Una noche de invierno, cuando era pequeña, y me sentía muy triste y desanimada, mamá con mucho amor me llevó a un lado y me dijo: “El amor de Dios está aquí mismo, a nuestro alrededor. Esta noche, simplemente confía en Dios y mira hacia lo alto. Él te mostrará algo muy especial”. Estas palabras cambiaron mi vida. Permíteme explicarte.
De niña, por un tiempo me sentí separada de la alegría que expresaba nuestra familia cuando la aurora boreal danzaba en el cielo nocturno durante el invierno, sobre mi casa en Alaska. Por más precisa que fuera mi familia al señalar el lugar justo de las luces o describir exactamente cómo eran, lo único que yo veía eran las manchas luminosas de las estrellas, nunca el cuadro completo lleno de dinamismo.
Así que con mucha esperanza y confiando en las palabras de mamá, recurrí a Dios, el Amor divino, con todo mi corazón, sin saber qué vería. Mi mirada se elevó aquella noche, y lo que vi nunca se borrará de mi memoria. ¡Las danzantes luces del arco iris eran más gloriosas de lo que yo jamás podría haber imaginado! Fue entonces que aprendí una importante lección, simbolizada por esas hermosas luces: la presencia y la radiante bondad y amor de Dios están con nosotros. Incluso si al principio pienso que no puedo ver, aun así puedo confiar en que mi Padre-Madre Dios permanecerá a mi lado y me mostrará el camino hasta que yo pueda divisarlo.
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