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Niña sana de una quemadura

Del número de mayo de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una noche, nuestra familia estaba tostando dulces de malvavisco en el jardín de atrás de la casa, cuando Alma, nuestra hija de cinco años, sacó su dulce del fuego para inspeccionarlo y al hacerlo, accidentalmente se tocó con el malvavisco caliente la cara cerca del ojo.

Mi esposo y yo rápidamente limpiamos el malvavisco lo más que pudimos, pero no nos sentíamos calificados para terminar de limpiar correctamente la herida. Hablamos para decidir a dónde podíamos llevarla a fin de que recibiera la mejor y más rápida atención posible. Estuvimos de acuerdo en llamar a las enfermeras de la Ciencia Cristiana de un sanatorio de la Ciencia Cristiana cercano. Nuestra familia ya había tenido buenas experiencias por haber recibido atención afectuosa de estas enfermeras después del nacimiento de nuestra hija, y las instalaciones estaban muy cerca de casa. También llamamos a un practicista de la Ciencia Cristiana, y él comenzó a orar por Alma inmediatamente.

 El primer desafío para nosotros como padres fue lidiar con el temor. Nuestra familia ya había tenido otras curaciones, así que yo sabía que, aunque parece muy válido sentir temor, era en realidad una distracción que nos apartaba de los poderosos pensamientos sanadores que vienen de Dios y que estaban allí presentes, dándonos la certeza de que nuestra hija estaba intacta e ilesa. Aunque lo que estábamos viendo parecía serio, no podía afectar la identidad de nuestra hija, la cual es espiritual y está por siempre a salvo en Dios. Si bien estaba luchando con sentimientos de temor, me apoyé en Dios para que me diera una sensación de paz. Afortunadamente, mi esposo estaba muy tranquilo, y Alma también parecía enfrentar el temor sin ningún esfuerzo. Su calmada y firme actitud ante el dolor —y su inocente receptividad al tierno cuidado que Dios le impartía— fueron muy instructivas para nosotros.

Cuando íbamos de camino al sanatorio, hablamos con Alma sobre cómo podíamos orar por la situación. Y cantamos himnos que todos conocíamos bien, entre ellos “Alimenta mis ovejas” y “Oración vespertina de la Madre”, Himnos 304 y 207 del Himnario de la Ciencia Cristiana, cuyas letras fueron escritas por Mary Baker Eddy. Estos eran dos de los himnos preferidos de Alma en aquella época, y mientras los cantábamos ella sonreía dulcemente, de hecho se quedó dormida durante el trayecto. Si bien oramos con muchas ideas durante esta curación, una que se destacó para mí fue un verso del segundo himno, “Oración vespertina de la Madre”, que en inglés comienza diciendo: “El Amor es nuestro refugio”, y concluye: “Su brazo me rodea a mí, y a los míos, y a todos”. Alma y yo hablamos sobre lo que significa estar rodeado todo el tiempo, día y noche, por el Amor de Dios. Y fue muy claro para mí en mis propias oraciones que la presencia afectuosa de Dios que nos rodeaba excluía la posibilidad de que hubiera un accidente y sus efectos.

Aquella noche, las enfermeras de la Ciencia Cristiana le limpiaron la cara con el cuidado profesional que se requería en esas circunstancias, y luego continuamos visitándolas todos los días por una semana para que nos siguieran ayudando. Durante aquella semana, Alma y yo oramos cada día para comprender su verdadera identidad, que era espiritual, estaba a salvo y Dios la mantenía. Cantábamos himnos juntas muchas veces durante el día. En aquella época, Alma justo había comenzado a tener un diario, y un día ella escribió su propio himno sanador: “Día y noche, día y noche. Dios te guarda día y noche”.

Hubo un progreso evidente todos los días hasta que sanó por completo. Y una semana después, durante nuestras vacaciones, ella pudo divertirse junto con todos nosotros en el agua.

Esta curación es una prueba hermosa de que el Amor es nuestro refugio, y que comprender la presencia del Amor sana.

Clementine Lue Clark
Coppet, Suiza

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