El cambio puede ser algo bueno. Todos hemos recibido con agrado el cambio que viene con un trabajo nuevo maravilloso, una casa u otra oportunidad que es una señal de progreso. Pero a veces el cambio puede intimidarnos un poco, especialmente cuando significa ajustarse a circunstancias nuevas y desconocidas, o tener que abandonar formas de pensar y de comportamiento con los que hemos llegado a sentirnos cómodos.
Para mí los cambios no siempre son fáciles. Cuando enviar mensajes de texto se volvió popular, recuerdo que dije: “¡Me niego a cambiar la forma de comunicarme y a hacerlo por medio de mensajes de texto todo el tiempo!”. Bueno, finalmente vi los beneficios de comunicarse de esta forma, y aunque todavía hago llamadas telefónicas, envío muchos mensajes de texto. Este es un pequeño ejemplo, pero el mismo ilustra cómo tendemos a oponernos a lo desconocido.
A lo largo de los años, he aprendido que la mejor manera de saber cuándo y cómo hacer cambios es acercarse más a Dios. Con esto quiero decir conocerlo más y escuchar Su guía. A medida que llegamos a conocer a Dios como la Mente omnipotente infinitamente sabia —la única Mente que reflejamos— somos más naturalmente capaces de confiar en Dios y de apoyarnos cada vez más en Él en busca de guía. Sabemos qué rumbo tomar, qué cambios necesitamos hacer o aceptar: y vemos más claramente si nuestros móviles para el cambio son puros y desinteresados y reflejan a la Mente divina, o están basados en el temor o el ego humanos.
Además, he aprendido que necesitamos pensar como un niño —algo que cada uno de nosotros tiene inherentemente al ser el reflejo de la Mente— es decir, humildes, valientes, progresistas y receptivos al bien. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribe en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La disposición de llegar a ser como un niño y dejar lo viejo por lo nuevo, torna el pensamiento receptivo a la idea avanzada. La alegría de abandonar las falsas señales del camino y el regocijo al verlas desaparecer, esta es la disposición que ayuda a acelerar la armonía final” (págs. 323-324).
Una experiencia que, para mí, ilustra la importancia de ser humilde como un niño envuelve una de las filiales de la Iglesia de Cristo, Científico, en la que toco el órgano. La iglesia recientemente compró ejemplares de un himnario nuevo publicado por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana que tiene los textos de himnos conocidos con nuevas melodías, así como también himnos más antiguos que no están incluidos en nuestro himnario original. También tiene melodías y textos nuevos que fueron seleccionados teniendo en mente un público más amplio y diverso.
He aprendido que la mejor forma de saber cuándo y cómo hacer cambios es acercarse más a Dios.
Soy organista, instructor de piano de tiempo completo y pianista de jazz y me encanta mantener las cosas modernas y traer frescura a los servicios religiosos. Pero debo admitir que cuando vi por primera vez el nuevo himnario, Christian Science Hymnal: Hymns 430–603, la alegre expectativa que había sentido inicialmente muy pronto se disipó. Pensé que muchos de los arreglos eran bastante simples, tal vez de un estilo demasiado tradicional o pop. No obstante, cuando estuve dispuesto a ponerme a un lado y permitir que me guiara la Mente divina, pude escuchar verdaderamente los himnos. Cobraron vida. Se volvieron hermosos, conmovedores, edificantes e inspiradores. En lugar de resistir la frescura y novedad, las acepté. Las palabras se volvieron aún más significativas. Y aprecio sinceramente la calidad de la música y los diversos estilos y culturas representados en el nuevo Himnario.
El libro de los Salmos está lleno de referencias a la música y el canto, y alienta a cantar alabanzas a Dios. Por ejemplo: “Cantaré al Señor toda mi vida; cantaré salmos a mi Dios mientras tenga aliento” (104:33 NVI). Y, “Cantad al Señor un cántico nuevo: su alabanza en la congregación de los santos” (149:1 LBLA).
También leemos en la Biblia que Cristo Jesús cantaba himnos de alabanza. Y ciertamente Pablo, uno de los seguidores más leales de Jesús, cantaba himnos. En una ocasión, Pablo y su compañero Silas estaban en prisión, con los pies en el cepo (véase Hechos 16:19-26, LBLA). Ellos “oraban y cantaban himnos a Dios”, y de pronto hubo un gran terremoto, la prisión se sacudió, y las cadenas de todos se soltaron. Me di cuenta de que alabar a Dios eleva el pensamiento y trae libertad. Cuando elevamos nuestras voces en gratitud a Dios y cantamos con alegría, cualquiera sea el himno, encontramos libertad y curación.
Todo el ministerio de Cristo Jesús se centró en la necesidad de cambio, pero el cambio que él exigía era un cambio de pensamiento, no simplemente por el hecho de cambiar. Él sabía que a fin de sanar y ser sanado nuestro pensamiento debe estar de acuerdo con el Divino y expresar la humildad y el amor que es natural para cada uno de nosotros como hijos de Dios. Él se refirió a esto muchas veces. Al dirigirse a las multitudes, les decía “arrepentíos”, lo cual quiere decir cambiar su opinión y reconsiderar algo.
En una ocasión, cuando los discípulos de Jesús estaban frustrados porque habían pasado la noche pescando y no habían sacado nada, él les dijo que echaran sus redes al otro lado —“a la derecha”— de la barca (véase Juan 21:2-6). Cuando lo hicieron, ahora no podían sacar la red por todos los peces que contenía. Seguramente, ir al otro lado de la barca no era lo único que Jesús les estaba pidiendo. La verdadera demanda que les estaba haciendo era espiritual: En lugar de recurrir a la materia para obtener su provisión, ellos debían, y podían, ser obedientes a su instrucción de ir “a la derecha”; de apoyarse en los infinitos recursos de Dios, el Espíritu.
Ciencia y Salud explica: “Convencidos de la infructuosidad de su labor en las tinieblas y despertados por la voz de su Maestro, cambiaron sus métodos, se apartaron de las cosas materiales y echaron su red a la derecha” (pág. 35). Después, dirigiéndose a todos nosotros, dice: “Aquellos que están dispuestos a dejar sus redes o a echarlas a la derecha por la Verdad, tienen la oportunidad ahora, como antaño, de aprender y practicar la curación cristiana” (pág. 271).
Respecto a mi propia situación, me pregunté: “¿Estoy dispuesto a hacer lo mismo, y a emprender mi trabajo y actividades con el pensamiento receptivo como el de un niño? ¿Tengo la humildad de buscar respuestas en el Espíritu más bien que en la materia; en la Mente divina ilimitada, en lugar de en una mente mortal personal?”. Con esta disposición de ceder a la sabiduría de la Mente divina viene la gracia que todos necesitamos expresar; la gracia que trae curación a la mente y al cuerpo.
El cambio que experimentamos como resultado de nuestra disposición de escuchar a Dios, quien está iluminando el camino en nuestra vida, nos guía a tener una vida más armoniosa y feliz de paz y libertad. Ese cambio siempre se siente —y es— muy bueno.
