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Original Web

La luz y la certeza de la iluminación

Del número de marzo de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 5 de diciembre de 2019 como original para la Web.


Pídele a un niño que describa qué es la luz, y una de las respuestas podría ser “¡Es lo que nos permite ver!” Esa lógica simple es una de las razones por las cuales a menudo la luz parece señalar la comprensión espiritual de la Biblia. La comprensión espiritual nos capacita para discernir la presencia de Dios en nuestra vida —expresada en salud armonía y amor— aun cuando tal vez estemos luchando con un sentido de la existencia penoso y con frecuencia turbulento.

Podemos salir de la oscuridad al recurrir a la luz espiritual que ilumina el camino. De hecho, como hasta un niño sabe, donde hay luz, no hay oscuridad. Por medio de la luz espiritual, la iluminación divina, el camino está dispuesto delante de nosotros tan claro como el día, esperando que andemos por él.

Entonces, ¿por qué no siempre queremos volvernos hacia esa luz espiritual, abrirnos a ella y caminar en ella? Para todo aquel que ha pasado por una prueba difícil una de las razones es obvia: A veces la oscuridad puede parecernos tan oscura, que pensamos que ni siquiera podremos encontrar la luz. Las dificultades y las tribulaciones de la vida a veces pueden parecer abrumadoras y opresivas; las prácticas en las que nos apoyamos hace años nos defraudan; y el afectuoso abrazo de amigos o familiares en ocasiones puede que parezcan distantes o irrecuperables. En momentos como esos, tal vez nos preguntemos si existe la luz realmente. Es posible que nuestros corazones se vuelvan a Dios como el Salmista cuando escribió: “Desde lo profundo de mi desesperación, oh Señor, clamo por tu ayuda” (Salmos 130:1, NTV).

Este estado mental que anhela recibir respuestas y recurre a Dios con frecuencia es el punto de partida de algunos de nuestros más grandes descubrimientos espirituales, pues es en momentos como esos que estamos más preparados para recurrir a Dios y recibir Su luz. Y no solo recibimos esta luz divina, sino que llegamos a comprender que jamás estuvimos fuera de esa presencia iluminadora. Puede que aprendamos que fue nuestro orgullo, ego, voluntad propia, amor propio, justificación propia o temor, lo que oscureció la luz como una nube impenetrable que necesitábamos erradicar. Tal vez aprendamos que Dios, el Pastor por siempre amoroso, nunca nos había abandonado ni se cansó de ninguno de nosotros, sino que estaba esperando pacientemente a que regresáramos al redil y descansáramos nuevamente bajo Su mirada protectora. Mary Baker Eddy debe haber vislumbrado esto cuando escribió: “El Amor divino nunca está tan cerca como cuando todas las alegrías terrenales parecen estar lejos” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 290).

La Sra. Eddy, quien fundó la Iglesia de Cristo, Científico, escribió en su libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La Ciencia divina, la Palabra de Dios, dice a las tinieblas sobre la faz del error: ‘Dios es Todo-en-todo’, y la luz del Amor siempre presente ilumina el universo” (pág. 503). Y en una hermosa metáfora, Juan describe el significado de esta luz divina y su coincidencia con nuestra experiencia humana. Él dice: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4). Esta declaración del Apocalipsis es el resumen de las enseñanzas de la Biblia y es la promesa eterna que Dios nos hace.

Quizás tú y yo no estemos preparados para comprender o demostrar totalmente la omnipresencia de la luz espiritual en nuestra experiencia diaria, pero esto no disminuye nuestra capacidad para experimentar, por lo menos en cierto grado, la gloria de la visión de Juan justo donde nos encontremos en este momento. Lo que se necesita es que tengamos fe en que las leyes del bien y la armonía de Dios están siempre presentes, incluso cuando los desafíos de la vida tratan de convencernos de lo contrario. Es en esos momentos que nuestra fe es refinada y fortalecida. La Sra. Eddy una vez le escribió a un estudiante: “Nunca conoceremos nuestra fortaleza hasta que la pongamos a prueba, entonces Su fortaleza se perfeccionará en nuestra debilidad, y aprenderemos de la humildad el poderío de la Verdad y el Amor divinos” (Yvonne Caché von Fettweis and Robert Townsend Warneck, Mary Baker Eddy: Christian Healer, Amplified Edition, p. 240). 

Finalmente, llegaremos a comprender que, así como ante la presencia de la luz, la oscuridad no puede existir, del mismo modo ante la presencia de la consciencia iluminada, el pecado, la enfermedad y la tristeza no pueden existir. Los opuestos no pueden existir en el mismo lugar al mismo tiempo, y solo uno tiene el poder de eliminar al otro. Cuando cedemos a la Verdad divina, la luz debe vencer sin excepción.

Necesitamos dejar que haya luz diariamente; que la luz de la Verdad divina reine suprema en nuestra consciencia.

