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Original Web

El regalo más grandioso

Del número de diciembre de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 26 de septiembre de 2019 como original para la Web.


Cuando era niña, mis hermanas, mi hermano y yo siempre nos poníamos inquietos y emocionados en Nochebuena. La mañana de Navidad bien temprano, nos escabullíamos por las escaleras para ver los regalos debajo del árbol, y luego volvíamos sin hacer ruido a nuestros dormitorios. Después, cuando abríamos un regalo grande, como por ejemplo una bicicleta, hacíamos un buen trabajo al simular que era una gran sorpresa. Pero a veces, un regalo muy pequeño que en verdad estábamos esperando era realmente una enorme sorpresa, porque la cajita que lo contenía estaba dentro de una caja mucho más grande.

Por supuesto, la Navidad es mucho más importante que dar y recibir regalos materiales. Se trata de lo que Dios, el Amor divino, nos da libremente a todos, para que cada uno de nosotros lo reciba libremente y lo dé libremente. Puede manifestarse de formas muy grandes, así como en los más pequeños gestos de bondad. Por ejemplo, cuando éramos niños y pequeños de tamaño, mamá acostumbraba decirnos lo siguiente: “Las cosas grandes vienen en paquetes pequeños”. Esto nos hacía sentir que teníamos un valor inherente y una capacidad más grande de lo que las apariencias podían sugerir.

Todos tenemos un valor y una capacidad inherentes que vanmás allá de las apariencias. En la Biblia, está la historia de un hombre que era cojo de nacimiento y pensaba que tenía muy pocas perspectivas de progreso. Simplemente se sentaba afuera de la entrada de un lugar de culto y pedía algunas monedas a la gente que llegaba.

Cuando Pedro y Juan, discípulos de Jesús, lo vieron allí, Pedro le dijo que no tenía oro ni plata y expresó: “pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. El relato de la Biblia continúa diciendo: “Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos”. Este maravilloso regalo de curación fue una gran e inesperada sorpresa para ese hombre, “y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios” (véase Hechos 3:1–8).

Jesús había encargado a Pedro, a Juan y a otros discípulos la misión de “sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, curar a los leprosos y expulsar a los demonios”. Jesús sabía que Dios, el dador universal de la salud y la pureza inagotables, les había dado este sorprendente don: la capacidad de sanar. Así que él agregó: “¡Den tan gratuitamente como han recibido!” (Mateo 10:8, NTV). Y Jesús esperaba totalmente que todos pudieran aprender a dar este regalo de la curación que Dios nos otorga libremente.

Así como mi mamá sabía que sus hijos podían hacer más de lo que su pequeña estatura indicaba, Jesús sabía que todos los hijos de Dios —tú y yo y todos— tenemos capacidades que exceden por mucho el poder humano. En realidad, somos creados por el Amor divino para reflejar el Amor que sana. Somos el reflejo del Amor.

Lo que ocurre es que el Amor divino es tan grande que no puede ser envuelto en un paquete de ningún tamaño, como tampoco su reflejo; este Amor es infinito. El reflejo es el pensamiento y los pensamientos de Dios son los que constituyen el verdadero ser del hombre —el ser de todos— porque es el reflejo del Amor. Estamos abrazados, o envueltos, podríamos decir, en la consciencia infinita del Amor divino. Estamos compuestos de los pensamientos que nuestra Mente divina conoce y ama; la Mente que es el bien puro y no incluye limitaciones, enfermedades o desarmonías. Esta es la Ciencia divina del ser, la Verdad que Cristo Jesús vivió y por medio de la cual sanaba.

Esta Ciencia del Cristo es un regalo maravilloso de Dios para la humanidad y sana hoy en día cuando es comprendida y practicada. Esta comprensión viene cuando le abrimos nuestras mentes y la recibimos en nuestros corazones por medio del estudio humilde y receptivo de la Biblia, junto con Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, libro que explica el sentido espiritual de la verdad que Jesús demostró. A través de este estudio consagrado, acompañado de la sincera oración para comprender la Ciencia del Cristo y permitirle que nos transforme, el amor sanador de Dios se refleja en nosotros, tocando a todos aquellos que abarcamos en nuestros pensamientos.

Pero ¿qué decir de todos los pensamientos materiales, limitados y debilitantes que ocupan tanto el pensamiento humano; pensamientos de enfermedad, dolencias y pecado? ¿De dónde vienen? Bueno, ¡esa es la cuestión! Como no existen en Dios, el Espíritu infinito, la Mente o el Amor que llena todo el espacio, carecen de realidad. Cuando el Amor divino lava y purifica nuestra consciencia humana individual, esos errores pierden su realidad para nosotros y desaparecen. Es así como sana la Ciencia Cristiana. Como explica Ciencia y Salud: “La curación física de la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en el tiempo de Jesús, de la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan necesariamente como las tinieblas dan lugar a la luz y el pecado a la reforma” (pág. xi).

De modo que si queremos aumentar nuestra capacidad para sanar reflejando el amor de Dios, podemos comenzar dejando que el Amor divino llene nuestra consciencia. Podemos permitir que nos revele nuestra propia identidad y valor verdaderos y la identidad y valor verdaderos de los demás como reflejos de Dios. Cuando el Amor divino llena nuestros corazones y mentes, valoramos naturalmente a los demás por ser más maravillosos, puros y saludables de lo que pueden parecer en la superficie. Entonces, el amor que expresas reflejará el poder sanador del Amor divino omnipotente. De esta manera, el amor de Dios puede producir un sorprendente, aunque divinamente natural, efecto sanador en tu vida y en la vida de los demás.

Las genuinas palabras de aprecio o las tiernas expresiones de perdón pueden reflejar el amor de Dios que habita en tu corazón; pueden hacer que el que las recibe se sienta envuelto en el Amor de Dios, y traer curación. La Sra. Eddy hizo esta sabia observación: “Dar no nos empobrece en el servicio de nuestro Hacedor, ni retener nos enriquece” (Ciencia y Salud, pág. 79). El Amor divino simplemente continúa dando. Y cuanto más recibimos de él —le abrimos la puerta de nuestro pensamiento— y lo reflejamos en nuestro propio corazón y acciones, tanto más sentimos dentro de nosotros mismos su poder sanador y transformador. Y los demás sienten que los abraza a ellos también.

Barbara Vining
Redactora en Jefe

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