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El primer paso para resolver un conflicto: la humildad

Del número de diciembre de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 10 de octubre de 2019 como original para la Web.


Por más que no nos gusten los conflictos, los mismos surgen en la vida cotidiana. Cuando provocan sufrimiento mental o físico, puede sentirse como si hasta nuestro cuerpo fuera un campo de batalla.

Numerosos libros y seminarios ofrecen consejos prácticos sobre cómo manejar las controversias y sugieren varios métodos o herramientas para resolverlos. Un libro que ha sido un recurso invalorable para mí, la Santa Biblia, enseña que un lugar poderoso donde empezar al resolver cualquier conflicto es la práctica de la humildad. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento contienen inspiradores ejemplos de hombres y mujeres que han prevenido conflictos, o han impedido que se intensifiquen, al expresar esta cualidad espiritual.

Por ejemplo, en Primera de Samuel está la historia de una mujer llamada Abigail quien impidió una confrontación potencialmente peligrosa que involucraba a su esposo (véase 25:2-35). La armoniosa resolución, en la cual ella desempeñó una función esencial, demuestra que la humildad no es una debilidad como piensan algunos, sino una poderosa fuerza espiritual para el bien que acalla el orgullo humano y modera las emociones que a veces estallan y llevan al conflicto.

Abigail estaba casada con Nabal, un hacendado muy rico, quien era al parecer una persona muy hosca. Cuando David (el mismo que venció a Goliat) y sus hombres se encontraban cerca de la propiedad de Nabal, le pidieron a este algunas provisiones que necesitaban, sintiendo que ese pedido era razonable porque ellos habían tratado bien a sus pastores. Pero Nabal bruscamente se negó a ayudarlos. Esto amenazaba con que se produjera un conflicto, ya que David, furioso, se preparó para vengarse con violencia de Nabal. 

Cuando Abigail se enteró de la negativa de su esposo, se apresuró a reunir los suministros que David había solicitado y descendió a encontrarse con él. Cuando lo encontró, se postró a sus pies y se esforzó por enmendar el comportamiento de su esposo, ofreciéndose a asumir la culpa por las acciones de él, y rogándole a David que aceptara las provisiones que le había traído y no provocara un derrame de sangre. 

El relato indica que ella manifestó paciencia, longanimidad y sabiduría. Sus palabras cuidadosamente elegidas y el tono conciliatorio ciertamente deben de haber surgido de un lugar de profunda humildad, y los mismos hicieron que David se diera cuenta de su actitud belicosa e impidieron un altercado con Nabal. 

El libro de Santiago dice: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (4:10). Esto parece indicar que cuando abandonamos todo intento de justificarnos a nosotros mismos, o de manipular una situación de acuerdo con nuestra propia voluntad o la de otra persona, y nos humillamos ante Dios —cuando verdaderamente queremos que se haga la voluntad de Dios y sabemos que esta voluntad es solo buena— sentimos el apoyo de Su presencia sanadora.

Hace muchos años, aprendí una importante lección sobre la humildad, la cual llevó no solo a la resolución de un conflicto interno, sino también a una curación física.

Comencé a sentir un fuerte dolor en el cuello siempre que trataba de girar la cabeza, por lo que me resultaba difícil conducir el auto. El dolor persistió unos seis meses. Durante ese tiempo oré, haciendo lo mejor que podía para escuchar atentamente las ideas sanadoras que los mensajes angelicales de Dios nos brindan. Lo que me venía constantemente era que necesitaba amar más. No obstante, reaccionaba con indignación ante esa idea. Pensaba que era una persona muy amorosa, así que ¡no podía imaginarme que eso fuera lo que necesitaba escuchar! En ocasiones, me enojaba cuando el dolor continuaba a pesar de mis oraciones.

Lo que me venía constantemente era que necesitaba amar más.

Una tarde, estaba almorzando con una amiga, y en el curso de nuestra conversación ella citó una carta que escribió Mary Baker Eddy en la que menciona que es poco caritativo “buscar continuamente una falta en otra persona, hablar de la falta, pensar en ella y en qué hacer con ella —‘rodar el pecado bajo la lengua cual dulce bocadillo’” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 130). Yo conocía esta referencia a la crítica en los escritos de la Descubridora de la Ciencia Cristiana. De hecho, en la misma frase la Sra. Eddy agrega que “tiene el mismo poder para hacer pecadores de vosotros que el que tiene una conducta similar en cuanto a la enfermedad para hacer de un hombre un enfermo”.

Al escuchar los comentarios de mi amiga me di cuenta de que por algún tiempo me había estado aferrando a una fuerte aversión hacia alguien. Esta aversión se había transformado en algo habitual. ¡A veces hasta lo saboreaba! Cuando me di cuenta de lo que había estado haciendo, me sentí avergonzada de mí misma. Al negarme a continuar justificando esos sentimientos carentes de amor, se volvió más importante para mí escuchar lo que Dios, la Mente divina, me estaba diciendo acerca de la verdadera naturaleza de esa persona. Yo sabía que eso significaba que debía estar dispuesta a ver y reconocer lo que Dios ya sabe de Su hijo y permitir que el Amor divino acallara la jactancia de la mente mortal —lo que el apóstol Pablo llama “la mente carnal” (Romanos 8:7, KJV)— y su insistencia en que nosotros, o cualquiera, podemos ser agraviados por otros. Es decir, debía estar dispuesta a expresar la genuina humildad que Cristo Jesús enseñó y practicó. Esto nos capacita para escuchar los pensamientos ininterrumpidos de la Mente divina, la cual constituye la verdadera consciencia del hombre.

A medida que oraba, prestando atención a las ideas de la Mente, comprendí que el individuo al que yo había detestado tanto es en realidad espiritual, hecho a la semejanza misma del Amor divino, como yo lo soy. Por ser el reflejo del Amor, esta persona tiene una individualidad inmortal e intachable que es naturalmente amorosa, cooperativa, adaptable, servicial y afable, no una personalidad mortal con características desagradables. No hay lugar para la obstinación, la impaciencia, el egoísmo o ninguna otra cosa desagradable en la expresión del Amor divino mismo.

Comprender esto me hizo sentir mucha humildad, y pude “escupir” de mi pensamiento “el dulce bocadillo” de la aversión. Me embargó un sentimiento de amor y tolerancia por esta persona. Y en una semana, el dolor del cuello había desaparecido.

 La Sra. Eddy explica en el libro de texto de la Ciencia Cristiana que Jesús podía sanar al apartarse de la opinión de que el hombre es un mortal defectuoso, y ver al hombre espiritual creado por Dios. Ella escribe: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, págs. 476-77).

Empeñarse en ver a este hombre puro en nosotros mismos y en los demás es expresar la genuina humildad que sana el conflicto, dondequiera y como sea que aparezca.

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