Cuando era niño, sufría de lo que hoy se denominan migrañas. Normalmente, cuando me venía una, mi madre llamaba a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera tratamiento en esta Ciencia y me aliviaba, me dormía tranquilamente, y me sentía muy bien cuando me despertaba en la mañana.
Sin embargo, en una ocasión, cuando estaba en el jardín de infantes o en primer grado, el dolor no cedía. Mi madre vino y se sentó conmigo a orar. Ella sabía que Dios ama y cuida de Sus hijos, y también sabía por experiencia que la Ciencia Cristiana sana.
Ella se volvió a mí y, llamándome por mi sobrenombre, amorosamente me dijo: “Derry, di: ‘Dios me ama’”. Ahora, esta era una idea que yo había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y había declarado con frecuencia, pero esta vez, al principio, tercamente me negué a decirla. Finalmente comencé a hacerlo, pero el dolor parecía ser demasiado fuerte, y en cambio dije: “No puedo. No puedo. Me duele mucho”.
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