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Original Web

Sana de la fractura de un brazo

Del número de junio de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 5 de abril de 2019 como original para la Web.


Un día, mientras llevaba a caminar a los perros de una amiga, de pronto me encontré de cara contra el suelo y con una niña pequeña parada sobre mí que me decía: “¡Lo siento mucho! ¡Lo siento mucho!”. Se había distraído por un momento mientras andaba en su bicicleta y me había atropellado con mucha fuerza. Yo tenía la cara raspada y amoratada, y me dolía el brazo que había recibido el impacto de la caída. 

Pedí que llamaran a mi hijo, y cuando llegó diez minutos más tarde, él llamó al número de emergencias 911. Muy pronto los paramédicos vinieron y me llevaron en ambulancia al hospital local. De camino al lugar, usé mi teléfono celular para llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien con firmeza me aseguró que yo no podía estar separada de Dios y estuvo de acuerdo en orar por mí. Una de las primeras cosas que me dijo fue que debía perdonar a la niña que me había atropellado, ya que eso sería parte del proceso de curación.

En la sala de emergencias los asistentes me limpiaron la cara y el brazo y me sacaron radiografías. La doctora de turno estaba desconcertada por los rayos X. Me dijo que tenía fracturado el hueso de la parte superior del brazo derecho, pero ella no podía determinar cómo ponerlo en su lugar. Me aconsejó que viera a un cirujano ortopédico lo antes posible.

Después de que mi hijo me llevó a casa, llamé nuevamente al practicista y le pedí que continuara orando por mí. Yo sabía que mi verdadera identidad era enteramente espiritual, el reflejo del Espíritu divino, el cual no podía ser tocado por la materialidad o ningún sentido de separación de Dios. Así que oré afirmando mentalmente mi completa confianza en la totalidad de Dios, el bien, y mi exención del mal.

No fue sino hasta dos días después que me pudo ver un cirujano ortopédico. Se tomaron más radiografías y el cirujano señaló que la fractura del brazo era compleja. Me explicó que en tales casos se recomendaba una prótesis de hombro pero que, debido a mi edad avanzada, era improbable que recuperara el uso total del brazo, aun con cirugía. El único tratamiento que me recomendaba era usar un cabestrillo, y me pidió que fuera a verlo a su oficina en un mes.

Yo sabía que podía apoyarme en Dios para sanar completamente, y estaba en contacto con el practicista casi todos los días para que me diera tratamiento en la Ciencia Cristiana. Pero una mañana, cuando me quité el cabestrillo y vi mi brazo en el espejo, me alarmé por la hinchazón y la seria decoloración que tenía. Cuando le comenté mi preocupación al practicista, él me dijo que leyera una declaración de la página 393 de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy: “Sé firme en tu comprensión de que la Mente divina gobierna, y que en la Ciencia el hombre refleja el gobierno de Dios. No temas que la materia pueda doler, hincharse e inflamarse como resultado de una ley de cualquier índole, cuando es evidente de por sí que la materia no puede tener dolor ni inflamarse”. 

Mis temores se disiparon rápidamente cuando me di cuenta de que no estábamos orando para sanar un brazo fracturado, sino trabajando para ver mi perfección intacta como hija de Dios. Muy pronto mi brazo recuperó su apariencia normal.

Durante la primera semana o algo así, necesité ayuda para vestirme, bañarme y preparar las comidas hasta que pude manejarme sola. Lo que más recuerdo de esas semanas después del accidente es que sentía el inmenso amor de Dios por mí y las muchas maneras en que se manifestaba; las oraciones del practicista y la amorosa respuesta a todas mis llamadas telefónicas; el amor y cuidado que me daban mi familia, amigos y miembros de la iglesia; y el amor de la niña de diez años y su familia, quienes me visitaban con frecuencia.

 La niña estaba extremadamente atemorizada y arrepentida, y muy preocupada por mi bienestar. Pero no había absolutamente ningún enojo o autocompasión en mí por lo que había ocurrido, y así se lo hice saber. 

Durante las semanas en que permanecí tranquila en casa, pasé horas estudiando y reflexionando sobre las verdades de la Ciencia Cristiana. Mi madre había experimentado una hermosa curación de un problema en el estómago cuando yo tenía diez años, y eso trajo a toda nuestra familia a esta religión. He tenido muchas curaciones durante las décadas que transcurrieron desde entonces (véase Ruth Helen Jarrette, Christian Science Sentinel, January 1, 1966). 

Ciencia y Salud contiene numerosas referencias a accidentes y huesos fracturados, pero la que está en la página 402 se destacó para mí: “En la Ciencia, ninguna fractura ni dislocación pueden realmente ocurrir. Dices que los accidentes, las lesiones y las enfermedades matan al hombre, pero esto no es cierto. La vida del hombre es la Mente. El cuerpo material manifiesta sólo lo que la mente mortal cree, ya sea un hueso fracturado, una enfermedad o un pecado”.

Esta es una declaración radical, pero yo la acepté totalmente como la verdad de mi existencia. Sentí una gratitud y un amor enormes por Dios, por el practicista, los miembros de mi iglesia que tanto me apoyaron, e incluso por la niñita en su bicicleta.

Durante mi segunda visita al cirujano ortopédico un mes después, le di un fuerte apretón de manos con mi brazo derecho. Él quedó muy impresionado con el progreso que yo había tenido, y me dijo que siguiera haciendo lo que fuera que estuviera haciendo (le dije que yo era Científica Cristiana cuando notó que tenía muy poca historia médica en el formulario que tuve que llenar). Después de eso, no se volvió a mencionar la cirugía.

Para Navidad, seis semanas después del accidente, yo ya había reanudado mis actividades normales y recuperado totalmente la fuerza en el brazo derecho. La curación total tuvo lugar hace más de un año, y continúo haciendo las caminatas de un kilómetro y medio dos veces al día con los tres perros de mi amiga, sosteniendo la correa con la mano derecha. También me encargo de mi propia jardinería y me ocupo de casi todo el trabajo de la casa, soy ayudante en la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana y me encargo de otras áreas de mi iglesia filial también. La alegría y la gratitud son mis constantes compañeras. 

Ruth Anderson Jarrette
Los Olivos, California, EE.UU.

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