Un amado villancico navideño me recuerda uno de mis mensajes favoritos, el del tierno amor de Dios por todos nosotros, el cual no es solo para Navidad, sino que trae curación e inspiración durante todo el año.
El villancico comienza mencionando la quietud del “pueblo de Belén”, y puede sentirse una callada admiración. Una versión de esta canción termina diciendo: “doquier encuentre humildad, / el Cristo entrará” (Phillips Brooks, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 222).
Para mí, esto es tanto una oración como una promesa. Cuando somos mansos y receptivos, podemos sentir este mensaje del Cristo mostrándonos el tierno amor de Dios, que Cristo Jesús expresó tan plenamente. Viene a nuestro pensamiento y nos eleva. Y esto no solo es cierto para unos pocos; todos tenemos la oportunidad de aprovecharnos de este grandioso obsequio del Cristo.
¿Cómo recibimos y “desenvolvemos” este obsequio por medio de la mansedumbre? Podemos comenzar comprendiendo qué significa realmente ser manso. Algunas definiciones de manso son: humildemente paciente; sin inclinación a la ira o al resentimiento; ceder. Esforzarse por expresar la cualidad de la mansedumbre requiere estar dispuesto a rechazar una perspectiva obstinada y testaruda, y abrir en cambio nuestro pensamiento a la sabiduría infinita de Dios.
Las virtudes de la mansedumbre son alabadas y están entretejidas en todas las Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Tal vez tengamos la tendencia de asociar la mansedumbre con la debilidad, pero la Biblia y las enseñanzas de la Ciencia Cristiana nos muestran lo contrario.
Cuando Cristo Jesús era un bebé, fue acunado en las humildes circunstancias de un pesebre, pero él llegaría a ser el ejemplo más grandioso de la verdadera hombría que la humanidad ha visto jamás. Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana —la Ciencia divina del Cristo— describió a Jesús como manso en numerosas ocasiones, y consideraba que su mansedumbre estaba asociada con el poder; por ejemplo, ella escribió en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras que “el gran Nazareno” era “tan manso como poderoso” (pág. 597). Y Jesús destacó el significado de la mansedumbre en su Sermón del Monte: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:5), una promesa similar a la que había expresado el Salmista (véase Salmos 37:11).
Si bien a veces nos puede parecer difícil ser mansos, todos tenemos la inherente capacidad de expresar esta cualidad. El Espíritu, Dios, nos hizo a cada uno de nosotros a Su imagen (véase Génesis 1:26, 27), de manera que nuestra verdadera identidad es en realidad la expresión espiritual amorosa misma de Dios. Por lo tanto, es natural que nuestro pensamiento ceda al Cristo, al mensaje de amor de Dios, que nos viene en todo momento para que lo expresemos.
Cuando estamos humildemente dispuestos a escuchar a Dios, la Mente divina, en busca de guía, sentimos la inspiración del poder divino. La Sra. Eddy explica en sus Escritos Misceláneos 1883–1896: “La mansedumbre, moderando el deseo humano, inspira sabiduría y logra el poder divino” (pág. 360). Esa mansedumbre puede expresarse de muchas formas como, por ejemplo, no replicar cuando se hace un comentario inquietante, conducir con más paciencia y gracia durante la hora pico, hacer un ajuste inspirado por Dios en una transacción comercial a fin de ser justos, pedir ayuda cuando la necesitamos aun cuando pueda parecer incómodo, o admitir que estamos equivocados acerca de algo.
Esa hermosa frase del himno “doquier encuentre humildad” nos dice que cuando estamos dispuestos a escuchar humildemente a Dios y recibir, aceptar, el ejemplo y enseñanzas incomparables de Cristo Jesús, entonces “el Cristo entrará”. La luz radiante de Dios —Su mensaje eterno y sanador del bien y el amor— ilumina y aclara nuestro pensamiento.
Como describe el himno al comienzo de la última estrofa:
Cuán silenciosamente
el don glorioso otorga Dios,
y da al humano corazón
Su santa bendición.
Dios está siempre impartiéndonos este maravilloso obsequio del tierno mensaje de amor del Cristo. Y nosotros podemos con mansedumbre y gratitud recibirlo, todo el año.