Pídele a un niño que describa qué es la luz, y una de las respuestas podría ser “¡Es lo que nos permite ver!” Esa lógica simple es una de las razones por las cuales a menudo la luz parece señalar la comprensión espiritual de la Biblia. La comprensión espiritual nos capacita para discernir la presencia de Dios en nuestra vida —expresada en salud armonía y amor— aun cuando tal vez estemos luchando con un sentido de la existencia penoso y con frecuencia turbulento.
Podemos salir de la oscuridad al recurrir a la luz espiritual que ilumina el camino. De hecho, como hasta un niño sabe, donde hay luz, no hay oscuridad. Por medio de la luz espiritual, la iluminación divina, el camino está dispuesto delante de nosotros tan claro como el día, esperando que andemos por él.
Entonces, ¿por qué no siempre queremos volvernos hacia esa luz espiritual, abrirnos a ella y caminar en ella? Para todo aquel que ha pasado por una prueba difícil una de las razones es obvia: A veces la oscuridad puede parecernos tan oscura, que pensamos que ni siquiera podremos encontrar la luz. Las dificultades y las tribulaciones de la vida a veces pueden parecer abrumadoras y opresivas; las prácticas en las que nos apoyamos hace años nos defraudan; y el afectuoso abrazo de amigos o familiares en ocasiones puede que parezcan distantes o irrecuperables. En momentos como esos, tal vez nos preguntemos si existe la luz realmente. Es posible que nuestros corazones se vuelvan a Dios como el Salmista cuando escribió: “Desde lo profundo de mi desesperación, oh Señor, clamo por tu ayuda” (Salmos 130:1, NTV).
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