El razonamiento material, que proviene de lo que la Biblia llama la mente carnal (KJV), argumenta en contra de la lógica del razonamiento espiritual, porque razona partiendo de la base de lo que observa con los sentidos físicos. Pero esta evidencia solo tiene la realidad que nosotros le damos al creer en ella, al igual que un fantasma imaginario no tiene más realidad que la que le atribuye el temor de un niño. No tiene ni un origen verdadero ni poder propio. La Sra. Eddy en una ocasión escribió en una carta: “El error viene a ti en busca de vida, y tú le das toda la vida que tiene” (Irving C. Tomlinson, Twelve Years with Mary Baker Eddy, Amplified Edition, p. 98). 

Nuestra defensa es permitir que la luz de la Verdad inunde nuestra consciencia hasta que nuestra fe en la totalidad de Dios supere nuestra fe en la evidencia material y la refute. “La mente humana obra más poderosamente para contrarrestar las discordias de la materia y las enfermedades de la carne, en la proporción en que pone menos peso en el platillo material o carnal de la balanza y más peso en el platillo espiritual”, leemos en Ciencia y Salud (pág. 155).

La iluminación de la inspiración divina en la consciencia puede a veces manifestarse tan claramente que parece como la luz para aquellos que la experimentan, como le ocurrió en una ocasión a este autor. Durante dos años había estado sufriendo de una grave condición física que no parecía ceder a pesar de mis esfuerzos por sanar por medio de la oración, lo que me había estado ayudando a aumentar mi comprensión de Dios y mi confianza en Él. Fue entonces que hubo algunos puntos decisivos importantes. Comencé a ver que mi cuerpo no era un paquete de órganos físicos sujetos a las leyes físicas, sino en cambio la manifestación de los pensamientos que yo albergaba acerca del mismo. La idea de que era un mortal enfermizo me había ocultado la realidad de que estaba hecho a imagen y semejanza de Dios, como lo describe Génesis 1:26, 27. Me di cuenta de que tenía que permitir que el punto de vista de Dios penetrara mi pensamiento, y tenía que reconocer que Él era realmente la única causa. Esta nueva e iluminada perspectiva renovó la esperanza de mi sufriente pensamiento, y por primera vez en dos años, el temor que había tomado posesión de mí ya no pareció impenetrable.

Una mañana, me desperté y vi que los rayos del sol entraban a raudales en mi cuarto. Entonces toda la habitación resplandeció con un brillo que jamás había visto antes y que la inundó de luz y calidez. Una dulce sensación de paz me embargó y sentí como si me hubieran quitado un enorme peso de encima. Al principio no me di cuenta de lo que era. Me levanté, me vestí y me uní a mi familia. Fue en ese momento que todos comprendimos lo que yo había sentido. El poder sanador del Amor divino es lo que me había embargado cuando abrí mi pensamiento a Dios. Me sentí sano. Todos los síntomas que me habían atormentado fueron revertidos instantáneamente cuando mi pensamiento se iluminó con renovada inspiración. Mi cuerpo se normalizó en poco tiempo, y el problema no ha vuelto a manifestarse desde entonces.        

Necesitamos dejar que haya luz diariamente; que la luz de la Verdad divina reine suprema en nuestra consciencia. Esto requiere que vigilemos constantemente para silenciar las sugestiones antagónicas que el mundo disemina con liberalidad. Dicho esfuerzo es inevitablemente recompensado con la curación, aun cuando esta parezca venir lenta o gradualmente. 

Cristo Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo”, y también nos dio la certeza y nos prometió que: “el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Sus enseñanzas nos muestran cómo cultivar la necesaria humildad, y reemplazar en nuestra consciencia las creencias materiales por la Verdad, a fin de poder sentir y caminar en la luz sanadora que Jesús ejemplificó tan claramente.

Cuando nos sentimos atrapados en la oscuridad, cualquiera sea la forma que asuma, nuestra respuesta inmediata debería ser permitir que el rayo láser de la verdad espiritual brille allí mismo donde la oscuridad parece estar. La primera afirmación de Dios en Génesis, “Sea la luz” (1:3), es la sentencia de muerte para todas las pretensiones del mal. Resuena a través de las cámaras mentales e ilumina hasta los rincones más remotos del pensamiento. 

Nuestra entrada a la gloriosa luz de nuestro Padre-Madre Dios es inevitable porque, como confirma la Biblia, en realidad ya estamos allí. Cuando decidimos rechazar las falsas imágenes del mundo físico que se presentan ante nuestra consciencia, y paso a paso afirmamos y abrimos nuestros pensamiento a la presencia de la luz espiritual que está siempre aquí, podemos beber de esta bendición que ofrece la Sra. Eddy en La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea: “Que la divina luz de la Ciencia Cristiana que alumbra todo pensamiento esclarecido ilumine vuestra fe y entendimiento, excluya toda oscuridad o duda, y señale la senda perfecta por donde caminar, el Principio perfecto por medio del cual se demuestran el hombre perfecto y la ley perfecta de Dios” (pág. 187).

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