Un día en la clase de ballet me lastimé un poco la columna vertebral y el pecho al caer hacia adelante.
Mi papi llamó a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara a sanar a través de la oración. La practicista me aseguró que no hay errores ni accidentes, porque Dios siempre está cuidándome perfectamente en todo momento. Ella me dijo que Mary Baker Eddy escribió sobre esto en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, y compartió el pasaje conmigo: “Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección” (pág. 424). La practicista también dijo que oraría por mí.
Tan solo saber que no había cometido un error y que siempre estaba a salvo en Dios, me hizo sentir mejor y dejé de tener miedo. Esa noche antes de irme a la cama, mi tía y yo también oramos juntas.
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