¡Todos nos estábamos divirtiendo mucho… o eso parecía!
Faltaban dos días para la Navidad y la casa estaba llena de familiares. Estábamos jugando diferentes juegos, y todos comenzamos a hacer tonterías. Pero a una persona no le gustaron, así que arrojó sus cartas sobre la mesa y se alejó furioso.
Yo no entendía lo que había ocurrido, y me sorprendí mucho al enterarme de que estaba enojado conmigo. ¿Por qué? ¡Así que yo también arrojé mis cartas! Subí las escaleras corriendo y entré en mi cuarto y cerré la puerta de un golpe. Hasta ahí había llegado la diversión de la Navidad.
Pero no estuve enojada mucho tiempo. Tras aquel portazo, me vino un dulce pensamiento: “Tú tienes lo que se necesita para lidiar con esto. No esperes. Resuélvelo ahora”.
El pensamiento era tan firme como dulce, y me vino con una cálida sensación de paz. Yo conocía esta voz que me estaba hablando en mi pensamiento; la había escuchado antes. Era lo que me gusta pensar que es “el Príncipe de Paz”.
No era un príncipe como en los libros de cuentos. “El Príncipe de Paz” es uno de los nombres que el profeta Isaías usó cuando les dijo a todos que iba a nacer un niño, el Cristo. Puedes encontrar esta profecía en la Biblia. Dice: “Pues nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado; el gobierno descansará sobre sus hombros, y será llamado: Consejero Maravilloso, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6, NTV).
“El Príncipe de Paz” se refiere a Cristo Jesús. En la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana había aprendido que mientras que Jesús era el bebé que nació en Belén, el Cristo es el nombre que usamos cuando hablamos sobre su ser espiritual como el Hijo de Dios. Y el Cristo es también el mensaje de Dios que nos habla acerca de nuestro propio ser espiritual como hijos e hijas de Dios.
Aunque el hombre Jesús ya no está aquí, el mensaje que Dios nos envió por medio del Cristo sí lo está. Nos dice que somos buenos como es Dios, ¡porque Él nos hizo! El Cristo nos ayuda a recordar que nos gusta hacer lo que es amoroso y amable para que todas las personas que conocemos puedan sentir también el amor de Dios y estén tranquilas, en paz y llenas de alegría.
Aquel día en mi casa, decidí escuchar atentamente el apacible mensaje que el Cristo me estaba enviando acerca de mí misma y de mi familiar. Me decía que Dios, el Amor, nos hizo amorosos a ambos, así que estar enojados no forma parte de lo que realmente somos.
Respiré profundamente y bajé las escaleras. Estaba tan contenta de que ya sentía amor en lugar de ira. Sabía que mi familiar también preferiría divertirse a estar enojado. Lo encontré sentado solo y triste. Le di un gran abrazo y le dije que lo lamentaba (aunque aún no sabía qué había hecho mal).
Él dijo que estaba bien y me abrazó igualmente. El resto de esa Navidad nos divertimos mucho, sin que hubiera más problemas o malos entendidos entre nosotros.
En la época de Navidad —o en cualquier momento— todos podemos estar atentos para escuchar al Cristo y sentirnos tranquilos, seguros y amados, en lugar de enojados, tristes y frustrados. Reconocerás su mensaje por la sensación de paz que te brinda. Así que cuando lo escuches, ¡asegúrate de darle una gran bienvenida!