Respondí una llamada a las 5:30 de la mañana. Una amiga que estaba enfrentando dificultades, me pidió que orara con ella, lo que hice de inmediato.
Al orar me sentí llena de inspiración, pero como estaba pasando la noche con mis dos nietos más pequeños porque mi hija estaba de viaje, me di cuenta de que la casa muy pronto comenzaría a requerir de mi atención con las actividades de la mañana. De hecho, poco después mi tiempo tranquilo para orar estaba compitiendo con las necesidades de estos queridos niños, mientras iba de un cuarto a otro lavando caras, poniendo calcetines y preparando el desayuno. Después, salimos de casa para dejar a uno de los chicos en la guardería infantil.
Cuando el otro nieto y yo regresamos a casa, él se fue arriba a jugar en su cuarto. Me senté en un lugar tranquilo para recuperar mi equilibrio espiritual. Mi oración consistía simplemente en amar; tener una percepción tal de Dios como Amor, que, aun en medio de las actividades del día, no podía perder de vista el amor que sentía por Dios y mi amor por otros (específicamente la querida amiga que me había llamado). Mi deseo era mantener viva la maravillosa inspiración que había sentido antes.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!