Es un privilegio y una responsabilidad de todos los cristianos adultos, e incluso de los niños, hacer todo lo posible para actuar como lo hizo Cristo Jesús, hacer lo que nos mostró que debíamos hacer a través del precepto y el ejemplo, lo cual incluye la curación. Como Mary Baker Eddy escribe: “Es posible —sí, es el deber y el privilegio de todo niño, hombre y mujer— seguir, en cierto grado, el ejemplo del Maestro mediante la demostración de la Verdad y la Vida, de la salud y la santidad (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 37).
Cuando mi hija era pequeña, me sanó una vez sin vacilar. Yo estaba conduciendo, y algo me entró en el ojo. Aunque hice todo lo posible para quitarlo, quedó atrapado en el ojo. Esto hizo que manejar fuera doloroso y peligroso. Desde el asiento trasero, mi hija dijo: “Mamá, no hay lugar donde Dios no esté”, una verdad simple que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Su confianza de niño en Dios y el reflejo de Su amor aclararon de inmediato mi visión. Ella estaba obedeciendo el mandato de Jesús de sanar.
Su ejemplo me hizo sentir vergüenza. Ella no trató de abrirme el párpado y sacar lo que me estaba molestando. Ella sanó como lo hizo Jesús al saber que el Amor divino llena todo el espacio, por lo que la manipulación de la materia no hizo falta ni fue necesaria. Un niño puede sanar a los demás.
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