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Original Web

¿Cómo podemos sentirnos seguros?

Del número de marzo de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 9 de diciembre de 2019 como original para la Web.


“Esta noche ten cuidado porque al último escalón le falta el triángulo de la esquina”, le advertí a mi coprotagonista durante una reciente producción teatral.

Durante las reparaciones, habían quitado la cinta luminiscente que normalmente indicaba que al borde de ese escalón le faltaba el triángulo. Mi colega prestó atención a mi advertencia, pero de alguna forma yo no lo hice. Cuando iba de camino a hacer mi primera entrada en escena, sentí que se me doblaba el pie en un ángulo extraño cuando no encontró el apoyo de la esquina. 

La lesión parecía grave, pero yo no tenía tiempo para quejidos, hielo o ni siquiera quitarle peso al pie. Simplemente tenía que continuar con la actuación. Durante el intermedio, no me saqué el zapato, porque me preocupaba que el pie estuviera demasiado hinchado como para volver a calzármelo antes de que comenzara el segundo acto. Sin embargo, me senté en silencio para evaluar la situación.

Anteriormente, había tenido experiencias en las que apoyarme en la curación espiritual había probado ser más eficaz y perdurable que los remedios médicos tradicionales, así que comencé a orar. Mary Baker Eddy, autora de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, revolucionó los conceptos establecidos acerca de la oración; la Ciencia que ella descubrió —y llamó Ciencia Cristiana— probó que la oración basada en las leyes espirituales de Dios puede tener y tiene un efecto directo en la salud y el bienestar.

Hace muchos años que soy estudiante de esta Ciencia divina, y he leído varias declaraciones fascinantes en Ciencia y Salud, una de las cuales es la siguiente “Los accidentes son desconocidos para Dios …” (pág. 424). Otras declaraciones en el mismo libro describen a Dios como omnisciente, es decir, que lo sabe todo.

Al principio, estas declaraciones me parecieron contradictorias. Después de todo, si Dios lo sabe todo, pensé, Él debe saber cuándo suceden los accidentes. Algunos incluso dirían que estas cosas ocurren “por alguna razón”, o que cuando ocurre algo malo se nos está “enseñando una lección”. Pero, como he llegado a comprender, ese no siempre es el caso.

Estamos sostenidos por el Amor, que siempre nos mantiene a salvo.

Si pensamos en ello más profundamente, podemos ver que la paradoja que estas declaraciones parecen presentar no es de ninguna manera una paradoja. Es una invitación para ver las cosas desde una perspectiva espiritual y más elevada. Podríamos decir que esto entra en la categoría de “Las cosas no siempre son lo que parecen”. Por ejemplo, en un momento en la historia, la mayor parte de la población del mundo estaba convencida de que la tierra era el centro del universo, hasta que Copérnico hizo la audaz afirmación de que la tierra en realidad gira alrededor del sol. Aún parece que el sol sale y se pone, pero ahora sabemos que el sol es el centro estacionario de un sistema solar, y es la tierra la que está en movimiento.

Así que tal vez esta apariencia de un pie inflamado no tenía que convencerme de que una causa material había creado un efecto material del cual no podía haber un alivio inmediato. Desde la perspectiva de la lógica pura, supongamos que las siguientes dos declaraciones son verdaderas: Dios lo sabe todo, y Él no conoce los accidentes. La única conclusión posible en este silogismo es que los accidentes en realidad no ocurren. Esta conclusión es apoyada por otro hecho espiritual: Dios, la Mente única omnisciente, es infinito, y llena todo el espacio. Por lo tanto, no hay espacio en el cual aquello que esta Mente divina e infinita no conoce pueda existir. Esto deja afuera a los “accidentes” en esa zona inexistente.

 Sentada entre bastidores, comencé a ver que tenemos la tendencia a dividir el mundo —o en realidad, nuestra percepción del mundo— en dos categorías: seguro e inseguro. Tal vez pensemos que estamos seguros en casa pero inseguros en un avión, o seguros cuando estamos empleados pero inseguros cuando no lo estamos. Yo había pensado que mi colega y yo estábamos a salvo si esa escalera estaba marcada, pero inseguros si no lo estaba. Pero ¿es que Dios nos ve, o nos conoce, de una forma diferente cuando nos movemos, digamos, desde los bastidores al escenario, o del estacionamiento al teatro? Puesto que Dios conoce y sostiene todo lo que realmente existe, incluidos nosotros, ¿no estamos siempre a salvo sin importar dónde estemos?

Entonces me di cuenta de que había identificado erróneamente una pequeña área del universo como una zona donde el Dios infinito no tenía control. Únicamente sin Dios, la Mente única, podía ocurrir algo inseguro, sin principios o falto de inteligencia. Al pensar nuevamente en esto, casi me reí a carcajadas. ¿De veras? Pensé, cuando estaba por terminar el intermedio. ¿Dios puede manejar las galaxias, los océanos, el pasado, el presente y el futuro, pero perdió de vista la esquina de ese escalón? 

Me embargó la alegría de saber que yo nunca había estado, ni jamás podría estar, fuera del alcance de la inteligencia de la Mente divina, el control del Principio divino y el cuidado tierno del Amor divino. Me levanté y tomé mi lugar. Cuando escuché la señal para entrar en escena, avancé con autoridad y dominio; toda sugestión de dolor, molestia o accidente fueron eliminados al tomar conciencia de la verdad. Mi pie estaba completamente sano.

A la noche siguiente, habían vuelto a colocar la cinta luminiscente en todos los bordes no iluminados entre los bastidores, un buen protocolo en la práctica teatral. Pero para entonces, yo ya sabía que no necesitaba la cinta para identificar un lugar “peligroso”. Verdaderamente no existe un lugar así, puesto que no hay lugar donde Dios no esté.

Recuerdo con frecuencia esta experiencia; por ejemplo, cuando desciendo por unas escaleras “peligrosas”, estoy sentada en un avión, manejo por la autopista o camino a través de un estacionamiento oscuro. Cuando leo en las noticias informes de zonas asoladas por la guerra, refugiados sin hogar o jóvenes en riesgo, también recurro a este discernimiento espiritual: Puesto que todos somos intrínsicamente espirituales, estamos bajo el cuidado de Dios, y jamás podríamos estar en peligro. La identidad espiritual de cada persona es completa y está segura, mantenida por siempre en el reino de la Mente divina.

Sin embargo, no es suficiente enviar algunos pensamientos buenos a las que pueden ser circunstancias devastadoras. Una ley de seguridad espiritual más elevada está actuando, pero a menos que afirmemos la operación de esa ley para nosotros mismos y pongamos nuestro pensamiento en línea con ella, no experimentamos su gracia salvadora ni ayudamos a otros a hacerlo. En su Mensaje a La Iglesia Madre para 1902, la Sra. Eddy escribe: “¿Un peligro asecha tu camino? —al invertirlo, te espera una promesa espiritual” (pág. 19). Cuando somos tentados a creer que enfrentamos un peligro —incluso algo tan pequeño como la esquina que falta en un escalón— tenemos la autoridad para estar alertas e invertir la sugestión, y establecer que nosotros mismos y todos los demás estamos abrazados y sostenidos por la Mente que es el Amor y que siempre nos mantiene a salvo.

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