Cuando yo tenía unos doce años, y estábamos visitando a unos amigos de mi madre y andando en el auto, sentí que me empezaba a doler la cabeza. Muy pronto el dolor se hizo muy fuerte. Nunca antes había tenido un dolor de cabeza así, pero sabía que esto era algo por lo que podía orar y sanar.
Como alumna de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, había aprendido que Dios es totalmente bueno y que todo lo que Él crea es bueno. Recurrí a Dios en oración, razonando que, puesto que el dolor de cabeza no era bueno, no venía de Dios, así que no me pertenecía por ser Su hija amada.
No le mencioné a nadie el dolor de cabeza, a pesar de que se estaba volviendo más intenso mientras andábamos. Continué orando con lo que sabía que era verdad, que puesto que Dios no había creado el dolor de cabeza no podía ser parte de la expresión de Dios, yo, así que no necesitaba aceptarlo.
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