiencia donde crecí espiritualmente y aprendí mucho. Todavía hoy siento el efecto que tuvo en mí. Pasamos la mayoría del tiempo en Argentina, pero también visitamos brevemente Uruguay y Brasil.
Durante la semana dormíamos en un hotel y asistíamos a clases en Buenos Aires. Pero la mejor parte del viaje era quedarnos con familias durante los fines de semana. Fue durante esas visitas que aprendí el verdadero significado de la hospitalidad. Recuerdo muchas noches de buena comida y amistad, en las cuales me sentí abrazado como un miembro más de la familia. En una ocasión, un joven de más o menos mi edad y su hermano menor me cedieron su dormitorio. Algunas de las familias eran de bajos recursos, y no todos profesaban mi religión, pero me daban libertad para hacer lo que quisiera.
Algunos eran sólo pequeños actos de bondad pero, en conjunto, me conmovieron profundamente y me hicieron pensar. ¿No es acaso compartir todo lo que uno tiene una señal de una mayor riqueza que las meras posesiones materiales? ¿Acaso no podía yo ser también más bondadoso con mi hermano menor y con otros miembros de mi familia cuando regresara a casa? ¿No debía comenzar a pensar en alguien más aparte de mí mismo? El autoexamen que esto provocó aún hoy continúa, y me ha transformado en un mejor miembro de mi familia. Como mi autora preferida, Mary Baker Eddy, escribió en su obra Escritos Misceláneos: "La humanidad pura, la amistad, el hogar y el amor recíproco, traen a la tierra un goce anticipado de cielo". (pág. 100)
La experiencia que tuve en Sudamérica me dejó con el deseo de volver, y lo pude hacer 13 años después, en el año 2000. Estaba encantado de tener la posibilidad de compartir con mi esposa lo que había aprendido allí; sin embargo, me preguntaba si sería lo mismo. Algunos de los lugares que visitaríamos eran nuevos para mí. ¿Sería también la gente diferente? Para mi deleite, fueron igualmente hospitalarios.
Uno de los lugares que no había visitado anteriormente fue la ciudad de Bariloche. Una noche, íbamos caminando por la ciudad después de cenar admirando los negocios, cuando nos dieron muchas ganas de comer un postre. Horas antes habíamos visto un lugar donde servían fondue de chocolate y nos acercamos a la vidriera, pero estaba cerrado. Sin embargo, el dueño nos vio y nos invitó a entrar. Su esposa, quien estaba a cargo de la cocina, se quedó y nos preparó un espléndido plato. Éste fue un ejemplo de la Regla de Oro en acción.
Algunos eran pequeños actos de bondad, pero me conmovían profundamente.
Al día siguiente, fuimos a la iglesia en otra ciudad. Después de una cordial bienvenida, una de las familias insistió en que pasáramos la noche con ellos. Todo este trato tan cordial me hizo sentir amado, confiado y a la espera del bien. Esto me sirvió de mucho cuando enfrenté un desafío de regreso en Buenos Aires.
Habíamos salido a cenar con unos amigos con los que me había quedado en la primera visita. La pasamos muy bien y al recibir mi cambio después de ayudar a pagar la comida, me dieron un billete de 50 pesos. Al día siguiente almorzamos con otra familia, y al sacar el billete para contribuir en el pago de la comida, mi amigo, quien es propietario de una estación de servicio, notó que el billete era falso.
Si bien me sorprendí, yo sabía que el mejor curso a seguir era orar. Afirmé mentalmente que Dios tenía el control y que ninguna falta de armonía podía entrar en Su creación; que Sus hijos, todos los hombres y mujeres, son fundamentalmente honestos y Lo reflejan a Él como Principio. También oré para saber que a pesar de mi limitada habilidad para hablar castellano, la Mente, Dios, está constantemente transmitiendo su inteligencia a Su creación, y que no puede haber una comunicación deficiente Regresé al restaurante y fui recibido por el mismo camarero que nos había servido en la cena. Después de conversar brevemente con su jefe, me cambiaron el billete.
¿Qué aprendí de todo esto? Principalmente, que es posible y da mucha alegría cumplir con nuestros dos grandes deberes como cristianos: amar a Dios, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Cuando lo hacemos, nuestras bendiciones se multiplican.
Alabama, EE.UU.