Cuando enfrentamos una injusticia o alguna otra cosa que obviamente está mal, puede que la misma provoque una protesta desde lo más profundo de nuestro ser. Es normal oponerse al mal y desafiarlo, pero ¿es que algunos métodos son más eficaces que otros?
He descubierto que un enfoque basado en las enseñanzas de Cristo Jesús puede ayudar a que la protesta sea más que mera indignación y se transforme en una postura sanadora y fructífera que apoya e incluso impulsa el cambio positivo.
Hace años, me enfrenté en el trabajo con una política que me pareció que podía afectar negativamente a los clientes. Le planteé el problema a mis superiores, pero fue en vano. La política continuó. Sin desanimarme, decidí transmitir mi preocupación a mis colegas, esperando que una protesta colectiva entre nosotros pudiera forzar a la administración y llevara a que la corrigieran. Sin embargo, esto solo hizo que mis colegas me censuraran. Después de todo esto, me mantuve sola en mi protesta.