Una noche, iba conduciendo a casa al término del segundo turno de trabajo en una fábrica de acero en Chicago. Estaba lloviendo al acercarme a mi casa en los suburbios cuando vi algo adelante a través de la lluvia. Me detuve a un costado y me di cuenta de que era una persona, un joven, quien me dijo que necesitaba que lo llevara a la estación de tren. Le dije que sí.
Cuando comencé a conducir, el hombre me puso un cuchillo en el cuello y me dijo que regresara a la ciudad. Más tarde, me enteré de que exactamente en ese momento mi mamá se incorporó en la cama, y le vino este versículo de Isaías: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (26:3).
Al principio, me sobresalté, pero rápidamente sentí que yo era el amado hijo de Dios y que Él me guiaría y protegería. También sabía que Dios amaba, guiaba y protegía a este joven sentado junto a mí, porque él también era hijo de Dios. Me tranquilicé. Casi de inmediato el hombre quitó el cuchillo de mi cuello. En algún punto comenzó a cantar acompañando la radio del auto y me vino la idea, la inspiración, de elogiar su voz. Él sonrió y su tono pareció suavizarse un poco.
Llegamos a un área próxima al centro de la ciudad y me dijo que estacionara cerca de unos edificios abandonados. Cuando se detuvo el auto, se volvió intimidante una vez más y amenazó con matarme. Y luego ocurrió algo que no puedo explicar bien. De alguna forma terminó sosteniendo el cuchillo ligeramente por la hoja mientras trataba de clavármelo y se le resbaló de las manos. Después de encerrarme en un armario en uno de los edificios abandonados, se fue en mi coche.
Oré para mantenerme tranquilo y saber qué hacer. Me vino el mensaje angelical de Dios de empujar hasta salir del armario y caminar hasta encontrar la autopista. Mientras andaba, las palabras de algunos poemas de Mary Baker Eddy a los que se les ha puesto música, inundaron mi pensamiento. Versos de estos himnos, tales como “en vez de miedo y odio, quiero amar / pues Dios es bueno y Él me hará triunfar” (Himnario de la Ciencia Cristiana N° 207); y “La colina, di, Pastor, cómo he de subir; / cómo a Tu rebaño yo debo apacentar” (N° 304), me venían en abundancia. Yo había sido pianista en mi Escuela Dominical y tocado himnos con letras escritas por la Sra. Eddy todos los domingos durante años. Estas ideas me sostuvieron mientras andaba. En cierto momento me di cuenta de que mi pierna estaba sangrando, pero la herida no era grave.
Después de un rato, encontré una estación de policía y llamé a mis padres, quienes me recogieron. Muy pronto, mi auto fue recuperado y el hombre que me había secuestrado fue aprehendido y enviado a juicio.
Desde esta experiencia, cuando tengo que interactuar con gente totalmente extraña, tomo mis decisiones con la ayuda de una fuerte dosis de la amorosa, aunque firme, admonición de Jesús: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas” (Mateo 10:16).
Meses después del secuestro, pude relatar la experiencia en una conferencia para jóvenes de una organización de la Ciencia Cristiana para estudiantes universitarios. El tema era sobre la confianza radical en Dios, y me sentí agradecido de poder compartir con los demás cómo había sido protegido.
Daniel Heale
Fairborn, Ohio, EE.UU.