Después que un amigo usó la palabra observar para describir sus tradiciones religiosas y familiares, pensé más detenidamente en lo que significa observar, celebrar y reconocer la Navidad. Cuando “observo” la Navidad, ¿qué veo?
Inicié mi exploración con la Biblia. Comenzando con el Antiguo Testamento, fueron los profetas —observadores espirituales profundamente apasionados— quienes predijeron la venida de la salvación. Como la primera luz pálida del alba, estos profetas vislumbraron el amanecer de la salvación que Cristo Jesús traería al mundo.
En su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy define profeta como “un vidente espiritual; la desaparición del sentido material ante la consciencia de las realidades de la Verdad espiritual” (pág. 593). Esta es una función que podemos desempeñar hoy. Y si debemos ser videntes espirituales, entonces observar la Navidad requiere visión espiritual y dejar de lado los conceptos mortales. Prestar atención principalmente a una perspectiva espiritual de la Navidad nos lleva a aceptar las actividades propias de la época —decoraciones, compras, comida, fiestas, etc.— de la forma más útil y equilibrada posible. Para hacerlo, tenemos que profundizar más a fin de observar los hechos de la verdad espiritual que son fundamentales para el amanecer del cristianismo y fueron bien recibidos a través del nacimiento de Cristo Jesús.
Entre las diversas definiciones de observar, se encuentran ver, vigilar, practicar o adherirse a algo, y obedecer. Observar la Navidad no quiere decir simplemente sentarse y vigilar algo; entraña nuestra activa respuesta a la constante manifestación del Cristo en nuestra vida. Imagínate el asombro de los pastores cuando, como nos dice el Evangelio de Lucas, brilló a su alrededor la gloria del Señor, y “el ángel del Señor” les dijo que había nacido un Salvador. No hay registro de que hayan debatido la cuestión o consultado sus agendas para posponer el viaje hasta que fuera conveniente hacerlo, sino que acudieron a ver a este niño. “Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado” (2:15). Ellos percibieron la magnitud del mensaje y lo obedecieron. Dar testimonio del Salvador, Cristo el Señor, se convirtió en su máxima prioridad.
Este tipo de observación implica escuchar activamente y proseguir con la inspiración del Espíritu. En el Evangelio de Mateo, los reyes magos siguieron la estrella —la luz de la inspiración— y honraron al rey recién nacido. El rey Herodes esperaba que le informaran acerca de los rumores del nacimiento de un rey, pero los reyes magos fueron conmovidos por ese sagrado suceso y, al ser advertidos por Dios en un sueño, no regresaron a ver a Herodes.
Si mi celebración de la Navidad estaba basada sobre la roca de Cristo, entonces nunca podía perderse.
Nuestra disposición para seguir la guía divina cambia nuestra perspectiva también. Comprendemos que se trata simplemente de negarnos a ser arrastrados por los puntos de vista y actividades tradicionales de la temporada; se trata de honrar la influencia del Cristo que inspira admiración aquí mismo y está en acción en nuestras vidas ahora mismo.
Hace años, tuve que pasar la Navidad sola. Me había mudado al otro lado del país, lejos de mi familia, y no conocía mucha gente en el área. Hubiera sido fácil sentirme sola y deprimida, ya que las tradicionales celebraciones navideñas parecían no estar a mi alcance, pero decidí verlo como una oportunidad de pasar las fiestas obteniendo un sentido más espiritual de la Navidad y viendo cómo el amanecer del cristianismo se expresaba específicamente en mi vida.
En La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, la Sra. Eddy escribe: “La base de la Navidad es la roca, Cristo Jesús; sus frutos son la inspiración y el entendimiento espiritual del gozo y del regocijo, no debido a la tradición, a la costumbre o a los placeres corporales, sino a la verdad demostrable y fundamental, debido al cielo que está dentro de nosotros. La base de la Navidad es el amor que ama a sus enemigos, que devuelve bien por mal, el amor que ‘es sufrido, es benigno’” (pág. 260). Nuestras tradiciones navideñas y reuniones familiares —las formas en que muchos de nosotros comúnmente observamos esta fiesta— no son lo que verdaderamente hace que sea una época de alegría y paz. Son la Verdad y el Amor demostrables, la acción del Cristo, el cielo dentro de nosotros, lo que sentimos como el espíritu de la Navidad. El amor que manifestamos al dar regalos o cálidos abrazos cuando saludamos a nuestros amigos y familiares son simplemente algunas de las expresiones externas de este Cristo.
Al pasar esa Navidad sola, me di cuenta de que este día festivo no podía ser arruinado simplemente porque no tenía una familia reunida alrededor de un árbol. Yo no podía ser privada del Amor omnipresente. Si mi celebración de la Navidad estaba basada sobre la roca de Cristo, entonces nunca podía perderse. Si yo observaba, o me adhería a la verdad subyacente de la Navidad, entonces experimentaría la riqueza de su bendición en ese mismo momento.
Aquella Navidad resultó ser una ocasión de paz y alegría plena de gratitud. En los años que siguieron, ya fuera que mis queridos amigos me incluyeran en sus tradiciones y festividades especiales o me uniera a mi familia, pude aportar mi renovada perspectiva sobre la Navidad a cada celebración.
¿Qué podemos aportar a nuestra celebración de la Navidad? Un corazón abierto, una profunda humildad y la disposición de abrazar al Cristo en nuestras vidas y ser impulsados por el amor de Dios en todo lo que hacemos. En un artículo llamado “Qué significa la Navidad para mí”, publicado en The Ladies’ Home Journal (y republicado en The Christian Science Journal, de diciembre de 1907, y en Miscelánea, págs. 261-263), la Sra. Eddy escribió: “Yo celebro la Navidad con mi alma, mi sentido espiritual, y conmemoro así la entrada al entendimiento humano del Cristo concebido por el Espíritu, por Dios y no por una mujer, como el nacimiento de la Verdad, el amanecer del Amor divino irrumpiendo en la penumbra de la materia y el mal con la gloria del ser infinito”.
Al aceptar al Cristo como nuestra motivación, tal vez hallemos que nuestras tradiciones navideñas son formas modestas en que podemos expresar el profundo y sincero amor por la verdad que Jesús reveló y su ejemplo de amor desinteresado.
Cuando observamos la Navidad reconociendo que estamos realmente ante la presencia del Cristo, estamos sumamente agradecidos y dedicados a promover nuestro crecimiento espiritual y dispuestos a servir a los demás.