La predestinación es un concepto que desde hace mucho tiempo preocupa a muchos creyentes. El mismo Juan Calvino, reformador del siglo XVI, denominó a este sombrío punto teológico del calvinismo el “horrible decreto”. Esta creencia de que tan solo unos pocos elegidos serán salvos, mientras que la vasta mayoría se perderá sin recurso, por más que uno se esfuerce por reformarse, era realmente muy preocupante para muchos y continúa siéndolo hoy.
En contraste con este concepto, una idea que ha sido sumamente sanadora es la comprensión de que Dios es Amor, completamente bueno, enseñanza bíblica que la Ciencia Cristiana pone muy bien en claro. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribió en No y Sí: “Lo que Dios sabe Él también predestina; y eso debe ser cumplido” (pág. 37). Todo lo que Dios predestina para el hombre debe ser bueno, porque Dios es Amor y Dios es bueno.
¿Qué sabe Dios acerca del hombre? ¡Todo! Y todo es bueno. Génesis, capítulo 1, declara que Dios hizo al hombre (tanto varón como hembra) a Su imagen y semejanza. Él dio al hombre dominio y declara que el hombre y toda la creación de Dios es muy buena (véanse versículos 27, 28, 31). Esto significa que Dios no crea el mal ni manda cosas malas a Su creación para enderezarnos. Aunque para los sentidos materiales el mal pueda parecer real, no existe el mal en la creación de Dios, y no hay nada que enderezar. La Palabra inspirada de la Biblia revela el gran amor y cuidado que Dios brinda al hombre al mantener la semejanza, unicidad e inseparabilidad del hombre con Él.
Las evidencias del amor y el cuidado de Dios por Su creación son prolíferas a lo largo tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento de la Biblia. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, Dios cuidó de David, guiándolo en su victoria contra Goliat, el gigante guerrero filistino, y lo protegió continuamente de sus enemigos, tanto dentro como afuera de su reino. Y en el Nuevo Testamento, Jesús declaró y demostró su unidad con Dios, el Padre, como Hijo de Dios, a lo largo de su vida y ministerio, “sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 9:35), e incluso resucitando muertos. No obstante, en humildad, él daba a Dios todo el crédito de su obra sanadora, y decía que aquellos que lo siguieran también harían estas obras sanadoras. Además, el Apóstol Pablo, nos cuenta en Romanos que somos predestinados por Dios: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (8:29). Un contraste muy grande con cualquier enfermedad o problemas que vemos en el mundo. Estas ilustraciones demuestran que entender lo que Dios conoce produce curaciones.
A imagen de Dios como Espíritu, el hombre es puramente espiritual, nunca está bajo las supuestas leyes de la mortalidad.
Al reflexionar sobre la declaración de la Sra. Eddy, “Lo que Dios sabe Él también predestina; y eso debe ser cumplido”, un practicista de la Ciencia Cristiana recibió la llamada de un hombre que le pidió tratamiento mediante la oración por un problema glandular diagnosticado por los médicos que le estaba afectando la vista. El diagnóstico era que el hombre quedaría ciego o incluso moriría si no era tratado médicamente. Sin embargo, el hombre decidió apoyarse en la Ciencia Cristiana para sanar.
El practicista le dijo al paciente que Dios solo lo conocía como Su hijo amado, hecho a Su imagen y semejanza. Le explicó que lo único que Dios sabía acerca de él, era su verdadera existencia espiritual, incorpórea e inmortal por ser el hijo amado que estaba bajo Su cuidado, y que esta era su auténtica y única identidad real. Oró en estos términos, reflexionando acerca de los siete sinónimos de Dios —Principio, Mente, Alma, Espíritu, Vida, Verdad y Amor— que aparecen en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por la Sra. Eddy (véase pág. 465).
El practicista razonó de la siguiente manera: A imagen de Dios como Vida, el paciente estaba predestinado a ser totalmente saludable; a semejanza de Dios como Verdad, él debía ser totalmente bueno y puro; a semejanza de Dios como Principio, todo aspecto de su existencia estaba gobernado por la ley de Dios, y Su ley mantenía su perfección eterna como imagen y semejanza de Dios. No estaba gobernado por leyes materiales, opiniones o diagnósticos mundanos. La Sra. Eddy declara en No y Sí: “La armonía, perpetuidad y perfección eternas constituyen los fenómenos del ser, gobernados por las leyes inmutables y eternas de Dios; mientras que la materia y la voluntad humana, el intelecto, el deseo y el temor no son los creadores y directores ni los destructores de la vida o sus armonías” (págs. 10 –11).
A imagen de Dios como Espíritu, el hombre es puramente espiritual, nunca está bajo las supuestas leyes de la mortalidad. Puesto que la materia no tiene inteligencia para actuar y ninguna ley que la sostenga, la Sra. Eddy dice en La idea que los hombres tienen acerca de Dios: “La única ley de la enfermedad o la muerte es una ley de la creencia mortal, una infracción al gobierno misericordioso y justo de Dios” (pág. 12). A imagen de la Mente divina, todas sus facultades son perfectas, de hecho, era y es la incorporación de las ideas de la Mente, por lo tanto, todo era bueno y es verdaderamente armonioso. Comprendiendo que Dios es eterno, el hombre ha existido siempre como Su manifestación divina.
Cuatro días después de este tratamiento de la Ciencia Cristiana mediante la oración, todo vestigio del problema había desaparecido, y el hombre regresó a su trabajo y rutina diaria, totalmente sano. Posteriormente, cuando regresó a la cita que tenía con su médico, el doctor se sintió sorprendido y feliz al no encontrar rastro alguno de la condición que previamente había diagnosticado. Muchos meses después, el hombre continúa sin tener rastro alguno de la condición glandular.
El practicista vislumbró lo que significa que “todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). Un Dios del todo amoroso jamás puede predestinar una alteración glandular, porque Dios nunca hizo la enfermedad. Del mismo modo, es inconcebible que una enfermedad así pudiera ser el cumplimiento del amor de nuestro Padre-Madre Dios benevolente y solícito. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy afirma: “Si se comprendiera que el pecado, la enfermedad y la muerte son nada, desaparecerían. Como el vapor se disuelve ante el sol, así el mal se desvanecería ante la realidad del bien” (pág. 480). Cualquiera sea el problema que se presente, una comprensión mediante la oración de lo que Dios predestina, trae curación.
