Llegamos a la Garganta de Samaria en Creta, Grecia, justo cuando salía el sol. Los rayos del sol bañaban las imponentes rocas en una luz cálida, y estaba emocionada e impaciente por comenzar nuestro descenso de 7 kilómetros por el cañón.
Estaba estudiando arte y filosofía en Grecia, Italia y Turquía con otros 21 estudiantes de mi universidad, y ese día descendíamos caminando por el cañón hacia una playa en la parte más baja. Nuestra tarea era tomar fotografías de diferentes formaciones rocosas, e inicialmente, a medida que descendíamos, pasé un tiempo maravilloso charlando y riéndome con amigos mientras trataba de tomar fotografías artísticas de las rocas. Pero cerca del final de nuestra caminata, comencé a tener un fuerte dolor de cabeza, que empeoró aún más cuando llegamos a la playa. No quería que nada interfiriera con el hermoso día que estaba teniendo, así que intenté olvidarme de lo mucho que me molestaba la cabeza y disfrutar nadando en las aguas cristalinas.
Sin embargo, cuando estábamos listos para comenzar el viaje de regreso a nuestro hotel, era cada vez más difícil ignorar el dolor de cabeza. También me di cuenta de que todavía teníamos un viaje en ferry de 45 minutos y luego un viaje en autobús de dos horas por una carretera sinuosa de montaña antes de regresar a la ciudad, ninguno de los cuales sonaba muy atractivo, debido a cómo me sentía.
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