Después de graduarme de la universidad, mi estado de ánimo fluctuaba mucho, a veces me sentía bien conmigo mismo, y después me desanimaba cuando las cosas a mi alrededor se volvían sombrías y deprimentes. Al principio pensé que esto era normal, porque hacía mucho tiempo que estaba lidiando con esos sentimientos. Pero después de un tiempo, supe que necesitaba salir de esa montaña rusa y enfrentar lo que estaba sucediendo.
Un sentimiento que me molestaba mucho era el arrepentimiento. Soy músico profesional y cuando estudiaba había tocado fuera del campus universitario casi todos los fines de semana. En consecuencia, sentía como que me había perdido la oportunidad de disfrutar de la vida social en la escuela, algo que ya no volvería. También me sentía solo, extrañaba a los amigos que había hecho.
Fue en ese momento que me detuve y oré para obtener la guía de Dios. Al hacer mi estudio espiritual me encontré con el siguiente versículo de la Biblia: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Para mí esto quería decir que los regalos que mostraban la bondad de Dios, incluso la oportunidad de asistir a la universidad, no incluían ninguna sombra u oscuridad; y podía recordarlos con gratitud. Me di cuenta de que el arrepentimiento era “un fantasma del pasado”, una ilusión que trataba de robarme la alegría que sentía en ese momento. La solución era encontrar cosas en mi vida por las que podía sentirme inmediatamente agradecido. Tales como estar con mi familia, que realmente se interesaba por mí. Empecé a comprender más plenamente que yo merecía la bondad de Dios.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!