Un día, mi hija, Allie, regresó a casa con síntomas de conjuntivitis aguda. Me acordé de que una compañera hacía poco había lidiado con este problema, así como otros estudiantes de su escuela. Yo sabía que podíamos manejar esta condición a través del tratamiento de la Ciencia Cristiana.
Allie y yo nos sentamos y nos pusimos a orar, dando un tratamiento en voz alta. Le pedí que eligiera un sinónimo de Dios para comenzar, y ella eligió el Principio. Así que empecé con el Principio divino, y oramos con los hechos divinos; reconocimos que el Principio divino, Dios, la había hecho; que por ser una idea espiritual, ella reflejaba al Principio en todo sentido, y no podía desviarse de la ley de perfección de Dios. Oramos de esta forma durante unos minutos.
Aquella tarde Allie también me había contado un poco acerca de una niña pequeña que se había lastimado en el patio durante el recreo, y se la habían llevado en una ambulancia. Me sentí impulsada a orar para comprender mejor que esta pequeña nunca podía estar separada de Dios, el bien.
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