El cambio puede ser algo bueno. Todos hemos recibido con agrado el cambio que viene con un trabajo nuevo maravilloso, una casa u otra oportunidad que es una señal de progreso. Pero a veces el cambio puede intimidarnos un poco, especialmente cuando significa ajustarse a circunstancias nuevas y desconocidas, o tener que abandonar formas de pensar y de comportamiento con los que hemos llegado a sentirnos cómodos.
Para mí los cambios no siempre son fáciles. Cuando enviar mensajes de texto se volvió popular, recuerdo que dije: “¡Me niego a cambiar la forma de comunicarme y a hacerlo por medio de mensajes de texto todo el tiempo!”. Bueno, finalmente vi los beneficios de comunicarse de esta forma, y aunque todavía hago llamadas telefónicas, envío muchos mensajes de texto. Este es un pequeño ejemplo, pero el mismo ilustra cómo tendemos a oponernos a lo desconocido.
A lo largo de los años, he aprendido que la mejor manera de saber cuándo y cómo hacer cambios es acercarse más a Dios. Con esto quiero decir conocerlo más y escuchar Su guía. A medida que llegamos a conocer a Dios como la Mente omnipotente infinitamente sabia —la única Mente que reflejamos— somos más naturalmente capaces de confiar en Dios y de apoyarnos cada vez más en Él en busca de guía. Sabemos qué rumbo tomar, qué cambios necesitamos hacer o aceptar: y vemos más claramente si nuestros móviles para el cambio son puros y desinteresados y reflejan a la Mente divina, o están basados en el temor o el ego humanos.
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