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Original Web

Libre del “impuesto a la raza” del inmigrante

Del número de diciembre de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 9 de septiembre de 2019 como original para la Web.


Hace treinta años que vivo en un suburbio de California del Norte que tiene una población predominantemente blanca, así como una modesta cantidad de diversidad étnica. Soy un inmigrante de origen indio de Kenia, y durante todo ese tiempo no he experimentado ninguna evidencia de racismo hacia mí, aunque he tenido confrontaciones ocasionales con estereotipos culturales.

Estas confrontaciones ocurren de formas inusuales e inesperadas. Por ejemplo, a veces estoy con unos amigos esperando que nos lleven a una mesa en un restaurante, y cuando entra el siguiente grupo de clientes, uno de ellos me mira, supone que soy camarero del restaurante, y me pide que les busque un lugar donde sentarse. También me han confundido con un empleado de una estación de servicio cuando estoy cargando gasolina a mi auto.

Cuando me reúno con mis amigos de la India, Paquistán y Bangladesh comparamos las experiencias de estereotipos que tiene la gente de piel más oscura al vivir en un suburbio estadounidense de gente blanca acaudalada. Consideramos que es como pagar un tipo de recargo o impuesto. De hecho, lo apodamos “impuesto a la raza”.

Pensábamos que era un impuesto relativamente leve e indoloro comparado con el doloroso y agobiante que muchos de nuestros parientes “pagaban” en nuestros países de origen. Allí, ellos vivían bajo regímenes gubernamentales opresivos y a veces brutales, eran con frecuencia perseguidos y acosados, e incluso corrían el riesgo de ser encarcelados con cargos falsos sin el debido proceso simplemente debido al color de su piel.

No obstante, los efectos de este “impuesto a la raza” no siempre son triviales. En una ocasión, yo estaba en una ferretería comprando algunas cosas cuando una mujer me preguntó de una manera bastante dura y condescendiente: “¿Dónde guarda las sierras eléctricas?”. Su pregunta me sorprendió, y ella notó mi expresión de desconcierto. Entonces repitió muy lentamente, con una enunciación muy deliberada: “¿Las siee-rras e-léec-tri-cas?”.

A lo largo de los años, he llegado a darme cuenta de que este encuentro fue una bendición disfrazada para mí porque me hizo cuestionar algunas de las suposiciones erradas que había tenido por mucho tiempo acerca del racismo. En aquel momento, me di cuenta de que esta era una oportunidad para que yo orara.

Mientras oraba, llegué a ver que las soluciones humanas, tal como someterse al pago del “impuesto a la raza”, no era sostenible, por más que mis amigos inmigrantes lo racionalizaran tan bien. Era hora de ahondar más y orar con más convicción y con una expectativa más alegre de armonía.

Tenía que mirar más allá de este sentido falso de mi identidad como una víctima, y comprender mi verdadera identidad como hijo de Dios.

Comencé a ver que estos ejemplos idiosincráticos de estereotipos racionales no formaban parte del plan de Dios. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La transmisión de la enfermedad o de ciertas idiosincrasias de la mente mortal sería imposible si se aprendiera esta gran realidad del ser, a saber, que nada inarmónico puede entrar en el ser, porque la Vida es Dios” (pág. 228). Se volvió más claro para mí que toda forma de ignorancia o tensión racial no eran parte de la armonía de la Vida divina.

También me di cuenta de que el primer lugar donde debía mirar para enfrentar una aparente falta de armonía no era en la querida señora de la ferretería, sino dentro de mi propio pensamiento. Cristo Jesús enseñó a sus seguidores a sacar “primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5). ¿Qué había en mi pensamiento que yo debía resolver, y cuál era el error escondido que debía eliminar por ser una absoluta falsedad?

A medida que ahondaba más, fue más obvio para mí que me estaba aferrando a un sentido falso de victimización debido a un encuentro que un amigo y yo habíamos tenido con los cabezas rapadas defensores de la supremacía de la raza blanca, cuando éramos estudiantes de bachillerato en Londres (véase Karim Ajania, “Learning to love Grubs,” Sentinel, April 21, 2003). Como resultado de esa experiencia con el racismo en la escuela, me estaba aferrando fuertemente al concepto de que mi identidad era la de una “víctima del racismo”. Ese era el lente a través del cual yo había posteriormente considerado todo encuentro de ese tipo en las décadas que pasaron desde entonces, como el que ocurrió en la ferretería. Tenía que mirar más allá de este sentido falso de mi identidad, y para hacerlo, necesitaba obtener y valorar una comprensión más clara de mi verdadera identidad (y la de todos) como la imagen y semejanza espiritual de Dios, del Amor universal.

Un sentido material de mi identidad me rotularía con una herencia material en lugar de espiritual, como un “indio”, una “víctima”, un “inmigrante”, un “refugiado” y un “hombre de tez oscura”. Estos rótulos con frecuencia se combinaban con la expectativa de encontrarme en el peligroso fuego cruzado de los conflictos raciales. Ese concepto de identidad era una mentira, y necesitaba corregirlo en mi propio pensamiento. Yo tenía una sola identidad, y esa identidad es ser el amado hijo espiritual de Dios. Ciencia y Salud nos dice: “La herencia es un tema prolífico para que la creencia mortal prenda sus teorías; pero si aprendemos que nada es real sino lo justo, no tendremos herencias peligrosas, y los males de la carne desaparecerán” (pág. 228).

También encontré mucho consuelo y discernimiento espiritual en este pasaje de un artículo titulado “Ni villanos ni víctimas” publicado en El Heraldo de la Ciencia Cristiana en línea: “Rechacemos el papel de víctima tanto como rechazamos el papel de villano. Ambos son igualmente desconocidos para Dios y Sus ideas. Conócete a ti mismo, y conoce a tu hermano como Dios los conoce a ti y a él. Nadie puede hallar el cielo por sí mismo sin hallar a su hermano allí también” (Publicado originalmente en The Christian Science Journal, Paul Stark Seeley, February 1943).

Así como yo tenía que eliminar los rótulos de “víctima”, “inmigrante”, etc., de mí mismo, necesitaba eliminar los rótulos tales como “supremacista blanco”, “racista” y “perfilador racial” de los pensamientos que tenía acerca de los demás. La siguiente declaración de Ciencia y Salud me ha ayudado grandemente al hacerlo: “Peregrino en la tierra, tu morada es el cielo; extranjero, eres el huésped de Dios” (pág. 254).

Tú solo puedes amar a un compañero peregrino. Solo puedes desear lo mejor para aquel amado compañero con quien viajas, unidos como hijos amados de Dios. Amar a mis compañeros de viaje de esta manera me ha liberado de ser racialmente perfilado en los aeropuertos, algo que me había ocurrido muchas veces. A medida que continúo orando con esta idea, soy elevado con confianza y regocijo por encima de los estereotipos y rótulos para mí mismo y los demás, y protegido del mal.

La libertad que he sentido al ver claramente que no soy una víctima y que ni la querida señora de la ferretería ni los cabezas rapadas que favorecían la supremacía blanca en el bachillerato eran villanos, es una evidencia de que he sido permanentemente liberado de guardar esas creencias. Desde que sané de ese sentido falso de identidad, he estado constantemente liberado del “impuesto a la raza” del inmigrante.

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