Cuando enfrentamos una injusticia o alguna otra cosa que obviamente está mal, puede que la misma provoque una protesta desde lo más profundo de nuestro ser. Es normal oponerse al mal y desafiarlo, pero ¿es que algunos métodos son más eficaces que otros?
He descubierto que un enfoque basado en las enseñanzas de Cristo Jesús puede ayudar a que la protesta sea más que mera indignación y se transforme en una postura sanadora y fructífera que apoya e incluso impulsa el cambio positivo.
Hace años, me enfrenté en el trabajo con una política que me pareció que podía afectar negativamente a los clientes. Le planteé el problema a mis superiores, pero fue en vano. La política continuó. Sin desanimarme, decidí transmitir mi preocupación a mis colegas, esperando que una protesta colectiva entre nosotros pudiera forzar a la administración y llevara a que la corrigieran. Sin embargo, esto solo hizo que mis colegas me censuraran. Después de todo esto, me mantuve sola en mi protesta.
Frustrada y descorazonada, recurrí a una amiga que era practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara a saber cuál debía ser mi próximo paso. Los practicistas de esta Ciencia no dan consejos, sino que alientan y apoyan nuestras oraciones para encontrar soluciones espirituales a los problemas. Esta practicista me señaló que la Ciencia Cristiana pone énfasis en el poder de los pensamientos no expresados. La fundadora del Monitor y descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribió: “Los pensamientos inexpresados no son desconocidos para la Mente divina. El deseo es oración; y ninguna pérdida puede ocurrir por confiar a Dios nuestros deseos, para que puedan ser moldeados y exaltados antes de que tomen forma en palabras y en obras” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 1).
Comencé a darme cuenta de que, mientras yo había estado poniendo todas mis expectativas de cambio en el hecho de que otras personas escucharan y aceptaran, o no, mi perspectiva, Dios siempre escucha el deseo del corazón sincero. Esta comprensión nos capacita para elevar nuestro concepto de “protesta” desde un mero argumento a un entendimiento más profundo de Dios como el bien, y a una mayor confianza en Él, la única Mente verdadera de Su creación, incluidos cada uno de nosotros.
Entendí que considerar la protesta mediante la oración con un enfoque más a la manera del Cristo, podía traer a la situación la curación que se necesitaba. Las enseñanzas de Jesús me ayudaron a ver que, cuando tratamos de resolver contratiempos, es importante orar por uno mismo, no solo por el resultado deseado, porque lo que percibimos como el problema de otra persona (u organización) puede ser “la paja” o un granito de polvo comparado con la “viga” enorme que nos está impidiendo ver claramente (véase Mateo 7:3-5).
Reconocí que la “viga” en mi ojo era el temor de que una mala política tuviera más poder que Dios. Me di cuenta de que podía protestar contra ese temor en vez de contra esa política. No quería ignorarla, pero por el momento esta parecía ser la necesidad más apremiante. Así que oré para comprender más plenamente la presencia y el poder de Dios para cuidar de Su creación.
Entendí que considerar la protesta mediante la oración con un enfoque más a la manera del Cristo, podía traer a la situación la curación que se necesitaba.
Encontré paz a medida que fui comprendiendo que la seguridad y la protección de todos, incluso la de los clientes de la compañía, se basan en nuestra relación inalterable con Dios, quien se hace cargo de todas las condiciones requeridas para nuestro bienestar. Reconocí, además, que la administración de la compañía también estaba segura bajo el cuidado de la Mente divina única. Esta Mente nos envía inspiración a cada uno de nosotros de una forma que comprendemos.
Muy pronto una clienta encontró una solución que la eximió completamente de los efectos de esa política en particular. Otros clientes la siguieron, y la administración observó este hecho, lo que provocó un cambio en la política que finalmente benefició tanto a la compañía como a los clientes.
La oración no es una forma de evadir la protesta. No consiste en excusarse o retroceder cuando las acciones no parecen producir el cambio que deseamos. La oración sincera y devota, que vuelve nuestro corazón receptivo al buen gobierno y cuidado de Dios por Su creación, es una protesta a la manera del Cristo, única y poderosa. Puede elevarnos para que no estemos excesivamente centrados en los problemas, y traer la inspiración que viene al estar más conscientes de la Mente, Dios, como la fuente de las soluciones correctas y justas.