“Esta noche ten cuidado porque al último escalón le falta el triángulo de la esquina”, le advertí a mi coprotagonista durante una reciente producción teatral.
Durante las reparaciones, habían quitado la cinta luminiscente que normalmente indicaba que al borde de ese escalón le faltaba el triángulo. Mi colega prestó atención a mi advertencia, pero de alguna forma yo no lo hice. Cuando iba de camino a hacer mi primera entrada en escena, sentí que se me doblaba el pie en un ángulo extraño cuando no encontró el apoyo de la esquina.
La lesión parecía grave, pero yo no tenía tiempo para quejidos, hielo o ni siquiera quitarle peso al pie. Simplemente tenía que continuar con la actuación. Durante el intermedio, no me saqué el zapato, porque me preocupaba que el pie estuviera demasiado hinchado como para volver a calzármelo antes de que comenzara el segundo acto. Sin embargo, me senté en silencio para evaluar la situación.
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