Respondí una llamada a las 5:30 de la mañana. Una amiga que estaba enfrentando dificultades, me pidió que orara con ella, lo que hice de inmediato.
Al orar me sentí llena de inspiración, pero como estaba pasando la noche con mis dos nietos más pequeños porque mi hija estaba de viaje, me di cuenta de que la casa muy pronto comenzaría a requerir de mi atención con las actividades de la mañana. De hecho, poco después mi tiempo tranquilo para orar estaba compitiendo con las necesidades de estos queridos niños, mientras iba de un cuarto a otro lavando caras, poniendo calcetines y preparando el desayuno. Después, salimos de casa para dejar a uno de los chicos en la guardería infantil.
Cuando el otro nieto y yo regresamos a casa, él se fue arriba a jugar en su cuarto. Me senté en un lugar tranquilo para recuperar mi equilibrio espiritual. Mi oración consistía simplemente en amar; tener una percepción tal de Dios como Amor, que, aun en medio de las actividades del día, no podía perder de vista el amor que sentía por Dios y mi amor por otros (específicamente la querida amiga que me había llamado). Mi deseo era mantener viva la maravillosa inspiración que había sentido antes.
En Escritos Misceláneos 1883–1896, Mary Baker Eddy escribe: “La espiritualidad es la base de todo pensamiento y volición verdaderos” (pág. 156). Las responsabilidades del día no pueden interrumpir a la Mente divina que inspira pensamientos llenos de amor y oración, permitiéndonos ser testigos del bien que está ocurriendo constantemente. Comprendí que, a pesar de las ocupaciones del día, no podía perder el bien.
Experimenté esto de una forma directa y sorprendente. A medida que oraba en silencio, me vino el siguiente pensamiento inevitablemente claro: “¡Jamás te han odiado!” Me sobresalté; esto no tenía nada que ver con lo que yo había estado orando, pero allí estaba. Sentí como que me estaban purificando. Imágenes mentales de los pendencieros de mi niñez, rivalidades con mis hermanos y otras escenas de odio de diversos rincones de mi memoria, comenzaron a ser trituradas de una forma u otra.
A veces la brutalidad de algún recuerdo desagradable puede tentarnos a apartarnos de la alegría a la que tenemos derecho: apartarnos de las actividades de la iglesia, de la familia o, en casos muy extremos, incluso de la vida misma. Pero Dios es Amor, y el Amor incluye alegría, y Dios está en todas partes. El Amor divino nos protege del mal, del odio, en todo momento. El amor infinito de Dios nos alcanza a todos nosotros. Pienso que aquella mañana era mi turno de abrirme más plenamente a ese Amor.
A continuación de ese momento hermoso, me vino este pensamiento: “¡Y tú jamás has odiado a nadie!” No estoy diciendo que nunca había actuado o tenido algún pensamiento desagradable contra nadie. Pero el hecho espiritual es que, por ser la creación de Dios, el Amor, somos enteramente amorosos y amados. El Amor divino está siempre manteniendo una abundancia infinita de felicidad y salud en Su creación.
Comprender esto trae reforma y curación donde sea necesario. Y no solo para nosotros mismos. El hecho de que estemos dispuestos a ceder a este Amor bendice a todos los que están dentro de nuestra “atmósfera de pensamiento”, incluida, me di cuenta, la amiga que me había llamado temprano aquella mañana. Eddy usa estas tres palabras juntas en su artículo “Amad a vuestros enemigos”. La frase completa dice así: “Debiéramos evaluar el amor que sentimos hacia Dios por el amor que sentimos por el hombre; y nuestra comprensión de la Ciencia será evaluada por nuestra obediencia a Dios —en el cumplimiento de la ley del Amor, haciendo bien a todos; impartiendo la Verdad, la Vida y el Amor, en el grado en que nosotros mismos los reflejemos, a todos los que se hallen dentro del radio de nuestra atmósfera de pensamiento” (Escritos Misceláneos, pág. 12).
Había ¡muchas oportunidades para ver evidencias de la supremacía del Amor divino!
El libro de Primera de Juan en la Biblia afirma: “Nosotros le amamos a él [Dios], porque él nos amó primero” (4:19). Comencé a comprender más claramente por qué amar es inherente a nosotros: Porque Dios nos creó a nosotros, Sus hijos espirituales, como el reflejo de Su propio amor infinito. La única voz en el cuarto en ese momento era esta verdad hablando a mi pensamiento con absoluta autoridad.
A medida que pensaba más acerca de estas ideas durante el día, más inspiraciones me venían, lo que me ayudó a abandonar los pensamientos de odio que habían estado reclamando mi atención por demasiado tiempo. Me di cuenta de que había ¡muchas oportunidades para ver evidencias de la supremacía del Amor divino! Mi anhelo de expresar este entendimiento revitalizado del Amor, estuvo acompañado de una completa paz.
Lo más notable para mí fue la curación relacionada con los recuerdos del bachillerato de un grupo de adolescentes que me golpearon con una soga llena de nudos mientras varios me mantenían abajo, simplemente porque mi apariencia era diferente a la de ellos y no formaba parte de su grupo de la escuela. En la revelación que tuve aquella mañana acerca del Amor puro, hasta este recuerdo perdió su dominio en mi pensamiento, sin que yo hiciera argumento alguno. Me sentí feliz de permitir que esa imagen también desapareciera. Otros recuerdos opresivos de sentirme rechazada, despreciada, o de que yo a la gente no le importaba, así como sentimientos de odiarme a mí misma durante muchos años, todo ese peso desapareció de mis hombros.
En otra parte de “Amad a vuestros enemigos” está este ejemplo del perdón: “Me gustaría tomar de la mano a todos aquellos que no me aman y decirles: ‘Yo os amo, y no os haría ningún daño a sabiendas’. Porque así lo siento, digo a otros: No odiéis a nadie; pues el odio es un foco de infección que propaga su virus y acaba por matar. Si nos entregamos al odio, nos domina; al que lo tiene le ocasiona sufrimiento tras sufrimiento, en todo momento y más allá de la tumba” (págs. 11–12).
¡Uau! Esto no se trataba simplemente de la curación, por más agradecida que estaba porque tanto mi amiga como yo habíamos tenido hermosas curaciones aquel día. Esto se había transformado en una verdadera revelación, a cuyo cálido abrazo todavía asciendo en oración. Jamás sentirnos odiados, jamás odiar. Suena como el cielo. Es el cielo. Y aquí estamos, cada uno de nosotros, residiendo en el reino de Dios y en este momento mismo completamente en paz. El hecho de comprender este hecho espiritual y permitir que el Amor divino llene nuestro pensamiento elimina los recuerdos opresivos y trae curación.
