Hoy estoy orando por el mundo; incluso por países con tremendos disturbios, personas con grandes necesidades, gente que deja sus hogares para encontrar una vida mejor. Pero… ¿por dónde empezar? Parece que hay tantos problemas en el mundo. ¿Pueden las oraciones de una persona realmente contribuir al cambio? ¿Es suficiente la oración?
A veces, una sensación de desesperanza y futilidad me desalienta y me impide orar por el mundo. Una mañana, cuando lidiaba con esta renuencia, tuve una conversación conmigo misma sobre esto. Fue algo así:
Sé que cuando Cristo Jesús resucitó de los muertos estaba en una tumba sellada por una roca. No obstante, él no se quedó en el sepulcro; la piedra fue removida. ¿Tenía él la suficiente fuerza personal para hacer rodar la piedra y liberarse? No. Pero él pudo confiar en su Padre divino, como nos dijo que debíamos hacer nosotros cuando necesitáramos ayuda.
Esto indica su inseparabilidad de Dios, la fuente de la fortaleza y la capacidad. Jesús comprendía tan claramente el hecho espiritual de su unidad con Dios, que el enorme obstáculo a la entrada del sepulcro fue removido.
Y esto debe significar que cuando nosotros también recurrimos a Dios porque es nuestro Padre y la fuerza que respalda nuestras oraciones, estas también tienen el poder de Dios que las apoya. Entonces, ¿no puede cada uno de nosotros recurrir a Dios, como hizo Jesús y esperaba que hicieran sus seguidores, y ver que puesto que Dios es la fortaleza que respalda nuestras oraciones, estas pueden ser una ayuda eficaz para aquellos que enfrentan situaciones difíciles, ya sea que estén en nuestro propio hogar o más lejos?
Quizás podamos pensar que la obstrucción en la puerta del sepulcro representa el odio de aquellos que crucificaron a Jesús; como una forma de pensar. Pero el pensamiento puede cambiar por medio de la gracia de Dios. El amor omnipotente de Dios remueve las rocas del pensamiento que bloquearían nuestra fe en la oración. La gracia de Dios está aquí para mí también, y para todos, aun cuando nos sintamos estancados con pensamientos como estos: “No tiene caso; ni siquiera lo intentes. Demasiada gente está desesperada por sanar, escapar, sentir alivio”.
Pero… ¿qué ocurriría si la necesidad primordial básica es ver a los demás como Dios, el Amor divino, los ve?
Ese es un pensamiento muy iluminador. Podemos esforzarnos para ver que todos los hijos de Dios, quienes expresan Su naturaleza espiritual y completa, ya son verdadera y realmente libres, completos, con provisión abundante de bien; y todos tienen el derecho y la capacidad de sentir y experimentar esto en su vida.
Entonces, ¿qué ocurre si mi oración por el mundo no consiste en preocuparse por un problema “que está allá fuera” en otra parte del mundo, sino en corregir de mi parte un concepto errado presente? ¿Qué ocurre si reconozco al orar que el cuidado de Dios por Sus hijos es infinito y está por siempre presente, y que ahora mismo, justo allí donde cualquiera podría estar, Dios está proporcionando las ideas que inspiran respuestas prácticas? ¿Qué pasaría si yo reconociera profunda y humildemente que Dios ama a cada uno y a todos como Él amaba a Jesús?
El amor todopoderoso de Dios remueve las piedras del pensamiento que bloquearían nuestra fe en la oración.
¡Yo puedo hacer esto! ¡Todos podemos! Puedo comenzar con mi propio pensamiento, permitiendo que el Amor elimine la duda y la desesperanza, lo cual abre el camino para la curación. En mis oraciones puedo afirmar: “Padre, todos somos Tus hijos, y todos somos capaces de sentir Tu cuidado de una forma que responde a nuestras necesidades diarias”.
Jesús dijo: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lucas 18:27). Nuestras oraciones inspiradas por el Amor, por más simples que sean, agregan una gota más de esperanza y progreso al modo de pensar del mundo, nos abre los ojos y el corazón para que percibamos las soluciones y magnifiquemos la bondad de Dios. Y gota a gota, nos elevaremos más alto todos juntos.
Estoy comenzando a verlo. La niebla de la desesperanza se está levantando y me siento más animada. Siempre hay esperanza para nuestro mundo, porque la libertad, la provisión, la salud y la seguridad son la voluntad de Dios para todos. La piedra de la reticencia y el desaliento se ha movido, y hoy voy a orar por el mundo: “Hágase tu voluntad” (Mateo 6:10).